En uno de los últimos números de Babelia, el crítico Manuel Rodríguez Rivero reflexionaba en su Sillón de orejas sobre el desigual reparto por sexos en las obras elegidas por los críticos de esa misma publicación como las mejores del año, muy decantadas a favor de los escritores y en general con muy escasa presencia femenina. Una reflexión que es habitual y cuyas causas siguen sin tener una respuesta clara.
A raíz de este artículo y del repaso que he realizado de mis reseñas en el blog durante todo este año para elegir a los 4 de 2014, he clasificado las obras reseñadas aquí por el sexo de su autor, y he aquí una sorpresa que quizás no lo es tanto: de las veinte obras reseñadas, catorce han sido escritas o antologadas por mujeres; de las cuatro obras seleccionadas como las mejores o más significativas de 2014, tres han sido escritas o elaboradas por mujeres (la de Mar Benegas es una antología, pero la responsabilidad es suya), y, si contamos los dos accésits, la mayoría femenina sigue siendo aplastante y abrumadora (dicho sea con dos tópicos nada poéticos).
Una distribución como esta invita por supuesto a la reflexión de la misma manera que el resultado de las votaciones de Babelia animaron al crítico Rodíguez Rivero a dedicar a este asunto de la paridad su columna semanal, sobre todo porque yo nunca he tenido en cuenta ese criterio para seleccionar las obras que reseño en este blog, y por lo tanto el resultado puese ser considerado fruto del azar o de la conjunción de una serie de factores diversos, como la publicación de novedades, la concesión de premios, los envíos de editoriales, mi propio olftato y mi curiosidad, así como mi gusto personal. Pero tal mayoría femenina creo que no debe ser fruto de la casualidad, sino que debe de reflejar alguna tendencia dominante dentro de la poesía infantil española (y no solo española) de estos años: me parece que la poesía infantil es en general una actividad mayoritariamente femenina, en la que publican más mujeres y destacan más mujeres, como se deduce, por ejemplo, de los últimos premios concedidos en nuestro país. Solo así se explica que en mi selección completamente aleatoria de este año destaquen tanto las mujeres.
Esta preponderancia es sin duda, como tantas otras cosas en la vida y en la vida literaria, una cuestión de género y no de sexo, es decir, de todas aquelas características culturales (y no naturales) ligadas por convención y repetición (y performatividad, que diría Judith Butler) a cada uno de los sexos. Escribir para niños ha sido considerado propio de mujeres (y con ese propio quiero indicar dos cosas: por un lado, que se consideraba adecuado, y, por otra, que se veía natural), quizás porque se veía como una prolongación natural de su propia función de cuidadoras, y porque siendo como era y como es aún la LIJ un género considerado menor, para la hegemonía masculina, para los grandes autores que se dedicaban a la gran literatura destinada a los lectores grandes y por tanto a los grandes lectores, el triunfo de una escritora en el terreno de una literatura menor destinada a lectores menores no suponía competencia alguna. De ahí que haya ejemplos claros de mujeres que triunfaron en la LIJ cuando no las había en los géneros mayores. Lo mismo pasa con el triunfo de las mujeres en subgéneros considerados de segunda categoría, como la novela negra o la literatura romántica: a las mujeres, al fin y al cabo, se les ha dejado tradicionalmente acceder a la literatura vista como menor, a la subliteratura, y la LIJ es aún considerada una parte de ella.
Esta preponderancia es sin duda, como tantas otras cosas en la vida y en la vida literaria, una cuestión de género y no de sexo, es decir, de todas aquelas características culturales (y no naturales) ligadas por convención y repetición (y performatividad, que diría Judith Butler) a cada uno de los sexos. Escribir para niños ha sido considerado propio de mujeres (y con ese propio quiero indicar dos cosas: por un lado, que se consideraba adecuado, y, por otra, que se veía natural), quizás porque se veía como una prolongación natural de su propia función de cuidadoras, y porque siendo como era y como es aún la LIJ un género considerado menor, para la hegemonía masculina, para los grandes autores que se dedicaban a la gran literatura destinada a los lectores grandes y por tanto a los grandes lectores, el triunfo de una escritora en el terreno de una literatura menor destinada a lectores menores no suponía competencia alguna. De ahí que haya ejemplos claros de mujeres que triunfaron en la LIJ cuando no las había en los géneros mayores. Lo mismo pasa con el triunfo de las mujeres en subgéneros considerados de segunda categoría, como la novela negra o la literatura romántica: a las mujeres, al fin y al cabo, se les ha dejado tradicionalmente acceder a la literatura vista como menor, a la subliteratura, y la LIJ es aún considerada una parte de ella.
La conclusión, pues, es bastante clara: la LIJ ya es una especie de arrabal pintoresco de la LITERATURA con mayúsculas (de ahí que todo el mundo te diga algo así como "qué bonito" cuando dices que enseñas y escribes literatura para niños, sin pensar que esta no debe ser bonita sino buena, porque es la base formativa de futuros buenos lectores, cosa paradójica, porque luego quienes se quejan de que los alumnos llegan muy mal formados como lectores a la enseñanza media y superior son los que más desprecian la LIJ desde sus atalayas docentes de institutos y universidades), y por lo tanto no importa que las mujeres monopolicen el pastel porque al fin y al cabo en la LITERATURA esa parcela no importa demasiado ni cuenta para el CANON; pero la poesía infantil es el arrabal pintoresco de la LIJ, un terreno silenciado doblemente: porque la poesía ya es en sí mismo un género menor en cuanto a difusión y popularidad, y porque la LIJ también lo es. La poesía infantil es por tanto el género menor al cuadrado, lo menor de lo menor, y por eso no importa demasiado que las mujeres sean las que cuiden de él, como hacen lo mismo con los niños en edades tempranas, ya que sigue habiendo más maestras que maestros: las cosas importantes se dejan para ellos. Pero se olvida al final algo muy importante: los buenos lectores no se forman leyendo el Quijote o los cantos de Ezra Pound en las aulas de infantil, sino dando a esos lectores textos literarios adecuados para su edad sin rebajar por ello el nivel de ambición y pretensión literaria. Hasta que no nos tomemos en serio y valoremos la importancia formativa de esos años, no habrá buenos lectores ni personas realmente formadas. Ya no es, pues, una cuestión de poesía: es una cuestión de formación integral y perspectiva de futuro. Y en ello, la poesía, como la literatura, tiene una función, desde luego.
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