Yeats, Willian Butler (texto) y
Marina Marcolin (ilustraciones), The Song
of Wandering Aengus, An Spidéal, Futa Futa, 2014.
W.B. Yeats es sin duda el
gran poeta nacional irlandés, en una tierra pródiga en grandes y premiados poetas,
y puede que lo sea porque su poesía logró plasmar de manera mítica y
arquetípica la esencia de lo irlandés, al menos tal y como lo concebimos los
que no somos irlandeses: una tierra verde y brumosa, medio salvaje, llena de
cantos, baladas y leyendas, donde en cada rincón acecha el misterio pero
también la poesía.
Sin embargo, la poesía de
Yeats no es fácil. O, mejor dicho, no es fácil llegar a ella porque es
engañosamente fácil, y a veces uno se queda con cara de ¿Y? después de leer un poema suyo. Pero si toda poesía ha de leerse
a ser posible en versión original para comprenderla del todo y toda traducción
de poesía es en poesía más que en prosa una traición continuada, en el caso de
Yeats lo es aún más. De hecho, no fue hasta que leí sus poemas en inglés cuando
comencé a apreciarlos como se merecían, pues es solo en su versión original
donde salta al oído su sonoridad próxima a la balada, su ritmo irresistible, su
incuestionable embrujo sonoro. Además, Yeats es un poeta de sorpresas, porque
en más de una ocasión sus poemas discurren por una aparente senda de prosaísmo
que desemboca empero en una imagen sublime e inolvidable que es la que sostiene
el resto de los versos, los transfigura y nos ilumina a modo de saludo final.
Sucede, por ejemplo, en uno de sus más conocidos, When you’re old, y sucede también en este The Song of Wandering Aengus, cuyos dos versos finales son
antológicos: The silver apples of the
moon / The golden apples of the sun, es decir, “Las manzanas plateadas de
la luna, / las manzanas doradas del sol”*. Dos versos, por cierto, usados con
gran acierto en Los puentes
de Madison, una película sobre un breve encuentro amoroso que remitía con
gran congruencia así a este poema sobre un encuentro amoroso breve que, como
aquel del film de Eastwood, se prolonga a través del tiempo y el recuerdo.
Yeats, claro está, no
escribió estos versos para niños, pero volvemos a lo
de siempre, a la adecuación por encima de la pretensión, al hecho de que la
literatura infantil es eminentemente un gran monstruo voraz y sobre todo
pragmático, que come de todo y coge aquello que se aviene con ella, venga de
donde venga, y haya sido escrito con la intención que haya sido escrito. Aun
así, tanto esta canción como otros de sus poemas como se pueden considerar
aptos para niños, pues cumplen con bastantes de los rasgos más recurrentes de
la poesía infantil: hay una gran presencia de la narratividad, un ritmo muy
marcado que hace que casi se puedan cantar (muchos han sido musicados, como el
conocidísimo Down by the Salley Garden,
usado por cierto en los créditos de la película El baile de agosto), una aparente pero engañosa transparencia que
los hace fáciles de entender y que al mismo tiempo no está reñida con una
poeticidad altísima, a veces recóndita pero siempre iluminadora, a la que hacía
referencia antes. Por todo ello, no es de extrañar que este poema se haya
convertido en un libro ilustrado. Lo que sí puede sorprender a priori es
que, a la hora de plasmar en imágenes esta pieza tan arquetípicamente
irlandesa, no se haya elegido un ilustrador de esa nacionalidad, sino a una
artista italiana, Marina Marcolin. Y no cabe, en cambio, imaginar una mejor
opción para este texto.
Marina Marcolin es una
artista con un estilo basado en gran parte en la elección de una técnica única
no demasiado usada en la ilustración actual: la acuarela. En sus obras la técnica es el
estilo, en cierto modo, como ya comenté hace unos meses al reseñar otro
magnífico libro magníficamente ilustrado por ella, Poesie della notte, del giorno, di ogni cosa intorno. Nada
mejor que sus acuarelas, con su delicada acuosidad, sus
difuminados, sus colores poco saturados, para replicar en imágenes esa Irlanda
arquetípica de la que ya hemos hablado antes, húmeda y brumosa, que además es
la que parece dibujar Yeats en sus versos.
Pero para
ilustrar el estilo no basta, porque la ilustración, que no es sino otra manera
de ofrecer una interpretación de un texto (como la misma crítica literaria),
implica una continua toma de decisiones, que con textos no destinados para
formar parte de una obra ilustrada comienza ya con la propia estructuración,
porque es necesario, en primer lugar, secuenciarlo, y, en segundo lugar, elegir
una imagen que acompañe a los versos, que es un proceso más complicado de lo
que parece, sobre todo en el caso de la poesía, ya que normalmente la capacidad
de sugerencia deja versos abiertos en su interpretación que deben ser
rellenados de una determinada manera. Así, si traducir es en cierto modo
traicionar, porque hay que elegir una de las posibles opciones para cerrar el
texto en otro idioma, ilustrar también lo es, porque ofrecer al lector una
imagen al lado del texto cierra el proceso interpretativo.
En el caso de este poema,
no debe de haber sido muy difícil secuenciarlo porque él mismo está ordenado,
por su narratividad, en secuencias bastante aislables y reconocibles; pero se
nota que la ilustradora – o quienquiera que se haya encargado de hacer la
secuenciación – ha interiorizado bien el texto, porque la secuenciación no
obedece a una distribución regular de los versos, es decir, no se cortan los
versos de dos o en dos, o de tres en tres, sino en función de la progresión
narrativa del propio poema; de ahí que haya a veces secuencias de uno, dos,
tres y cuatro versos. Sí que debe de haber sido
más difícil en cambio encontrar las imágenes que deben ilustrar cada secuencia, porque
además una poesía tan engañosamente transparente como la de Yeats corre el
peligro al ser ilustrada de caer en la redundancia, es decir, puede hacer que
el lector se pregunte: ¿y para qué la ilustración?
En el caso de las
ilustraciones de Marina Marcolin, estas fluctúan entre lo ambiental, lo
metafórico y lo literal. Es importantísimo, por ejemplo, el papel que el
paisaje desempeña en estas ilustraciones, que tienen de esta manera una función
claramente ambiental que conecta con el imaginario irlandés, y que queda de
relieve desde los páramos que podemos ver en las guardas, y las colinas verdes,
con cielo nuboso y húmedo, que precede a la portada, y que luego tendrá
continuidad más adelante.
Luego hay también
soluciones metafóricas que añaden un toque personal al texto. Por ejemplo, en
la primera secuencia (I went out to the
hazel Wood / Because a fire was in my head), donde vemos una silueta masculina
difuminada y empequeñecida caminando sobre la rama de un árbol que se va
perdiendo y difuminando también a lo largo de la página.
El ejemplo más claro es la
tercera secuencia, donde se narra cómo Aengus pesca una trucha plateada (And when white moths are on the wing/ And
moth-like stars were flickering out / I dropped the berry in the stream / And
caught a little silver trout), y vemos cómo esa misma silueta masculina,
con los pies metidos en el agua y pescando con una rama de avellano, con un
hilo que llega hasta las estrellas y que pesca una estrella del cielo
estrellado que se ve en la parte izquierda de la doble página. De esta manera,
se da una interpretación – parcial,
por supuesto, pero también personal – concreta de esa parte mágica del poema, en el que
la trucha plateada se convierte, como se ve después, en una joven luminosa con
flores de manzano en la cabeza. La representación de esta joven, clave para el
poema, está caracterizada por una acertada evanescencia que se consigue muy
bien con la acuarela, como también el momento en que desaparece, en la
siguiente secuencia, de una gran belleza.
La última parte del poema,
ya donde entra en escena la melancolía, el poema se parte en secuencias más
cortas. En la primera vemos esa misma silueta difuminada y perdida en medio del
paisaje pero con un cayado y encorvada (Though
I am old with wandering), y, en medio de dos secuencias donde el paisaje
vuelve a ser protagonista (Through hollow
lands and hilly hands / And walk
among long dappled grass), la ilustradora nos ofrece otra interpretación
más personal del texto en dos versos importantes (I will find out where she has gone / And kiss her lips and take her
hands), donde, en medio de un cielo donde vuela una bandada de pájaros,
podemos ver en primer plano dos manos por la derecha encontrándose otra por la
izquierda, todas ellas difuminadas también, haciendo hincapié, pues, en la
propia irrealidad del verso, que no expresa una realidad sino un deseo.
Finalmente, la última
secuencia (And pluck till time and times
are done / The silver apples of the
moon / The golden apples of the sun) es todo un desafío para la
ilustración, por su poder metafórico y evocativo. Marcolin lo resuelve de una
manera intermedia. Nos ofrece una doble página dividida claramente dos partes:
la de la izquierda representa un noche con luna casi llena, y es
azul,oscura y plateada; la de la derecha tiene un fondo blanco y dorado. En
medio, con la mitad en cada una de las páginas, la copa de un
manzano: la mitad izquierda es oscura y plateada, como ese lado, y la de la
derecha es clara y dorada, como el otro lado. Y, para remitir de manera
coherente a la primera secuencia, de la copa del árbol sale un rama que se va
difuminando y sobre la cual vemos la misma secuencia masculina que hemos
conocido a lo largo del poema, pero ahora cogido de la mano a una silueta
femenina de perfil. Así, Marcolin nos ofrece una interpretación que
cierra el poema, en sí mucho más ambiguo respecto al final, antes de que las
guardas nos lleven otra vez a los páramos.
De esta manera, Marina
Marcolin consigue algo muy difícil: ponerse al servicio de los versos de Yeats
ante todo, pero además ofrecer una interpretación personal; no traicionar el
espíritu de los versos, pero llevarlos a su terreno. Un bravo, pues, para ella, y para
el editor que tuvo la idea de encargarle la tarea de ilustrar The Song of Wandering Aengus, pues el
resultado es una joya que esperamos ver pronto en castellano.
*El poema se puede leer en
castellano en varias webs a las que remite google; sin embargo, en todas ellas,
y no se sabe bien por qué razón, se traduce “silver trout” como “trucha
dorada”.