martes, 3 de diciembre de 2019

Cançó de fer camí



Maria-Mercè Marçal (texto) y Carolina T. Godina (ilustraciones), 
Cançó de fer camí, Valencia, Sembra Llibres, 2019 


Es un placer (pero también una hermosa casualidad, como las que a veces alumbra la propia poesía) volver a la actividad crítica de este blog, después de un largo paréntesis, con la reseña de un nuevo álbum poético en el que se interpreta con imágenes uno de los poemas más conocidos de la poeta catalana Maria-Mercè Marçal, Cançó de fer camí, popular entre otras razones porque la cantante Marina Rosell le puso música hace algunos años. 


Me hace especial ilusión por diversas razones, y no todas del mismo cariz. En primer lugar, porque se trata de la primera incursión en el terreno del álbum de la editorial valenciana Sembra Llibres, que tiene un catálogo literario bastante particular y exquisito. En segundo lugar, porque Maria-Mercé Marçal es una poeta que me gusta mucho y que creo que no es quizás suficientemente conocida fuera de los territorios de lengua catalana (pero, al fin y al cabo, ¿qué poeta lo es?). Y, en tercer lugar, porque a este libro parece que le ha costado mucho hacer el camino que lleva desde la sede de la editorial hasta mi casa, ambas sitas en la ciudad de Valencia, ya que tardó más de una semana en aparecer en mi buzón, para gran extrañeza y casi desesperación de una de las editoras, que tuvo a bien incluirme en la lista de prescriptores. Visto lo visto, no podía dejar de reseñarlo, claro está, más aún cuando se trata de un poema que habla de ir haciendo camino, algo que muchas veces puede ser complicado pero que siempre ha de procurarse, y que yo ahora mismo he de repetirme casi a cada paso que doy. 
No es la primera vez, sin embargo, que la poesía de Maria-Mercé Marçal se adapta para los jóvenes lectores, y tampoco la primera vez que se hace con este mismo poema. En 2014 la editorial Andana publicó, dentro de su colección Vagó de Versos, un volumen dedicado a la poesía de la autora, titulado Tan petita i ja saps, e ilustrado por Marta Altés. En dicho volumen, pensados como otros de la colección dedicados a poetas como Granell, Estellés o Salvat-Papasseit para acercar la poesía de los grandes clásicos en lengua catalana a los lectores más jóvenes, se incluía un amplio abanico de poemas procedentes de seis libros distintos de Marçal, sin dejar de lado por cierto los de su último y estremecedor volumen, Raó del cos (Razón del cuerpo), en el que da cuenta con singular y destilada voz del proceso de la enfermedad que la llevó a morir prematuramente a los cuarenta seis años. Un gran acierto este, incluir dos poemas que hablan claramente de la muerte, al final de un volumen que discurre por terrenos más festivos en ocasiones (a ello ayudan mucho las ilustraciones, por cierto) y reivindicativos, dos claves de la poesía de esta autora. 
Cançó de fer camí está incluida en dicha antología, pero, cuando he acudido a ella para comparar opciones de interpretación gráfica, me he llevado cierta decepción, porque al poema apenas lo acompañan unas nubes (un motivo recurrente a lo largo del volumen) en la doble página, que en realidad son continuidad de otras dos ilustraciones, la anterior y la posterior, que tienen a la luna como protagonista. De hecho, la secuencia o tríptico que forma con los poemas Magdalena… (el anterior) y Cançó de Bressol (el posterior) tiene una continuidad basada en lo femenino y lunar, además de en el juego y ciertos ecos de la lírica popular, que hace que los poemas se enriquezcan mutuamente, aunque los dos primeros pertenezcan a un libro distinto del tercero. 
La poesía de Maria-Mercé Marçal alude con frecuencia a un concepto hoy muy boga, que es el de sororidad. Sororidad literaria, por un lado, pues ella misma se preocupó de rescatar una tradición poética femenina en catalán y también de traducir a su lengua a grandes poetas extranjeras, inaugurando así un espacio poético propio. Pero sororidad vital, por otro, porque su poesía muchas veces habla precisamente de las relaciones entre mujeres desde un punto de vista amplio que va más allá de su propio y confesado lesbianismo y entroncaría sin duda alguna con conceptos como el de homosexualidad femenina, acuñado por la francesa Luce Irigaray, o el de continuum lesbiano, propuesto por Adrienne Rich, que, pese sus diferencias de matiz y de base, están hablando de lo mismo: de las relaciones de solidaridad, empatía, afecto y apoyo entre mujeres, en contra del extendido y machista tópico de la rivalidad femenina que tantas mujeres se creen como si fuera dogma de fe, sin darse cuenta de que es una trampa más con la que el patriarcado las tiene atadas y bien atadas. Estas relaciones amorosas no tienen por qué ser sexuales, porque incluyen la amistad, la maternidad (tratada pro Marçal en un poemario, La germana, l’estrangera, escrito a raíz del nacimiento de su hija, a quien crio sola) y la hermandad entre mujeres. 
Este último es precisamente el tema de esta Canço de fer camí, que ha dado lugar a un álbum de tamaño mediano, un formato que huye de la épica, como el propio poema y que resulta muy adecuado en este caso. Como ocurre siempre que se ilustra un poema no concebido en principio para niños, gran parte del atractivo de un álbum poético como este reside en comprobar cuál ha sido la interpretación del texto que nos ofrece la ilustradora a través de las imágenes que acompañan (o, más bien, envuelven) los versos. Porque, como es bien sabido y evidente, un álbum poético que adapta un poema ya existente ofrece una interpretación o comentario visual del texto que el lector percibe al mismo tiempo que el código verbal, por lo que en cierto modo cierra el sentido y lo impone al receptor, aunque en cierto modo también lo invita a participar de esa interpretación y a compartir con él su visión de los versos. Tal vez por eso, por ese carácter abiertamente invitatorio que en cierto modo acerca la poesía incluso a los lectores que no están familiarizados con ella, la poesía ilustrada para todas las edades se ha convertido en los últimos años en una de las grandes revelaciones del panorama literario hispánico. 
¿Qué interpretación nos da, pues, la ilustradora Carolina T. Godina, cuyo trabajo hasta ahora desconocía, de los versos de Maria-Mercé Marçal, en sí mismos claramente invitatorios (“Vols venir a la meva barca?”, es decir, “¿Quieres venir a mi barca?”, así comienza el poema)? 



Hay que decir ante todo que consigue un equilibrio bastante acertado entre lo metafórico y lo literal. Está claro, como decíamos antes, que cualquier ilustración concreta un poema, pero las vías por las cuales lo hace son tan diversas como los propios ilustradores: hay quienes optan por dar al poema un espesor más bien narrativo, creando personajes y trenzando una narración que solo está implícita en el poema, y hay quienes optan por construir metáforas o imágenes nuevas a partir de las que se leen en el propio poema, como si fuera una suerte de meta-metáfora (y perdón por la palabra). Aquí se camina un poco entre ambos frentes. Por un lado, la opción elegida es más próxima a la primera: lo que vemos es un grupo de mujeres que se va juntando, poco a poco, hasta acabar todas juntas en una playa alrededor del fuego. Entre ellas hay una acusada diversidad, pero, sobre todo, destaca la continuidad en torno a dos personajes que ya están en la ilustración de la primera secuencia, que se corresponde con el primer verso. Una anciana y una niña que reencontraremos en otras secuencias y que constituyen el hilo conductor de todo el libro. Una anciana y una niña que se erigen quizás en metáforas del tiempo y de la mujer, en principio y fin, en pasado y futuro, de este río que va invadiendo las calles hasta llegar al mar. En esta primera ilustración, además, ambas miran un barco de papel que está encima de una chimenea, posado como un pájaro inmóvil, y que las incita a salir de casa y echarse a la calle. Un barco que además está presente en las dos guardas, con una evolución narrativa clara: en la primera, es solo un papel con las líneas trazadas; en la última, es un barco de papel donde viven las mujeres que hemos visto antes en el libro. Una buena síntesis de todo el libro.  



Detalles como estos, así como la continuidad en las ilustraciones y también la huida de la literalidad total en las secuencias (pues en muchas ocasiones la imagen vuela por encima del texto con una libertad que sin embargo confiere al conjunto una lectura ajustada del poema), hacen de esta opción un acierto en un poema que podría haber quedado desajustado y romo. No es el caso. Si siempre es un acierto y un placer leer a Marçal, una actividad que recomiendo definitivamente desde aquí, hacerlo en compañía de estas ilustraciones puede resultar aún más iluminador. Háganlo, sean hombres o mujeres, niños o niñas, incluso si no leen catalán: hay traducciones al castellano disponibles en internet y, al fin y al cabo, no es una lengua tan distinta del castellano. Si se animan, les deseo un muy feliz viaje en la barca.   



1 comentario:

  1. mas informacion !!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

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