En las manifestaciones
artísticas mixtas, es decir, aquellas que surgen de la unión de dos códigos
distintos, han funcionado especialmente bien las parejas de creadores en las
que cada uno de ellos se ocupaba de una faceta. Especialmente visible en muchos
felices tándems dedicados a la ópera (Mozart y Da Ponte, por ejemplo) o los
musicales (Rodgerd y Hammerstein, responsables de South Pacific y The Sound of
Music, entre otras; o Fred Ebb y John Kander, creadores de Cabaret o Chicago), también en la literatura ilustrada existen esas parejas de hecho que colaboran continuamente,
con tal nivel de compenetración que al final resulta difícil imaginar las
historias de un escritor con las imágenes de otro ilustrador. En España tenemos
un caso muy conocido y claro de ello, que son Elvira Lindo y Emilio Urbenduaga,
unidos para crear un Manolito Gafotas que ya es un clásico de nuestras letras y
de nuestra ilustración; en Francia hay que hablar obligatoriamente de los dos
autores que dieron vida a las peripecias del pequeño Nicolás, salido de la
pluma de Goscinny, que no puede tener otros rasgos que los dibujados por Sempé. Pero tal vez
la pareja de autor e ilustrador más conocida universalmente y de relación más
duradera y fructífera es la que unió felizmente (al menos en los resultados,
porque nada sé de sus relaciones personales) a Roald Dahl y Quentin Blake,
hasta tal punto que casi es imposible pensar en las historias del primero y no
imaginarlas con las ilustraciones del segundo.
Las imágenes de Blake
parecen captar de manera sintética y destilada el mundo de Dahl, en el que
pueden ocurrir las cosas más descabelladas y terribles – por ejemplo, que un
niño se convertido en animal en Las
brujas, que una niña tenga que sobrevivir a los peores padres del mundo,
como en Matilda, o que en una fábrica
de chocolate se castigue sin redención a los niños que se portan mal– pero
siempre desde cierta ligereza que los continentales vemos como muy inglesa y
que le resta todo tipo de tremendismo. Las ilustraciones de Blake son también
así, dibujos de una expresividad acusada y apariencia de ser realizados a mano
alzada en los que el dramatismo parece muy lejano pero siempre parecen dotados
de cierta ironía no del todo distanciada.
Así las cosas, un volumen
como El libro de las camas que se
reedita ahora (hay ediciones en español desde hace tiempo, pero están
descatalogadas) implica a primera vista un choque con lo imaginario por dos
causas distintas. Por un lado, porque las ilustraciones de Quentin Blake (cuya
condición de ilustrador estrella queda de manifiesto en la cubierta del libro
al estar su nombre casi al mismo tamaño que el de la autora) conectan
directamente con un mundo tan personal como el de Roald Dahl que es imposible
de olvidar incluso cuando están al servicio de un texto de otro autor; y, por
otro lado, porque el libro está firmado por Sylvia Plath, uno de los grandes
mitos trágicos y feministas del siglo XX, cuya popularidad siempre está en
entredicho por no estar del todo claro la causa de su fama. Es bien sabido que
Sylvia Plath se suicidó a los treinta años metiendo la cabeza en el horno de la
cocina mientras los dos hijos que tuvo con el poeta Ted Hughes dormían en su
habitación. El mito se prolonga porque Plath ya había intentado quitarse la
vida antes, porque la amante de Hugues, Assia Wevill, también se
suicidó, pero esta vez llevándose consigo a su hija común Sura, y porque el
propio hijo de Hughes y Plath, Nicholas Hughes, se quitó la
vida hace pocos años. Más allá del
mito y de los poemas que lo alimentan (como Lady
Lazarus, donde se dice “Dying is an art, like everything else / and I do it
exceptionally well”), Plath era una poeta valiosa que, como suele ocurrir con
las vidas truncadas en la juventud, no llegó tal vez a desarrollar todo su
potencial, que sí se atisba en los últimos poemas que escribió en vida y que se
publicaron en su libro más conocido, Ariel,
en los que se libera de ciertas imposiciones más artificiosas de sus primeras
composiciones para dejar al descubierto una simplicidad visionaria y un tanto
tremendista quizás (en este sentido, resulta muy difícil que su muerte no
contamine la interpretación de sus versos) no siempre afortunada o efectiva
pero en general llamativa. Es además autora de una conocida novela, La campana de cristal, de carácter
autobiográfico y de diarios y cartas muy difundidos que, en conjunto, son una
pieza más del complejo engranaje que pone en marcha y mantiene en pleno
funcionamiento el mito; pero también escribió algunos textos para niños (The Bed Books, The It-Doesn’t-Matter Suit y Mrs.
Cherry’s Kitchen) en los que se puede conocer a otra Sylvia Plath mucho menos
grave y mucho más ligera. En el caso de El
libro de las camas, se trata de un particular catálogo de camas con
diversas funciones, en el que el habitual potencial visionario de Plath, que a
veces puede volver su poesía un tanto incomprensibles, se pone al servicio una
imaginación más comunicativa y menos hermética.
El libro de las camas se reedita ahora en español en nueva versión de
Marcial Souto. Ante la traducción de un libro de poesía infantil se imponen
siempre dos reflexiones: una, referente a la traducción, porque toda traslación
a otra lengua implica decisiones y traiciones, pero aún más en el caso de la
poesía, claro, y casi más en el caso de la poesía infantil, que no se basa
tanto en lo conceptual (es decir, en las figuras de concepto como las metáforas
o las comparaciones) como en lo rítmico y lo fonético, siempre más difícil de
traducir; otra, referente a las ilustraciones, dado que este Book of Beds se ha publicado también con
ilustraciones de David Roberts (en Collected
Children’s Stories, en Faber and Faber), aunque en esta edición en español
se hace con las más conocidas de Quentin Blake. En ambos casos se trata, en
fin, del problema de interpretación y de traslación, porque traducir e ilustrar
son dos maneras distintas de interpretar y trasladar a otro código el mismo
texto literario.
Empecemos con la
traducción. Aunque parezca mentira, porque es una lengua con la que estamos muy
familiarizados, el inglés es un idioma muy distinto del español, no solo por la
fonética sino también por la sintaxis y la morfología. Siempre me ha admirado
la tremenda ductilidad de la lengua inglesa para crear compuestos y para
expresar con dos palabras lo que en español expresamos con cuatro, cinco o
seis. Ello da a la lengua inglesa un ritmo distinto, más ágil muchas veces, que
se pone de relieve sin duda en la poesía, que es el género que lleva la lengua
a su mayor extremo, y también en la infantil, tan basada en lo rítmico. Además,
una cadencia algo sincopada es uno de los rasgos más destacados de la poesía de
Sylvia Plath, sobre todo de los poemas últimos, y es una característica que
afortunadamente mantiene en estos versos y que se aviene a la perfección con el
discurso poético infantil. Pero al mismo tiempo es uno de los grandes desafíos
para cualquier traductor (de hecho, hacer sonar
a Plath en español es difícil). Por ejemplo, hay pasajes importantes como este,
que es la tercera estrofa y además el final de todo el largo poema, y que
funciona como una suerte de leit motif
de toda la composición, y que quizás refleja como pocos lo que estoy diciendo,
y este rasgo típico de Plath (Not just a white little / Tucked-in-tight little
/ Nighty-night little / Turn-out-the-light little bed). En esta versión pasa a
convertirse en “¿Para qué solo una Camita / acogedora y abrigada / donde pasar
la noche / con la luz apagada?”, lo cual es una buena solución pero que no
tienen ni remotamente el mismo ritmo del original, porque es imposible. Pero en
general el traductor se las arregla – y ya decimos que no es fácil – para
mantener el tono ligero del original, el ritmo juguetón, en español sin por
ello traicionar demasiado el contenido de los versos.
En cuanto a las
ilustraciones, poco cabe decir a estas alturas de Quentin Blake. Este tiene eso
que llamamos estilo, una cualidad a veces difícil de definir o de describir
pero que hace que sus imágenes sean totalmente reconocibles incluso si no
estuvieran firmadas. Blake es lo que podríamos llamar un dibujante, o un
historietista, pues sus ilustraciones suelen estar basadas sobre todo en el
trazo y la línea, y poseen esa naturalidad engañosa de los dibujos que dan la
sensación de haber sido realizados a vuelapluma y a mano alzada, con
improvisación y espontaneidad, un privilegio que solo corresponde a unos pocos.
En este libro de Plath
Blake conserva esa cualidad un tanto irónica y ligera a la que me refería antes
y que tan bien encajaba con el mundo de Roald Dahl, rebajándolo en oscuridad
pero llevándolo a un territorio distinto, desdramatizado, como si quisieran
entre los dos recordarnos que hasta las cosas más terribles de la vida no son
más que una gota de agua en medio de un océano histórico inmenso que nos
engullirá a todos tarde o temprano. Aquí, en cambio, esa ligereza lo tiene más
fácil porque no se ve obligada a contrarrestar un texto algo oscuro (o que
podría serlo si estuviera narrado en otro tono, porque las cosas que ocurren en
él podrían ser tremendas vistas desde otra perspectiva), sino que solo se ve
obligado a subrayar lo que el texto ya dice, esa alegría que surge de la
imaginación sin más, de pensar que una cama puede ser un submarino y un cohete.
Un tono que también mantienen las ilustraciones de David Roberts en la edición
de Faber and Faber, si bien aquí las siluetas de los personajes poseen un aire
más gótico que da al conjunto cierto tono absurdo que tampoco casa del todo mal
con el texto en sí, aunque sí confieren al poema un aire más enrarecido y un
tanto oscuro.
El libro de las camas es sobre todo un libro que reivindica el poder de
la imaginación para transcender y transformar el mundo que nos rodea al
convertirlo en algo que no es a simple vista pero que vive siempre en la
potencialidad del algo más. Es un libro, en fin, que habla de lo que es
simplemente la poesía, y un libro alegre que nos ofrece otra cara de Sylvia
Plath, más ligera y más lúdica, lo cual demuestra que siempre hay que rascar la
superficie de los mitos literarios, pues uno nunca sabe lo que va a aparecer
debajo.
Plath, Sylvia, El libro de las camas, Barcelona / Buenos Aires / México D. F., Los Libros del Zorro Rojo, 2014 (traducción de Marcial Souto; ilustraciones de Quentin Blake).
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