Benegas,
Mar & Guridi, Abecedario del cuerpo
imaginado, Barcelona, A buen paso, 2013.
Hace no
mucho tiempo, George Lucas y Steven Spielberg predijeron que quizás el futuro
del cine estuviera en poner un precio distinto para cada tipo de película, en
función de las características de las mismas y del espectáculo que ofrecieran.
Esto quiere decir, entre otras cosas, que no valdrá lo mismo la entrada
para una película repleta de efectos especiales y en tres dimensiones que solo
merezca la pena verla en pantalla grande que la de una cinta intimista que quizás
no pierda tanto cuando se vea en dvd
en casa. Se trata de una afirmación polémica, desde luego, pero que abre un debate sobre el
futuro del cine como espectáculo y actividad social, pues con ella se insinúa
que tal vez en un futuro solo iremos a las salas a ver aquellas películas que
estén hechas para ser vistas en el cine, y las demás las veamos en casa.
Algo
similar parece estar ocurriendo con el libro. En estos tiempos de pirateo
sistemático de ejemplares y de creciente aceptación del libro electrónico,
quizás –y digo quizás porque no me atrevo a hacer una previsión, ya que no
tengo el don de leer el porvenir– el futuro del mundo de la edición esté en
los libros que ofrecen algo más que el propio texto. Al lector que
ya se acostumbrado a leer en formato electrónico, porque le gusta o porque le
es más cómodo cargar con un ligero dispositivo que con una novela de mil
páginas en el metro o en el autobús, le puede dar igual leer en digital o en
papel si el libro en sí, más allá del texto, que es el mismo en ambos soportes,
no ofrece nada adicional. Pero si el libro en papel le da algo más, ya sea un formato
atractivo o unas bellas ilustraciones que hacen de él un objeto que se desea
adquirir, la cosa cambia. Tal vez así se
explique cierto auge experimentado por la ilustración para adultos en los
últimos años. Porque, entre un ejemplar del mismo libro digital o en papel, un
lector seguramente se decidirá por el primero; pero entre un ejemplar digital y un ejemplar
bellamente ilustrado, o con un formato atractivo y original, la elección no
está tan clara.
Todo esto
viene a cuento porque este Abecedario del
cuerpo imaginado, un conjunto de haikus escritos por Mar Benegas e
ilustrados por Guridi, podría ser, más que un libro del presente, un ejemplo
paradigmático de libro del futuro (o del futuro del libro), en la medida en que
a un texto literario excelente le acompañan unas ilustraciones magníficas y
todo ello está redondeado por un formato y una encuadernación adecuados pero
peculiares que producen sensaciones más difíciles
de experimentar con un libro electrónico.
Empecemos,
pues, por los aspectos más evidentes, y con ello nos referimos literalmente
a la superficie del libro, es decir, a lo primero que asalta la vista del
lector (todavía espectador): la cubierta y el formato. El libro posee un
formato vertical y una encuadernación típicamente japonesa, es decir, cosida en
la parte izquierda y con el hilo visible. Las tapas son duras, y, en la
cubierta figura el título, Abecedario del
cuerpo imaginado, con una pertinente y sintética ilustración que adelanta
lo que nos espera en el interior: la silueta de un cuerpo humano en negro, con
unas hondas de agua a la altura del pecho y unas hojas que crecen desde su
cabeza. En la contracubierta se nos anuncia que el libro lo componen
veintisiete haikus, con una imagen que replica la de la cubierta: la silueta en
negro de un árbol sobre un círculo (tal vez el mundo) en cuyo centro se abre
precisamente el número 27. En la portada, volvemos a encontrar la silueta
humana de la cubierta, ahora en una bicicleta y con las mismas ramas, si bien
ahora en color rojo y no surgiendo de su cabeza, sino cayendo sobre ella, boca
abajo.
El libro,
como es de suponer por toda esta información paratextual, lo componen
veintisiete haikus, uno por cada letra del abecedario. Lo original, no
obstante, de esta propuesta bastante convencional (ya que el abecedario es uno
de los géneros más importantes de la literatura infantil) es que cada letra se
corresponde solo con alguna palabra que aparece en el poema, de manera que las
relaciones que se establecen entre ella y los textos no son siempre iguales.
Por ejemplo, la A puede aludir a la palabra “alas” o con “águila”; la B con
“boca”; la c con “caminos”; la e con “esperanza”, etc. En todas las
composiciones aparece una palabra con la letra correspondiente, pero no siempre
se relaciona con el cuerpo, ya que este es el protagonista de los poemas en un
sentido bastante general, que se abre a la naturaleza, al mundo y a la vida,
quizás recogiendo la idea de que no
somos más que cuerpo y que es el cuerpo el que refleja y tamiza todas las cosas
que conocemos del mundo, que es del cuerpo de donde salen todas nuestras
acciones, sentimientos y anhelos. Eso lo corroboran las propias palabras de la
autora en el postfacio del libro, titulado “Escribir haikus”, donde no solo se
dan algunas claves sobre este poema de origen japonés y algunas instrucciones
para escribirlo, sino también sobre la intención de la autora. Esta dice, por
ejemplo, que pensaba en “nuestro cuerpo como parte de la naturaleza, una
naturaleza negada, donde no nos detenemos a mirar las cosas que suceden”. Y
aunque confiesa haberse saltado la norma del haiku que dicta que debe tratar de
la naturaleza, ella misma se da cuenta de que, escribiendo sobre el cuerpo,
“sobre las personas y los sentimientos, sobre lo que hacemos”, lo está
haciendo, porque todo eso “forma parte de la naturaleza”. También afirma que
los haikus no deben contener metáforas ni hablar de emociones, pero que ella ha
decidido saltarse esa norma. Y es tal vez por haberse saltado esa norma por lo
que estos haikus resultan tan sugerentes, porque están llenos de emoción y de
metáforas tan afortunadas como estas:
F
Felicidad
es
lagartija inquieta
corriendo
al sol.
G
La guerra
es garra,
aprieta,
arranca, duela.
¡Qué
trampa sucia!
H
Huesos
del alma,
son el
andamio blanco
que te
sujeta.
P
Piel. Es
la casa
de todas
las caricias.
Abre la
puerta.
Sin embargo,
cuando prescinde de la metáfora para articular el poema, y se centra solo en un
fogonazo o una imagen, como ocurre en los haikus canónicos, los textos de Benegas tampoco
pierden su capacidad de sugerencia. Así ocurre, por ejemplo, con “I: Y la
ilusión… / Pequeña luz titila / dentro del bosque”; o “E: Hay esperanza: / la
flor entre el asfalto, / la primavera”. Y hay asimismo variedad de tonos,
porque en algunos haikus se recurre al humor, como, por ejemplo, en “J: Los
japoneses / encienden el sol / cada mañana”; o en “Ñ: Ñoña la araña: / una niña
sin pan. / Teje una cuna”.
Todos los haikus va acompañados de una ilustración de Guridi. Tal y como se dice en
el postfacio, cada haiku se completaba normalmente con un haiga, “una pintura de trazos sencillos con una expresividad muy
intensa pero de gran concisión, como el propio poema que ilustra”. Los haiga de Guridi mantienen una línea
coherente a lo largo de todo el libro, y también en sintonía con lo que aparece
en la cubierta. Esta refleja las dos dualidades en que se centra el poema, el
cuerpo y la naturaleza, pero no enfrentados sino integrados, con las ramas
surgiendo de la cabeza de la silueta negra, lo cual refleja el cuerpo como
centro de todo. Así, todas las ilustraciones de
este Abecedario, tan concisas como los propios poemas, se articulan en torno
a esta simbiosis entre cuerpo y naturaleza (o cuerpo como parte de la
naturaleza), pues en ellas aparece casi siempre la silueta negra como leit motif combinada algún elemento
natural, creando un hilo conductor que da coherencia a todo el conjunto. La
relación entre el texto y la ilustración varía. A veces, es más metafórica e
indirecta, por lo que obliga al lector a realizar una relectura conjunta del
poema y de la imagen para extraer el significado conjunto y verbalizar lo que
solo se presenta al principio de forma intuitiva. Sucede, por ejemplo, en el
haiku correspondiente a la letra P sobre la piel, ya citado, que va acompañado
por unas hierbas de color azul que surgen erizadas de la parte
izquierda de la página. A veces, resulta
más evidente, como en el caso de Japón (un gran sol naciente), o en el de
Pinocho, con la silueta negra con una nariz de la que surge una rama y una
serie de líneas que sugieren la acción de las termitas de las que habla el texto.
Pero en todos los casos se traduce en imágenes lo conciso del haiku, y se
podría hablar de poesía visual, amén de que traducen a imágenes la síntesis de
cuerpo y naturaleza de que hablan los textos. Así, por ejemplo, en la letra A,
donde vemos un pájaro negro con motivos vegetales en su interior, o en la H,
sobre los huesos, con una mano negra rellena de ramas blancas, o en la R, donde
el texto “Pasa la joven, / rubor en las mejillas. / Él se tropieza” se prolonga en
en la silueta negra rellena de ramajes de color rojizo.
Por esta
combinación de formato, texto e ilustraciones, este Abecedario del cuerpo imaginado, formado solo por 459 sílabas y 27
ilustraciones, es un libro corto, sí, pero intenso, hecho para ser re-leído y
re-visto, porque en cada revisión, en cada relectura, y sobre todo, en cada
aprehensión conjunta de las imágenes y las palabras, el lector y contemplador
encontrará algo que solo un libro así, ilustrado, con este tamaño, este
formato, le podrá dar: una experiencia estética plena.
A mi este libro me ha encantado, los haikus son preciosos pero las ilustraciones... ME ENAMORAN!! Estoy muy de acuerdo con lo que se dice en este artículo, cada haiku es una emoción.
ResponderEliminarAcabo de escribir una pequeña reseña en mi blog, si les interesa,
entrelibrosm.blogspot.com