domingo, 25 de mayo de 2014

Pequeño buzo somnoliento


Nogués Otero, Alex, Pequeño buzo somnoliento, Barcelona, Porkepik, 2014 (ilustraciones de Silvia Cabestany, Jacqueline Molnar, Esther Gómez, Delphine Labedan, Ana Yael y Carmen Queralt; música: Daniel Nogués Otero; voz: Laura Monedero)

A veces, para reseñar un libro como se merece hay que ir más allá del objeto resultante y llegar hasta su génesis. No siempre esta resulta significativa, pero en este caso explica gran parte de las características del libro y la forma en la que ha llegado al final a nuestras manos. El autor, Alex Nogués Otero, que hace unos meses tuvo la amabilidad de adelantarnos algunos de los versos que forman parte del libro, lo explica en una entrada de su blog titulada “Imaginé un libro”, que transmite un entusiasmo y un amor por la poesía infantil de lo más refrescante, amén de una fe inquebrantable en el proyecto, que es la que lo ha traído hasta nuestra manos.
Como muchas otras obras de literatura infantil, Pequeño buzo somnoliento nació del contacto con un niño en concreto, en este caso el hijo del autor, que lo llevó a mirar la realidad de otra manera y a escribir poesía pensando en él. Así nació el primer poema que figura en el libro, Un tipo muy flaco, que quedó, solitario, un año entero. Más adelante, a raíz del nacimiento de su hija y de un juego familiar, surgió el poema que cierra el libro, El vientre de la ballena, y con él prendió la chispa definitiva que le llevó a escribir otros dieciocho poemas y a tener, pues, un poemario infantil. Desde el principio tuvo el autor claro, según confiesa, que su idea era que varios ilustradores se hicieran cargo de la tarea de poner imágenes a sus versos. Así, tanteó a varios artistas y, para su sorpresa, obtuvo muchas respuestas afirmativas. Con ello, y con la música de su hermano Daniel Nogués Otero como banda sonora de los poemas, el proyecto quedó listo para ser enviado a varias editoriales, las cuales, aun estando interesadas, no lo aceptaron. Lo más sencillo hubiera sido tirar la toalla en ese momento, pero el autor decidió tirar hacia delante mediante la colaboración con la ONG Payasos sin Fronteras y a través de la plataforma de micromecenazgo Vekami. Al final, ciento sesenta y cinco personas – citadas todas ellas al final del volumen – colaboraron para que fuera posible que llegara a nuestras manos este libro, al cual, además de las ilustraciones y de la música ya mencionadas, se unió la voz de Laura Monedero recitando todos los poemas.
Este casi tortuoso proceso de autoedición sirvió, sin embargo, para que el autor pudiera controlar todos los aspectos de la producción del libro y para que fuera verdaderamente la obra que él quería ofrecer a los lectores, empezando por sus hijos y siguiendo por todos los niños (y no tan niños) del mundo. Esto confiere al libro una libertad que quizás no tuviera de otra manera, y que se manifiesta en dos aspectos principalmente. En primer lugar, la variedad de ilustradores, ya que es muy difícil que una editorial convencional decida ilustrar un libro a varias manos. Y, en segundo lugar, la presencia de la música y del recitado. De esta manera, Pequeño buzo somnoliento se convierte en una obra de poesía infantil total, ya que en él los versos no solo se combinan con la ilustración, como es habitual en la lírica para niños, sino también con otro medio de expresión estético directamente relacionado con el género poético como es la música. La evidente ligazón entre poesía y música se agudiza en el caso de la poesía infantil, que, por la influencia de la lírica popular y sus recursos, es más cantada, recitada y gritada que leída, a diferencia de la lírica actual para adultos, más pensada para ser disfrutada individualmente y en silencio. Esa faceta queda aquí reflejada en la voz de Laura Monedero y reforzada por la música de Daniel Nogués. 
Pero, más allá de estos aspectos editoriales, lo que debe interesarnos por encima de todo lo demás cuando hablamos de un libro de poesía es el texto en sí, es decir, los versos, porque de nada sirve un ropaje resultón tanto visual como sonoro si el corpus que se esconde debajo es escuálido y no se sostiene por sí mismo. Por eso, hay que preguntarse si los versos de este Pequeño buzo somnoliento funcionan por sí solos, en primer lugar; y, en segundo lugar, y ya que se trata de un libro ilustrado, si estos versos entran en comunión con las ilustraciones, y si la variedad de estilos que muestran estas, inevitable cuando se deben a las manos de artistas distintos, es pertinente. En definitiva, cabe preguntarse si esta variedad de ilustradores y de estilos resulta pertinente y adecuada para el conjunto, y no se trata de un simple capricho de autor. Más que nada porque, si fuera este el caso, tal vez el libro se convertiría en una especie de miscelánea o de colección de piezas sin un hilo común.
Afortunadamente esto no ocurre debido a que el punto de partida textual, es decir, los versos, ya son en sí mismos variados. Cada poema impone su propio estilo, pues no usan en ellos los mismos recursos, ni la misma métrica. Por esa razón, el libro ya en es en sí mismo un conjunto interesante en el que se manifiestan formas, tonos y metros de diverso tipo, dentro de un conjunto articulado temáticamente por dos de los motivos más presentes en la poesía infantil actual: la presencia de la naturaleza y, en especial, los animales, por un lado; y el momento de la noche, por otro. A través de este segundo motivo se da entrada además a referencias a un imaginario ligado al espacio e incluso a la tecnología, en poemas como Robot durmiente, Hmmm, Nana fugaz o Se esconde la luna.
Estos temas están tratados de formas distintas. Para empezar, hay una variedad métrica y de rima considerable, lo cual ya impone diversos registros y maneras variadas de desplegar el ritmo a lo largo de las páginas. No se da aquí, como en muchos poemarios infantiles, un uso casi monocorde de ciertos recursos líricos ligados a la poesía popular (arte menor, rima asonante, estrofas tradicionales) que dan cohesión al conjunto pero también lo dotan de cierta monotonía. Por el contrario, se observa una alternancia del arte mayor con el menor y de los tipos de rimas, y en general no hay estrofas reconocibles, de manera que cada poema parece adaptarse así a su propio tono, a su tema y a la intención comunicativa libremente.
En general, los versos largos se usan para poemas más líricos y los cortos para poemas más lúdicos, de manera que se produce una alternancia muy acertada que se extiende también al uso de la lengua y al estilo. De ahí que haya poemas construidos sobre recursos propios de la poesía popular  como enumeraciones, paralelismos, anáforas, estribillos, versos cortos y ritmo marcado (Cuéntame, Hay sueños que se hacen realidad, El vientre de la ballena)  junto con otros, los más líricos, en los que se da entrada a metáforas, arte mayor e imágenes tan bellas como las que se suceden en este poema, donde con gran acierto se usan elementos cotidianos, muy ligados al imaginario infantil, para trazar una relación entre la tierra y el cielo:

Son galletas
los planetas.

Y la luna reluciente
un croissant bien crujiente.

Pintada de chocolate negro
toda la cúpula del cielo.

Y las estrellas no son tales
sino azúcar a raudales.

Es el cielo Hansel y Gretel
y por suerte, aquí la bruja
se fue lejos en cohete.

Come, come lo que puedas.
Es tu sueño, ¿a qué esperas?  


En fragmentos así es donde la voz de este poemario da el do de pecho, sin duda, porque se ve que el autor concibe la poesía infantil como una manera de emitir otra mirada sobre el mundo y sobre el lenguaje del que nos valemos para reflejarlo. Solo por ello, ya merecería la pena este poemario. Pero, además, el autor no tiene miedo al verso largo, como, por ejemplo, en Ciervo blanco, que refleja una escena de una belleza poderosa: el momento en que las estrellas se enredan en la cornamenta de un ciervo para iluminar el bosque. Y tampoco rehúye el autor la intertextualidad más o menos encubierta, como en el poema Preguntas sobre el pequeño mundo, una sucesión de interrogaciones¡ ligadas a los animales, como, por ejemplo: “¿Sueña la mosca con plastas enormes? / ¿Sueña con saltos el saltamontes?”, una idea que se prolonga también en Robot durmiente (“Para dormirse el robot / no cuenta ovejas / sino tuercas viejas”).
Como no podía ser de otra manera, una variedad parecida, si no mayor, se da en las ilustraciones. Cada ilustrador pone imágenes a un mínimo de tres y un máximo de cuatro, y, aunque no sabemos si ha sido el autor quien ha asignado el texto a cada uno de ellos en función de la adecuación de su estilo a los versos, el resultado a este respecto es realmente notable. Un poema más lírico e imaginativo como Un mimo a la luna (“Tira de cuerdas invisibles. Sube escaleras imposibles. / Llora sin llanto. / Finge un espanto. / No llega, no alcanza, / no logra besarla. / Pero la luna llena / del mimo se apiada / y con polvo de estrellas / le pinta la cara”) va inmerso en letras blancas en una ilustración intensamente poética de Ana Yael, donde una luna personificada sopla motas blancas que componen una vía láctea rematada por dos mangas de rayas y un bombín, todo ello sobre un fondo negro. Un recurso parecido usa la misma artista en una de las imágenes más poderosas del libro, la del ciervo blanco cuyos cuernos forman una constelación. 
 Las de Un tipo muy flaco, de Carmen Queralt, en cambio, son luminosas y más coloristas, y está hechas con la técnica de collage, usando trozos de tela que remiten asimismo al texto, que comienza diciendo “Un tipo muy flaco / y un sapo de trapo / pasean saltando / cantando, silbando”. 


Un poema más convencionalmente narrativo como Noche de Reyes, por su parte, va acompañado de las ilustraciones más pictóricas y tendentes al realismo de Delphine Labedan, mientras que en El vientre de la ballena, la ilustración de Jacqueline Molnár posee un abigarramiento de estilo un tanto naif que además remite al origen familiar y doméstico del mismo poema. 

 Un aire más lírico, con sus colores más difuminados, que parecen rehuir la estridencia y ahondar en cierto intimismo, tienen las ilustraciones de Esther Gómez, perfecto para poemas como En lo más crudo del crudo invierno o Mini-noche nupcial, que rezuman cierta calidez doméstica. Y las de Silvia Cabestany, a quien se debe la ilustración de la cubierta y del poema que da título al libro, juegan acertadamente con los primeros planos (en Cuéntame y en Hmmmm), además de incluir detalles tan afortunados como el papel cuadriculado en el primero de estos dos poemas.


De manera parecida, las composiciones de Daniel Nogués Otero y la voz de Laura Monedero saben captar también la variedad tonal de cada poema,  redondeando así un libro que, como decíamos más arriba, se presenta como una obra poética total por la combinación de diversos lenguajes y por el esmero en la edición, pero que, al mismo tiempo, en tanto producto editorial arriesgado y personal que no ha tenido cabida en los catálogos de editoriales ya consolidadas, refleja también ciertas tendencias actuales de las industrias culturales que tal vez auguren un cambio de paradigma. Sin duda es admirable comprobar que hay una persona con tanta fe en una obra suya como para luchar hasta el final por que esta llegue a los lectores, pero todo esto esfuerzo también hace pensar que quizás este modo de financiación y difusión sea cada vez más frecuente en el futuro. Una opción que, como ocurre aquí, da más libertad al creador para realizar la obra que tiene en mente, pero que, al mismo tiempo, puede no encontrar los cauces de difusión y venta que merece. Por ello, y al igual que decíamos de Abecedario del cuerpo imaginado hace unas semanas, este también puede ser un ejemplo claro del libro del futuro, aunque por razones totalmente distintas. De momento, desde este blog, deseamos que este Pequeño buzo somnoliento remueva un poco con sus impetuosas brazadas las aguas de la poesía infantil actual. 

(Más información sobre el libro y cómo adquirirlo en http://www.porkepik.net/
 




No hay comentarios:

Publicar un comentario