martes, 20 de octubre de 2015

nada de nada


 
Nesquens, Daniel y Gamón, Alberto, Nada de nada, Zaragoza, Ediciones sinpretensiones, 2015.

Creo que a nadie se le escapa que hoy en día en España estamos asistiendo a un cambio de paradigma en el mundo editorial, caracterizado, entre otras transformaciones, por cierta proliferación de sellos editoriales independientes que ofrecen productos más arriesgados y personales y que se ven obligados a crear un catálogo particular para sobrevivir entre tanta competencia (y para publicar algo realmente inédito también). Esta tendencia se da en la literatura para adultos, pero también en la literatura infantil y juvenil, en la que, al margen de las grandes editoriales que todos conocemos, han surgido proyectos muy interesantes, a veces casi artesanales, que publican libros muchas veces arriesgados y personales.
Uno de esos sellos es sin duda sinPretensiones, que ha nacido en Aragón, una región que parece un paraíso de la literatura infantil, a juzgar por la enorme actividad ligada a la misma que se encuentra allí, según ponía de manifiesto recientemente Begoña Oro, tanto editorial como académica, con el grupo ELLIJ de la Universidad de Zaragoza, dirigido por Rosa Tabernero, y su máster propio como punta de lanza. Detrás de este sello están dos ilustradores, un escritor y una librera y una bibliotecaria. Su catálogo es tan reducido como exquisito (se puede consultar en su web), y sus apuestas no deberían dejar indiferente a los lectores más exigentes.
En Nada de nada, su cuarto libro, se unen los talentos de Daniel Nesquens y Alberto Gamón, como nos dice el subtítulo, bastante informativo: “Greguerías de Daniel Nequens ilustradas por Alberto Gamón”. Usar la palabra greguería para describir estas composiciones deja ya clara la genealogía literaria de la que proviene el autor (a nadie le sorprenderá, si ha leído otras obras suyas), pero, por si fuera necesario orientar a algún despistado, abre así el AVISO AL LECTOR:

“Si Robinson Crusoe, comparado con Moby Dick, es la obra de un aficionado, no quiero pensar lo que son estas “flautas con orejas” en comparación con las greguerías de Ramón, con las máximas mínimas de mi admirado Jardiel Poncela o con las chilindrinas de mi paisano Tomás Seral y Casas”.


De alguna manera, parecía inevitable que Daniel Nesquens acabara por escribir greguerías. Toda su literatura para niños es deudora de una tradición literaria que entronca con el humor y el absurdo de manera muy clara, en la línea de los escritores evocados en el AVISO, y que se prolonga también aquí bajo la clara influencia de la definición ya clásica y muy difundida de greguería: metáfora más humor.
Pero lo más destacable es que esa genealogía que entronca a Nesquens con las vanguardias y los ismos no se ve solamente en el uso de la greguería y del humor, sino también en los juegos tipográficos que se suceden constantemente durante las páginas del libro. Así, aunque la edición adopta un formato más bien convencional en lo que respecta la distribución del texto y las ilustraciones (aquel en página par, estas en impar), en la mayoría de las greguerías se juega con la tipografía de alguna manera, con una variedad de recursos realmente sorprendente en la que apenas se ve reiteración, muchas veces adaptándose a la ilustración que la acompaña.
Por ejemplo, la primera, (“El ascensor no tendría por qué bajar, el descensor sí”), no solo las dos oraciones se disponen en vertical sobre la página, sino que las palabras de la primera están en sentido ascendente y las de la segunda en descendente, en consonancia con el propio texto. Otras veces se eliminan letras de la greguería (“La bicicleta se alimenta de k l´tr s”) o se recurre a una disposición imitativa en forma de caligrama, como en “La torre Eiffel es el cohete que siempre está estropeado” o en “La televisión es rectangular y no redonda para poderla dejar sobre la mesa”, donde todo el texto adopta la forma de un rectángulo. En “La jirafa siempre está en las nubes”, por su parte, la primera parte, “La jirafa siempre está” se sitúa en la parte baja de la página, mientras que “las nubes” está en lo alto de la misma. Tampoco son infrecuentes los cambios de fuentes o la imitación de diversos formatos ("La sandía siempre está sonriendo" está encerrado dentro de un óvalo que recuerda a las pegatinas que llevan algunas frutas). 
Las ilustraciones son sin duda una respuesta coherente a todos estos juegos. Sintéticas y de perfiles acertadamente cubistas en ocasiones, y con una tendencia a la síntesis que recuerda a ciertas manifestaciones de la poesía visual, lo más importante aquí es que se da una interacción entre las ilustraciones y los textos que le proporciona una dinámica propia de un álbum ilustrado, pues hay ocasiones en las que son necesarios ambos códigos para entender el mensaje en su conjunto. O, dicho de otra manera, muchas veces sin la ilustración no se entiende la greguería. Por ejemplo, en el caso de “El marisco preferido del pianista es el pulpo”, solo la ilustración, en la que se ve unas semicorcheas suspendidas sobre la página en blanco, nos resuelve el enigma metafórico que contiene el texto. Algo parecido sucede en el “La grapadora expulsa las grapas después de haber comido pescado”, que aparece en la página en vertical. En la ilustración, se ve una grapadora abierta, como si fuera una boca, de la que salen unas cuantas grapas que forman la silueta de un pez. En “El coche es un gran atleta”, en la que las letras del texto se van separando paulatinamente para simular velocidad, la ilustración juga con la similitud entre un bólido y una zapatilla de deporte, mientras que el “El oficio de padre es el más artesanal de todos”, todo el texto se  dispone al revés en consonancia con la ilustración, una imagen de Gepetto mirando desesperado desde arriba a un Pinocho con la nariz larguísima.  
Así, realmente este libro es una obra a dos voces, en la que se combinan dos talentos en plena sintonía para ofrecernos una pieza extremadamente afinada.
Para acabar, solo me queda decir que ojalá hubiera más libros así. Es decir, libros en los que se invite a los lectores (a los niños, por supuesto, pero también a los demás) a jugar con las palabras y las imágenes, a crear imágenes con las palabras en todos los sentidos y a maridar palabras con imágenes, y a hacerlo porque sí, porque es bueno ejercitar la imaginación y deleitarse con la sensualidad verbal, y no porque haya ningún valor que aprender, ninguna lección que recoger, ninguna moraleja que retener. Porque es bueno leer por leer y leer porque sí. 
Nada más. 
Nada menos.  


4 comentarios:

  1. Muchas gracias, Juan.
    Me alegra leer lo que escribes sobre nuestro Nada de nada.
    Un saludo.
    Alberto Gamón.

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    1. Gracias a ti, por el mensaje, y por ese hermoso libro que nos habéis regalado.
      Un saludo,
      Juan

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  2. Qué acertado todo lo que dices y qué maravilloso final.

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