Vecchini, Silvia y Marcolin, Marina, Poesie della notte, del giorno, di ogni cosa
intorno, Milán, Topipittori, 2014.
Si hay quien aún hoy en
día se resiste a aceptar que haya una poesía infantil (arguyendo, se supone,
que infantil y poesía son términos de difícil conciliación) tal vez lo haga
porque en nuestra época nos hemos acostumbrado a identificar poesía con lírica (es decir, a asumir que la poesía por excelencia es la poesía
lírica), y la escrita para niños suele ser más lúdica que lírica, generalmente,
y hasta más épica incluso, pues es normal que incluya muchos elementos propios
de la narración.
Sin embargo, algo parece
estar cambiando un poco en los últimos tiempos, gracias a libros como El idioma secreto o Abecedario del cuerpo imaginario, ambos reseñados aquí en dos
entradas anteriores, dos poemarios que eluden conscientemente la herencia de lo
popular y optan por una poesía más lírica y evocativa, menos cerrada en su
estructura y conceptos, con un ritmo más sutil; una poesía, en fin, menos lúdica,
menos épica, y más lírica. Estos vientos de cambio también parecen soplar fuera
del ámbito hispánico, a juzgar por un libro como este, Poesie della notte, del giorno, di ogni cosa intorno, que apuesta
por el lirismo sin complejos. Pero lo más llamativo es que dicho lirismo no se
desprende solo del texto, sino también de las ilustraciones, de tal manera que
el poemario es en realidad una obra a dos voces en la que las imágenes y las
palabras se complementan y se retroalimentan como pocas veces se ha visto en un
conjunto de poemas. Tal vez por eso tenga sentido que las dos autoras del libro
figuren juntas en la portada sin que se especifique a quién se deben las
ilustraciones y a quién el texto, y haya que ir un poco más allá para saberlo,
si bien es cierto que siempre suele figurar antes el escritor que el ilustrador,
como es el caso aquí.
Cuesta imaginar este libro
con unas ilustraciones hechas con otra técnica y con otro estilo, y eso es
quizás uno de los mejores elogios que se le pueden hacer. Lo primero que hay
que destacar de las ilustraciones es sin duda la técnica. El medio es el
mensaje, ya se sabe, y en este caso el mensaje es también la técnica, porque a
través de sus cualidades se comunica ya. No es lo mismo, pues, usar el collage
que la acuarela, el óleo que la fotografía, el dibujo a pluma que la creación
por ordenador. La acuarela tiene una cualidad acuosa, elusiva, difuminada, de
ligereza, que, si no se domina bien, puede derivar en una inconsistencia
absoluta, en una falta total de sustancia y de garra. Pero, si se domina correctamente, puede dar a las
ilustraciones el tono adecuado al convertir esas mismas cualidades en virtudes
y no en defectos, como ocurre en este libro, donde sobre una gama de colores
limitada y unos fondos claros, de colores difuminados y nada saturados, surgen
figuras a veces apenas insinuadas, que en algunos casos se convierten en manchas,
con apenas dependencia del dibujo previo, pero sin que nada de ello no reste un
ápice de fuerza a las imágenes.
También se sabe que, sobre
todo en literatura infantil, el formato es el mensaje. Aquí el formato dice
mucho, porque aúna características del álbum ilustrado con las del libro de
formato convencional. Del primero tiene, por ejemplo, las tapas duras y la
manera en que el texto se integra en la atmósfera que crean las ilustraciones,
las cuales ocupan toda la página y, a veces, hasta dos, creando así una
sensación de continuidad entre poemas. Sin embargo, a pesar de esos recursos
propios del álbum, el tamaño es pequeño, como el de un libro convencional o de
un poemario de adultos, sin duda porque el destinatario de estos versos no son
los primeros lectores, pero también porque este tamaño crea una sensación de
intimidad que se perdería sin duda con un gran formato, cuya espectacularidad
nada añadiría a la propuesta conjunta de texto e imagen.
En este sentido, también
la relación con el texto es diversa, y no siempre la misma, pues se alternan
pasajes en los que la ilustración se limita prácticamente a replicar el texto,
por lo que estaría más cerca del libro ilustrado, junto con otros en que la
complementariedad entre los versos y la imagen está más cerca de lo que se da
en el álbum. Ocurre esto último, por ejemplo, en un poema deliciosamente
elíptico que describe cómo la voz poética, junto con alguien más, levanta en la
habitación una tienda de campaña con una colcha, pero sin mencionar en ningún
momento lo que están haciendo con la palabra exacta. La ilustración, entonces,
rellena ese hueco, con la imagen de una colcha alzada por un hilo. En el poema
siguiente, sin embargo, la ilustración une en sí misma la realidad y la
imaginación que describe el poema. En este, la voz poética habla de su juego
favorito, consistente en imaginar, antes de dormirse, que es una piedra que se
cubre de musgo en medio del bosque, y saberse en medio de la oscuridad, dentro
de la panza del lobo sabiendo que ninguno se la comerá. La ilustración, que
ocupa las dos páginas, nos muestra a una niña acurrucada cubierta de musgo.
Tampoco es infrecuente que la ilustradora elija una de las metáforas del poema,
como es el caso de “La scarpa in cui non entra più il piede / è (…) nido
abbandonato senza ouvo” (“El zapato en el que no cabe ya el pie / es (…) un
nido abandonado sin huevo”), que va acompañada de una ilustración de un nido
vacío en el que quedan solo dos plumas solitarias, pero del que, a modo de
referencia surrealista, cuelga un cordón de zapato. Y en algún caso se da el
paso hacia lo sobrenatural y lo mágico, como, por ejemplo, en la imagen que
sirve de cubierta y que acompaña a un poema sobre la lectura y el libro, en el
que la voz poética se describe tumbada sobre un prado, con un libro sobre la
cara, y sintiendo como el sol hace que todas las palabras se introduzcan en su
interior.
Las ilustraciones están, por
lo tanto, siempre al servicio de un conjunto de poemas cuyo tema está enraizado
en el imaginario infantil, ya que refleja varias experiencias de una voz
poética indeterminada pero que, por algunos rasgos concretos, se podría
identificar con un niño. Esta voz, empero, no se limita a contar sus
experiencias, sino que intenta siempre sacar el trasunto metafórico de la
cotidianidad, de manera que, sobre experiencias más bien banales y generales
que todo el mundo conoce y que no tienen nada de especial, logra arrojar una
mirada peculiar y personal, mediante varios recursos. En algunos poemas, son
las metáforas las que consigamos que veamos la realidad más prosaica de forma
trasmutada, de tal manera que taza de leche es un mar en miniatura en el que se
hunde el barco de la galleta, el inicio de septiembre se ve como azúcar en el
fondo de un vaso, el último tesoro del verano, o el cielo de marzo un polo bajo
el cual se abren, como paraguas entre el prado, los almendros. No falta, desde
luego, como suele ser habitual en los poemarios infantiles, la personificación,
como tampoco está ausente la comparación, con la que se consigue el mismo
efecto de relacionar dos realidades alejadas que se da en la metáfora. Destaca,
a este respecto, una incursión en la metapoesía: “Quando scrivo una poesía / mi
godo tutto come un ramarro / sopra al sasso (…) / e sto all’erta – gatto nel
buio / dietro al topo (…)” (“Cuando escribo una poesía / disfruto como un
lagarto / sobre una piedra (…) / y estoy alerta / como un gato en la oscuridad
/ frente a un ratón”).
No rehúye tampoco este
poemario una afectividad más desligada de las cosas y más unida a los lazos
personales, incluso dando entrada a los sentimientos más oscuros, como la
rabia, los celos o el enfado. En este sentido, también destaca el hecho de que la
voz poética suela dirigirse con cierta frecuencia a un interlocutor
indeterminado, cambiante, que refleja las preferencias por una persona con la
que se comparten experiencias. De ahí surgen momentos de plenitud, como cuando
se dice “Con te il tempo è pane / io lo mordo, lo bevo come latte” (“Contigo el
tiempo es pan / lo muerdo, lo bebo como la leche”), pero también de conflicto,
en las que la voz poética, sintiéndose ignorada por el otro, que finge no verla
o lleva a otra persona en su bici, se siente transparente, o incluso de
fastidio, en las relaciones con los hermanos pequeños.
No ocurre siempre que las
ilustraciones se alíen con los poemas para componer el tono general que se
desprende de todo el libro, y que la homogeneidad dentro de la variedad que es
deseable en todo poemario venga dada como en este caso también por las
imágenes, y no solo por el texto. En
estas Poesie della notte, del giorno, di
ogni cosa intorno se consigue todo ello, y eso hace de este libro (elegido,
por cierto, por Anna Castagnoli en su excelente blog como uno de los mejores de la feria
de Bolonia de este año) un acontecimiento literario. Al final, y hechos ya
todos los análisis, no queda más que decir de él que es un libro de una belleza
arrebatadora, un hermoso objeto para ser visto y leído, una obra de arte de
primera fila.
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