Pisos, Cecilia, El pájaro suerte y otros poemas, Buenos Aires, pequeño editor, 2011 (ilustraciones de Silvia Lenardón).
Los hispanohablante
tenemos la fortuna de compartir la misma lengua con millones de personas que viven
a miles de kilómetros de nosotros y que han tenido unas vivencias y una
trayectoria vital a buen seguro muy distinta de la nuestra. Compartir una misma
lengua no significa en absoluto compartir un mismo imaginario o una misma
cosmovisión – al fin y al cabo, ¿qué tengo yo que ver con un costarricense, por
mucho que ambos hablemos en español? – pero sí implica que podamos asomarnos a
esas maneras distintas de ver y de vivir la vida sin necesidad de un traductor,
paladear sin mediadores esos giros lingüísticos, así como leer tal y como fueron
escritos textos procedentes de lugares del planeta muy, muy alejados.
Desafortunadamente, la
inexistencia de un trasvase fluido entre las obras escritas y editadas en
países hispanoamericanos y los lectores españoles nos impide muchas veces conocer
verdaderas joyas como este El pájaro
suerte y otros poemas que ha llegado a mis manos (y a mis asombrados y
deslumbrados ojos) gracias a la propia generosidad de la propia autora, pues en
España no se ha distribuido, hasta donde sabemos.
Hace algunos meses ya analizamos
otra obra de Cecilia Pisos a la que llegamos por azar, Soplacoplas, un poemario brillantemente escrito e ilustrado en que
la autora renovaba un molde métrico tan antiguo como la copla. Si entonces era
esa estrofa tradicional la que unificaba todo el libro, ahora es el turno de un
tema tan frecuente en la poesía infantil como es el mundo animal, el pájaro en
esta ocasión. En ambos casos, Cecilia Pisos lleva a cabo una maniobra poética
muy similar: partir de la tradición, de rasgos propios de la poesía infantil,
para crear un artefacto verbal que no se queda en la repetición de temas o
formas tópicos, sino que aboga por aquello que a nuestro juicio debe ser la
poesía infantil: otra forma de mirar, otra forma de hablar. Para ello no hace
falta usar palabras raras o sintaxis complicada. Basta con usar elementos de la
realidad de otra manera, haciendo ver sus conexiones y similitudes con otras
cosas.
Así, El
pájaro suerte se ofrece como un tratado de ornitología imaginaria, en la
medida en que aquí encontramos un catálogo de diversos tipos de pájaros: el
pájaro viento, el pájaro te lo dije, el pájaro suerte o el pájaro cuchara. Como
se puede deducir fácilmente, la creación de los nombres de estas criaturas se
basa en un procedimiento que funciona por aposición: se une la palabra pájaro a
otro sintagma para designar una nueva especie imaginaria, y a partir de ahí se
desarrolla el poema, que generalmente se basa en un metáfora o una imagen más
desarrollada, aunque también se da entrada a veces a un juego de palabras de
base más fonética. Son poemas breves, fogonazos que tienen mucho de greguería.
Dicha brevedad los hace muy adecuados para primeros lectores y con ello la
autora demuestra varias cosas: que los poemas para niños pequeños no tienen por
qué renunciar a las figuras literarias más frecuentes e importantes de la
poesía en general; que los niños también tienen derecho a una poesía con
metáforas; que no tienen por qué predominar en estas edades los recursos
repetitivos propios de la poesía tradicional; y que sin duda una poesía tan
visual como esta también es adecuada para los niños, pues alimenta su
imaginario. En este aspecto, desempeña un papel fundamental la tipografía
elegida para los poemas, que están impresos en letras grandes y separadas, y que
sin duda busca primeros lectores.
Llamativo resulta también
el hecho de que las ilustraciones muestren tanta consonancia con los poemas y
su tipografía. Hay, en primer lugar, una armonía cromática, ya que el nombre el
pájaro del poema, ya esté al final o al principio del mismo, siempre está en
letras más gruesas y en un color que concuerda con las ilustraciones, de tal
manera que se integra dentro del conjunto. Asimismo, la desnudez y brevedad de
los poemas, con pocos versos, con conceptos muy ceñidos, luce más en medio de
la página en blanco. Todos los fondos lo son, y sobre ellos se dibujan el texto
y la ilustración casi como si formaran parte de un mismo mensaje. Además, se
trata de ilustraciones bastante similares a las de un cuaderno de colorear infantil,
y, de hecho, la manera en que está aplicado el color recuerda en su textura a
la irregularidad propia de los niños cuando rellenan este tipo de dibujos con
lápices de colores, aunque, claro está, el efecto esté estilizado por una mano
mucho más experta.
Estas ilustraciones
ofrecen varias interpretaciones del texto al que acompañan. A veces es
elíptica, como, por ejemplo, en el pájaro viento, aprovechando precisamente la
invisibilidad que pone de manifiesto el propio poema (“El pájaro viento / vuela
y vuela / y nunca / consigue hacerse ver”). Otras veces, humorística y surrealista,
como en “El pájaro te lo dije / repite y repite / la misma canción / hasta
marearte”. Otras componen verdaderos poemas visuales, como en “Hay pájaro tan
tan… / que solo revolotean / por los campanarios”, con unos expresivos
pájaros-campanas. Y otras veces, en fin, reflejan más al pie de la letra el
poema, como en el pájaro mano o el pájaro avión, si bien aquí hay una licencia
poética y algo lúdica al colocar a un niño y un pájaro sobre un avión con forma
de pájaro que conduce a su vez un pájaro.
En conjunto, el libro es
excelente, bellísimo, y el hecho de haberlo reseñado no se debe a que nos lo
haya mandado la propia autora y nos
sintamos en deuda con ella. Se debe, empero, a su condición de joya literaria
en todos los sentidos, tanto en el texto como en la ilustración. Es una pena,
pues, que este pájaro suerte no vuele hasta España, porque, cuando imaginamos
una poesía de calidad para primeros lectores, es algo muy parecido a lo que
puede leerse en este poemario.
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