Nogués Otero, Alex, Pequeño buzo somnoliento, Barcelona,
Porkepik, 2014 (ilustraciones de Silvia Cabestany, Jacqueline Molnar, Esther
Gómez, Delphine Labedan, Ana Yael y Carmen Queralt; música: Daniel Nogués
Otero; voz: Laura Monedero)
A veces, para reseñar un
libro como se merece hay que ir más allá del objeto resultante y llegar hasta
su génesis. No siempre esta resulta significativa, pero en este caso explica
gran parte de las características del libro y la forma en la que ha llegado al
final a nuestras manos. El autor, Alex Nogués Otero, que hace unos meses tuvo
la amabilidad de adelantarnos algunos de los versos que forman parte del libro,
lo explica en una entrada de su blog titulada
“Imaginé un libro”, que transmite un entusiasmo y un amor por
la poesía infantil de lo más refrescante, amén de una fe inquebrantable en el
proyecto, que es la que lo ha traído hasta nuestra manos.
Como muchas otras obras de
literatura infantil, Pequeño buzo
somnoliento nació del contacto con un niño en concreto, en este caso el
hijo del autor, que lo llevó a mirar la realidad de otra manera y a escribir poesía
pensando en él. Así nació el primer poema que figura en el libro, Un tipo muy flaco, que quedó, solitario,
un año entero. Más adelante, a raíz del nacimiento de su hija y de un juego
familiar, surgió el poema que cierra el libro, El vientre de la ballena, y con él prendió la chispa definitiva que
le llevó a escribir otros dieciocho poemas y a tener, pues, un poemario
infantil. Desde el principio tuvo el autor claro, según confiesa, que su idea
era que varios ilustradores se hicieran cargo de la tarea de poner imágenes a
sus versos. Así, tanteó a varios artistas y, para su sorpresa, obtuvo muchas
respuestas afirmativas. Con ello, y con la música de su hermano Daniel Nogués
Otero como banda sonora de los poemas, el proyecto quedó listo para ser enviado
a varias editoriales, las cuales, aun estando interesadas, no lo aceptaron. Lo
más sencillo hubiera sido tirar la toalla en ese momento, pero el autor decidió
tirar hacia delante mediante la colaboración con la ONG Payasos sin Fronteras y
a través de la plataforma de micromecenazgo Vekami. Al final, ciento sesenta y
cinco personas – citadas todas ellas al final del volumen – colaboraron para
que fuera posible que llegara a nuestras manos este libro, al cual, además de
las ilustraciones y de la música ya mencionadas, se unió la voz de Laura
Monedero recitando todos los poemas.
Este casi tortuoso proceso
de autoedición sirvió, sin embargo, para que el autor pudiera controlar todos
los aspectos de la producción del libro y para que fuera verdaderamente la obra
que él quería ofrecer a los lectores, empezando por sus hijos y siguiendo por
todos los niños (y no tan niños) del mundo. Esto confiere al libro una libertad
que quizás no tuviera de otra manera, y que se manifiesta en dos aspectos
principalmente. En primer lugar, la variedad de ilustradores, ya que es muy
difícil que una editorial convencional decida ilustrar un libro a varias manos.
Y, en segundo lugar, la presencia de la música y del recitado. De esta manera, Pequeño buzo somnoliento se convierte en
una obra de poesía infantil total, ya que en él los versos no solo se combinan
con la ilustración, como es habitual en la lírica para niños, sino también con
otro medio de expresión estético directamente relacionado con el género poético
como es la música. La evidente ligazón entre poesía y música se agudiza en el
caso de la poesía infantil, que, por la influencia de la lírica popular y sus
recursos, es más cantada, recitada y gritada que leída, a diferencia de la
lírica actual para adultos, más pensada para ser disfrutada individualmente y
en silencio. Esa faceta queda aquí reflejada en la voz de Laura Monedero y
reforzada por la música de Daniel Nogués.
Pero, más allá de estos
aspectos editoriales, lo que debe interesarnos por encima de todo lo demás
cuando hablamos de un libro de poesía es el texto en sí, es decir, los versos,
porque de nada sirve un ropaje resultón tanto visual como sonoro si el corpus
que se esconde debajo es escuálido y no se sostiene por sí mismo. Por eso, hay
que preguntarse si los versos de este Pequeño
buzo somnoliento funcionan por sí solos, en primer lugar; y, en segundo
lugar, y ya que se trata de un libro ilustrado, si estos versos entran en
comunión con las ilustraciones, y si la variedad de estilos que muestran estas,
inevitable cuando se deben a las manos de artistas distintos, es pertinente. En
definitiva, cabe preguntarse si esta variedad de ilustradores y de estilos
resulta pertinente y adecuada para el conjunto, y no se trata de un simple
capricho de autor. Más que nada porque, si fuera este el caso, tal vez el libro
se convertiría en una especie de miscelánea o de colección de piezas sin un
hilo común.
Afortunadamente esto no
ocurre debido a que el punto de partida textual, es decir, los versos, ya son
en sí mismos variados. Cada poema impone su propio estilo, pues no usan en
ellos los mismos recursos, ni la misma métrica. Por esa razón, el libro ya en
es en sí mismo un conjunto interesante en el que se manifiestan formas, tonos y
metros de diverso tipo, dentro de un conjunto articulado temáticamente por dos
de los motivos más presentes en la poesía infantil actual: la presencia de la
naturaleza y, en especial, los animales, por un lado; y el momento de la noche,
por otro. A través de este segundo motivo se da entrada además a referencias a
un imaginario ligado al espacio e incluso a la tecnología, en poemas como Robot durmiente, Hmmm, Nana fugaz o Se esconde
la luna.
Estos temas están tratados
de formas distintas. Para empezar, hay una variedad métrica y de rima
considerable, lo cual ya impone diversos registros y maneras variadas de
desplegar el ritmo a lo largo de las páginas. No se da aquí, como en muchos
poemarios infantiles, un uso casi monocorde de ciertos recursos líricos ligados
a la poesía popular (arte menor, rima asonante, estrofas tradicionales) que dan
cohesión al conjunto pero también lo dotan de cierta monotonía. Por el
contrario, se observa una alternancia del arte mayor con el menor y de los
tipos de rimas, y en general no hay estrofas reconocibles, de manera que cada
poema parece adaptarse así a su propio tono, a su tema y a la intención
comunicativa libremente.
En general, los versos
largos se usan para poemas más líricos y los cortos para poemas más lúdicos, de
manera que se produce una alternancia muy acertada que se extiende también al
uso de la lengua y al estilo. De ahí que haya poemas construidos sobre recursos
propios de la poesía popular como enumeraciones,
paralelismos, anáforas, estribillos, versos cortos y ritmo marcado (Cuéntame, Hay sueños que se hacen realidad, El vientre de la ballena) junto con otros, los más líricos, en los que
se da entrada a metáforas, arte mayor e imágenes tan bellas como las que se
suceden en este poema, donde con gran acierto se usan elementos cotidianos, muy
ligados al imaginario infantil, para trazar una relación entre la tierra y el
cielo:
Son galletas
los planetas.
Y la luna reluciente
un croissant bien
crujiente.
Pintada de chocolate negro
toda la cúpula del cielo.
Y las estrellas no son
tales
sino azúcar a raudales.
Es el cielo Hansel y
Gretel
y por suerte, aquí la
bruja
se fue lejos en cohete.
Come, come lo que puedas.
Es tu sueño, ¿a qué esperas?
En fragmentos así es donde
la voz de este poemario da el do de pecho, sin duda, porque se ve que el autor
concibe la poesía infantil como una manera de emitir otra mirada sobre el mundo
y sobre el lenguaje del que nos valemos para reflejarlo. Solo por ello, ya
merecería la pena este poemario. Pero, además, el autor no tiene miedo al verso
largo, como, por ejemplo, en Ciervo
blanco, que refleja una escena de una belleza poderosa: el momento en que
las estrellas se enredan en la cornamenta de un ciervo para iluminar el bosque.
Y tampoco rehúye el autor la intertextualidad más o menos encubierta, como en
el poema Preguntas sobre el pequeño mundo,
una sucesión de interrogaciones¡ ligadas a los animales, como, por ejemplo: “¿Sueña
la mosca con plastas enormes? / ¿Sueña con saltos el saltamontes?”, una idea
que se prolonga también en Robot
durmiente (“Para dormirse el robot / no cuenta ovejas / sino tuercas
viejas”).
Como no podía ser de otra
manera, una variedad parecida, si no mayor, se da en las ilustraciones. Cada
ilustrador pone imágenes a un mínimo de tres y un máximo de cuatro, y, aunque no
sabemos si ha sido el autor quien ha asignado el texto a cada uno de ellos en
función de la adecuación de su estilo a los versos, el resultado a este
respecto es realmente notable. Un poema más lírico e imaginativo como Un mimo a la luna (“Tira de cuerdas
invisibles. Sube escaleras imposibles. / Llora sin llanto. / Finge un
espanto. / No llega, no alcanza, / no logra besarla. / Pero la luna llena / del
mimo se apiada / y con polvo de estrellas / le pinta la cara”) va inmerso en
letras blancas en una ilustración intensamente poética de Ana Yael, donde una
luna personificada sopla motas blancas que componen una vía láctea rematada por
dos mangas de rayas y un bombín, todo ello sobre un fondo negro. Un recurso
parecido usa la misma artista en una de las imágenes más poderosas del libro,
la del ciervo blanco cuyos cuernos forman una constelación.
Las de Un tipo muy flaco, de Carmen Queralt, en
cambio, son luminosas y más coloristas, y está hechas con la técnica de
collage, usando trozos de tela que remiten asimismo al texto, que comienza
diciendo “Un tipo muy flaco / y un sapo de trapo / pasean saltando / cantando,
silbando”.
Un poema más convencionalmente narrativo como Noche de Reyes, por su parte, va acompañado de las ilustraciones
más pictóricas y tendentes al realismo de Delphine Labedan, mientras que en El vientre de la ballena, la ilustración
de Jacqueline Molnár posee un abigarramiento de estilo un tanto naif que además
remite al origen familiar y doméstico del mismo poema.
Un aire más lírico, con
sus colores más difuminados, que parecen rehuir la estridencia y ahondar en
cierto intimismo, tienen las ilustraciones de Esther Gómez, perfecto para
poemas como En lo más crudo del crudo
invierno o Mini-noche nupcial,
que rezuman cierta calidez doméstica. Y las de Silvia Cabestany, a quien se debe la ilustración de la cubierta y del poema que da título al libro, juegan acertadamente con los primeros planos (en Cuéntame
y en Hmmmm), además de incluir
detalles tan afortunados como el papel cuadriculado en el primero de estos dos
poemas.
De manera parecida, las
composiciones de Daniel Nogués Otero y la voz de Laura Monedero saben captar
también la variedad tonal de cada poema, redondeando así un libro que, como decíamos
más arriba, se presenta como una obra poética total por la combinación de
diversos lenguajes y por el esmero en la edición, pero que, al mismo tiempo, en
tanto producto editorial arriesgado y personal que no ha tenido cabida en los
catálogos de editoriales ya consolidadas, refleja también ciertas tendencias
actuales de las industrias culturales que tal vez auguren un cambio de
paradigma. Sin duda es admirable comprobar que hay una persona con tanta fe en
una obra suya como para luchar hasta el final por que esta llegue a los
lectores, pero todo esto esfuerzo también hace pensar que quizás este modo de
financiación y difusión sea cada vez más frecuente en el futuro. Una opción
que, como ocurre aquí, da más libertad al creador para realizar la obra que
tiene en mente, pero que, al mismo tiempo, puede no encontrar los cauces de
difusión y venta que merece. Por ello, y al igual que decíamos de Abecedario del cuerpo imaginado hace
unas semanas, este también puede ser un ejemplo claro del libro del futuro,
aunque por razones totalmente distintas. De momento, desde este blog, deseamos
que este Pequeño buzo somnoliento remueva
un poco con sus impetuosas brazadas las aguas de la poesía infantil actual.