Ferrada, María José, El idioma secreto, Pontevedra, Kalandraka, 2013 (ilutraciones de
Zuzanna Celej).
El canon de la literatura
infantil, pero, sobre todo, de la juvenil, se nutre en gran parte de lo que
Zohar Shavit llama textos de estatuto difuso, es decir, aquellas obras
literarias que son leídas tanto por adultos como por niños. Esta ambivalencia muchas veces no
beneficia a la literatura infantil, ya que hay quienes tienden a proclamar con
despreocupación que las obras de calidad para niños y jóvenes son aquellas que
son también leídas por adultos. Sin duda se trata de una apreciación equivocada
desde el momento en que determinadas obras literarias forman parte solamente del
canon infantil. Según dicho punto de visto, no nos quedaría otro remedio que
decir que Donde viven los monstruos o
¿A qué sabe la luna? son malas obras de literatura infantil solo
porque sus lectores son niños y no adultos. Y por supuesto que no lo son.
Otra cosa muy distinta es
encontrarse con textos sumamente versátiles que pueden funcionar como lectura
tanto para niños y jóvenes, pues cumplen con los rasgos propios de este corpus,
como para adultos, puesto que no defraudan las expectativas de un lector más
formado. El idioma secreto, de María
José Ferrada, es uno de esos textos. Y, aunque ha ganado el Premio Ciudad de
Orihuela de Poesía 2012, funcionaría igual como poemario para adultos y
publicado en una colección de poesía general. Sería, pues, este un libro de
estatuto difuso, sin dejar por ello de ser un libro de poesía infantil o, tal
vez, juvenil. Eso lo hace distinto, mas no necesariamente mejor. Hay poemarios
infantiles que no resistirían esta prueba y que, sin embargo, son excelentes.
Esta posición difusa de El idioma secreto se explica,
obviamente, porque se dan en él una confluencia de rasgos formales típicos de
la poesía infantil con otros propios de la poesía para adultos, en una unión
armoniosa que no desequilibra el conjunto debido a que en este caso la voz
poética que habla durante todo el poema es uniforme. No se trata aquí, como en
otro libro que reseñamos hace unos meses, de que una voz infantil domine sobre
una voz adulta, ni de que la voz fingidamente infantil estrangule con su
engolamiento una voz adulta que se resiste a batirse en retirada y asome aquí y
allá de manera incongruente. En El idioma
secreto, por el contrario, hay una voz adulta que evoca vivencias
infantiles con su abuela en tiempos de cierta escasez y cómo esta le enseñó ese
idioma secreto que funciona como
metáfora unificadora de todo el libro. Lo curioso, empero, es que esa voz deja
al descubierto la gran paradoja de la literatura infantil, la cual, según Perry
Nodelman, consiste en que siempre hay una voz adulta que, por mucho que trate
de esconderse, siempre emerge entre los pliegues de cualquier texto destinado a
los niños. Aquí en ningún momento esta voz poética, que tiene también algo de
voz narrativa en la medida en que evoca fragmentariamente una serie
acontecimientos de su infancia, intenta pasar por la de una niña. Es, por el
contrario, la de una adulta que recuerda su niñez.
En consonancia con ello,
en El idioma secreto se da una total ausencia
de recursos propios de la poesía popular y un uso decidido del verso del verso
libre, algo que aún es llamativo dentro del terreno de la lírica para niños,
aunque sí sean más propios de la poesía para niños el protagonismo infantil y
la estructura levemente narrativa de todo el conjunto. En este sentido, el
libro podría leerse al mismo tiempo como el retrato del aprendizaje sentimental
de una niña y como un solo poema en el que el principio y el final son casi
idénticos, con una leve variación que refleja precisamente la evolución del yo
protagonista. Así, el libro se abre y se cierra de forma casi idéntica (“El
idioma secreto me lo enseñó mi abuela. / Y es un idioma que nombra las plantas
de tomate, la harina, los botones. / Un día me llamó. / Me dijo que antes de
que la muerte se la llevara quería entregarme algo. / Mi herencia era una caja
de galletas con ovillos de lana y boletas de ferretería. /Ahí dentro estaban
las palabras”), si bien al final a estos versos se les añade una coda muy
significativa (“Y con ellas /hice mi
habitación en el mundo”). Y, en efecto, entre este principio y este final casi
simétricos, las palabras se equiparan con la naturaleza y con los objetos para
dibujar un universo donde la figura central es la abuela (“Las manos de mi
abuela eran dos nidos tibios / donde volvíamos / luego del vuelo por los sauces
y los limoneros. / Quería un idioma / para nombra nuestros recuerdos. / Un
idioma secreto con palabras de pájaros y colmenas. / Un idioma de higos”). Se
trata, en fin, de un delicado retrato lleno de lirismo que, afortunadamente, las
ilustraciones de Zuzanna Celej no hacen sino subrayar con imágenes tan bellas y
coherentes con el texto como el árbol-abrigo o los caracoles rondando la taza,
todas ellas dotadas de un tono difuminado que resalta aún más el carácter
intimista del texto.
Sin duda, es una buena
noticia que un premio tan importante como el “Ciudad de Orihuela” se haya
decidido a galardonar a un libro de poemas para niños escrito en verso libre y
en el que no hay rastro alguno de la lírica popular, aunque solo sea por dar un
mentís a quienes crean que la poesía infantil debe tener siempre rima y un
ritmo muy marcado.
Ferrada, María José, El idioma secreto, Pontevedra, Kalandraka, 2013 (ilutraciones de
Zuzanna Celej).
Un libro precioso
ResponderEliminar