El clásico de esta semana es uno de los grandes libros de la poesía italiana para niños de los últimos cuarenta años, C'era un bambino profumato di latte (1980), escrito por Roberto Piumini (1947), quien es a su vez uno de los grandes nombres de la literatura infantil italiana entre dos siglos.
C'era un bambino profumato di latte (es decir, Era un bambino perfumado de leche) es precisamente el verso con el que se abre el libro, y pertenece a este poema:
Dieci con dieci con dieci con dieci
C'era un bambino profumato di latte
che giocava insieme a dieci gatte.
Ciascuna leccava la punta di un suo dito
e gli faceva un piccolo prurito.
A ogni prurito il bambino rideva
e bruscamente una coda prendeva.
Così ci furono dieci risate
e dieci code furono tirate.
Esta breve composición - difícil de traducir al español porque el original juega con la rima existente entre latte (leche) y gatte (gatas) - marca el tono en el que se desenvolverán estos versos de Piumini, un conjunto de poemas que huyen de cualquier asomo de didactismo y optan por el humor y el absurdo (el nonsense o sinsentido, tan propio de la poesía infantil) en todas su variantes. Conviven en estas páginas los juegos de palabras con los juegos de conceptos, pero siempre para mostrar que la poesía, sin importar la edad a la que vaya dirigido, es una manera diferente de hacer las cosas: una manera distinta de mirar, una manera distinta de hablar. Así, durante el poemario se van sucediendo poemas en los que un niño se va comiendo letras hasta que solo quedan las S; la historia de un sol que se casa con una rueda porque también es redonda y tiene raggi (radios: otro juego de palabras que se pierde en español); un hombre de ceniza que vive contento en Venus porque no sopla el viento (y aquí hace rimar cenere con Venere); una mujer de jabón obsesionada con la limpieza que acaba desapareciendo; la nieve que, harta de ser blanca, bebió un poco de tinta y se volvió negra; un niño que deja escapar un globo para que la luna no esté sola o un escritor que tiene un traje de palabras que la gente se para a leer por la calle y que, cada noche, se quita y se pone a leer antes de quedarse dormido.
Así, la pluma de Piumini parte de objetos cotidianos para ayudarnos a ver de otra manera las cosas que nos rodean, al tiempo que nos obliga a pararnos a escuchar y a diseccionar las palabras y sus semejanzas, como por ejemplo en este breve poema que juega con la presencia de gente en otros vocablos:
Senza gente
Chi sono, senza gente,
un dirigente
un sergente
un agente?
Son diri
ser
e a:
che è un poco più di niente
De esta manera, sus poemas no se agotan en el mero juego verbal, sino que nos ofrecen una mirada distinta de la realidad, todo ello sin perder ni por un momento el ritmo vivo y alegre de lo que en Italia se llama filastrocca, esos poemas populares que recitan los niños italianos desde que son pequeños y que constituyen la base de su educación poética. Un género, además, que ha cultivado el mismo Piumini y algunos de los mejores escritores para niños italianos, entre los que destaca, cómo no, Gianni Rodari.
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