La literatura infantil ha tenido tradicionalmente en el folclore una fuente inagotable de motivos y recursos, hasta tal punto de que muchos de sus rasgos típicos provienen claramente de la literatura de tradición oral. En este sentido, la literatura infantil anglosajona - que es como decir la literatura infantil sin más, porque en este dominio, como en muchos otros, los países de habla inglesa son los que marcan la pauta - no es una excepción, ya que posee una arraigada tradición de poesía tradicional infantil en las llamadas nursery rhymes. Muchas de ellas son además conocidas más allá de sus países de origen, por la sencilla razón de que en muchos manuales de estudio del inglés como lengua extranjera se han incluido estas canciones breves, de estructuras repetitivas, juegos de palabras y usso constante del sinsentido o nonsense, que es lo que les da muchas veces ese tono particular y, seguramente, lo que hizo las delicias de alguien como Lewis Carroll, cuya Alicia acusa una fuerte influencia de estas composiciones. Las nursery rhymes son patrimonio de la infancia, pues son aprendidas durante los primeros años de escolarización y en la familia (de ahí el nombre), y educan literariamente al familiarizar a los niños con una serie de recursos propios del lenguaje literario que luego se encontrarán constantemente a lo largo de sus primeros años como lectores. En eso las tradicionas anglogosajonas e hispánicas son muy similares, y este es un patrón que se da en casi todas las literaturas infantiles del mundo.
La literatura popular, ya sea narrativa o poética, es por tanto una fuente inagotable de inspiración y de reformulación para las nuevas generaciones de creadores, y por eso hay tantas obras que la reinterpretan, ya sea consciente y declaradamente, o con una influencia clara pero no confesa. Una versión ilustrada de un clásico de los cuentos infantiles no es sino una reinterpretación más de esta enorme tradición y, aunque lo más frecuente es que esta reformulación se haga con la narrativa, también hay ejemplos en la poesía, aunque más escasos. He aquí el interés de este volumen publicado en 2010, Nursery Rhyms Comics, que, como su propio nombre indica, es un conjunto de poemas populares ingleses ilustrados y reinterpretados. Pero no por ilustradores, sino por historietistas o autores de cómics. No es, pues, un simple libro ilustrado, con la dinámica propia de ese género, en la que a cada composición lírica le corresponde una ilustración que la interpreta de manera más o menos unívoca, sino que se trata de una verdadera recreación de los versos, dado que se usa un lenguaje nuevo, fuertemente codificado y con convencionalismos muy establecidos, para llevarlo a cabo, de manera que en la mayoría de los casos se crea una secuencia narrativa - o un amago - para ello mediante los recursos propios de la historieta. Por ello, al hablar de este libro se podría decir que la variedad del libro está el gusto, por supuesto, y no solo porque son cincuenta los artistas que se acercan a las rimas, cada uno con su estilo particular, sino porque cada uno interpreta la rima de una manera y la pone en escena de forma distinta. Algo que en ocasiones es difícil, ya que las nursery rhymes, como en general toda la poesía tradicional infantil, abunda mucho en el uso del sinsentido y el absurdo, dado que en ella no importa tanto el contenido como el fin, y este no es otro que acompañar los juegos y las actividades de los niños. Quien intente analizar estas composiciones con métodos tradicionales saldrá defraudado, pero no quien simplemente se deje llevar.
Dejarse llevar es al parecer lo que ha hecho la mayoría de los historietistas que colaboran en este volumen, y a cada uno esa corriente lo ha hecho arribar a diferentes soluciones, quizás no tanto en función del estilo particular de cada uno, sino de las imposiciones de cada una de las composiciones. Algunas, como Pussycat, Pussycat, Where Have You Been? (‟Pussycat, Pussycat, / Where Have You Been? / I've been down to London / To visit the Queen. / Pussycat, Pussycat, / What did you there? / I frightened the little mouse / right under the chair?”) se prestan bastante bien la traslación al lenguaje del cómic por su estructura vagamente narrativa, con analepsis incluida, y basada en el diálogo. En otros casos, una literalidad casi escrupulosa y un estilo de ilustración bastante realista dan al resultado cierto aire absurdo que, en cambio, resultan muy adecuados para el tono de la composición, como sucede con The Lion and the Unicorn. Pero, en general, las opciones que mejor funcionan son aquellas en las que la composición de partida ya resulta de por sí bastante enigmática (como destaca en el prólogo Leonard S. Marcus a propósito de Hickory, Dickory, Dock) y el historietista aprovecha esa libertad para dar su propia interpretación (muy sugerente en The Owl and the Pussycat), o aquellas en las que los personajes, a través de los diálogos de los bocadillos, ofrecen un contrapunto cómico al sinsentido del texto original, como, por ejemplo, en Jack the Nimble.
Así, este libro constituye una muy afortunada amalgama de un lenguaje muy antiguo pero aún vigente (el de la poesía popular) y de un lenguaje ya no tan nuevo, pero que sin duda constituye una de las grandes aportaciones al campo de la narración visual y verbal del siglo pasado (el del cómic), y, por lo tanto, una importantísima aportación a la educación literaria infantil, en la medida en que mata dos pájaros de un tiro al poner al alcance del lector infantil esos dos tipos de lenguaje al mismo tiempo. Ojalá algún editor español tome nota de la idea.
Duffy, Chris (ed.), Nursery Rhyme Comics, Nueva York, First Second, 2011.
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