viernes, 30 de mayo de 2014

El pájaro suerte

  
Pisos, Cecilia, El pájaro suerte y otros poemas, Buenos Aires, pequeño editor, 2011 (ilustraciones de Silvia Lenardón).


Los hispanohablante tenemos la fortuna de compartir la misma lengua con millones de personas que viven a miles de kilómetros de nosotros y que han tenido unas vivencias y una trayectoria vital a buen seguro muy distinta de la nuestra. Compartir una misma lengua no significa en absoluto compartir un mismo imaginario o una misma cosmovisión – al fin y al cabo, ¿qué tengo yo que ver con un costarricense, por mucho que ambos hablemos en español? – pero sí implica que podamos asomarnos a esas maneras distintas de ver y de vivir la vida sin necesidad de un traductor, paladear sin mediadores esos giros lingüísticos, así como leer tal y como fueron escritos textos procedentes de lugares del planeta muy, muy alejados.
Desafortunadamente, la inexistencia de un trasvase fluido entre las obras escritas y editadas en países hispanoamericanos y los lectores españoles nos impide muchas veces conocer verdaderas joyas como este El pájaro suerte y otros poemas que ha llegado a mis manos (y a mis asombrados y deslumbrados ojos) gracias a la propia generosidad de la propia autora, pues en España no se ha distribuido, hasta donde sabemos.
Hace algunos meses ya analizamos otra obra de Cecilia Pisos a la que llegamos por azar, Soplacoplas, un poemario brillantemente escrito e ilustrado en que la autora renovaba un molde métrico tan antiguo como la copla. Si entonces era esa estrofa tradicional la que unificaba todo el libro, ahora es el turno de un tema tan frecuente en la poesía infantil como es el mundo animal, el pájaro en esta ocasión. En ambos casos, Cecilia Pisos lleva a cabo una maniobra poética muy similar: partir de la tradición, de rasgos propios de la poesía infantil, para crear un artefacto verbal que no se queda en la repetición de temas o formas tópicos, sino que aboga por aquello que a nuestro juicio debe ser la poesía infantil: otra forma de mirar, otra forma de hablar. Para ello no hace falta usar palabras raras o sintaxis complicada. Basta con usar elementos de la realidad de otra manera, haciendo ver sus conexiones y similitudes con otras cosas.
Así,  El pájaro suerte se ofrece como un tratado de ornitología imaginaria, en la medida en que aquí encontramos un catálogo de diversos tipos de pájaros: el pájaro viento, el pájaro te lo dije, el pájaro suerte o el pájaro cuchara. Como se puede deducir fácilmente, la creación de los nombres de estas criaturas se basa en un procedimiento que funciona por aposición: se une la palabra pájaro a otro sintagma para designar una nueva especie imaginaria, y a partir de ahí se desarrolla el poema, que generalmente se basa en un metáfora o una imagen más desarrollada, aunque también se da entrada a veces a un juego de palabras de base más fonética. Son poemas breves, fogonazos que tienen mucho de greguería. Dicha brevedad los hace muy adecuados para primeros lectores y con ello la autora demuestra varias cosas: que los poemas para niños pequeños no tienen por qué renunciar a las figuras literarias más frecuentes e importantes de la poesía en general; que los niños también tienen derecho a una poesía con metáforas; que no tienen por qué predominar en estas edades los recursos repetitivos propios de la poesía tradicional; y que sin duda una poesía tan visual como esta también es adecuada para los niños, pues alimenta su imaginario. En este aspecto, desempeña un papel fundamental la tipografía elegida para los poemas, que están impresos en letras grandes y separadas, y que sin duda busca primeros lectores.  
Llamativo resulta también el hecho de que las ilustraciones muestren tanta consonancia con los poemas y su tipografía. Hay, en primer lugar, una armonía cromática, ya que el nombre el pájaro del poema, ya esté al final o al principio del mismo, siempre está en letras más gruesas y en un color que concuerda con las ilustraciones, de tal manera que se integra dentro del conjunto. Asimismo, la desnudez y brevedad de los poemas, con pocos versos, con conceptos muy ceñidos, luce más en medio de la página en blanco. Todos los fondos lo son, y sobre ellos se dibujan el texto y la ilustración casi como si formaran parte de un mismo mensaje. Además, se trata de ilustraciones bastante similares a las de un cuaderno de colorear infantil, y, de hecho, la manera en que está aplicado el color recuerda en su textura a la irregularidad propia de los niños cuando rellenan este tipo de dibujos con lápices de colores, aunque, claro está, el efecto esté estilizado por una mano mucho más experta.
Estas ilustraciones ofrecen varias interpretaciones del texto al que acompañan. A veces es elíptica, como, por ejemplo, en el pájaro viento, aprovechando precisamente la invisibilidad que pone de manifiesto el propio poema (“El pájaro viento / vuela y vuela / y nunca / consigue hacerse ver”). Otras veces, humorística y surrealista, como en “El pájaro te lo dije / repite y repite / la misma canción / hasta marearte”. Otras componen verdaderos poemas visuales, como en “Hay pájaro tan tan… / que solo revolotean / por los campanarios”, con unos expresivos pájaros-campanas. Y otras veces, en fin, reflejan más al pie de la letra el poema, como en el pájaro mano o el pájaro avión, si bien aquí hay una licencia poética y algo lúdica al colocar a un niño y un pájaro sobre un avión con forma de pájaro que conduce a su vez un pájaro.
En conjunto, el libro es excelente, bellísimo, y el hecho de haberlo reseñado no se debe a que nos lo haya mandado la propia autora  y nos sintamos en deuda con ella. Se debe, empero, a su condición de joya literaria en todos los sentidos, tanto en el texto como en la ilustración. Es una pena, pues, que este pájaro suerte no vuele hasta España, porque, cuando imaginamos una poesía de calidad para primeros lectores, es algo muy parecido a lo que puede leerse en este poemario.

miércoles, 28 de mayo de 2014

Discovering Poetry




      Hace un par de días me llegó a casa este libro, Discovering Poetry. A Poetry Course for Key Stage 3, de Denise Scott, procedente de Reino Unido. Hasta hace bien poco desconocía totalmente su existencia, pero fue mi amiga Alicia Mellado la que me lo enseñó cuando visité su casa hace unas semanas. Según me contó ella, su sobrino lo usó cuando estudiaba en el Colegio Británico de Madrid y luego ella se lo cogió y se lo llevó a su casa. Yo, tras conocerlo, no pude hacer otra cosa más que intentar comprarlo, lo cual no fue difícil ni costoso: afortunadamente, en amazon.co.uk siempre hay muchos libros a 0,99 peniques que, sumándoles los gastos de envío a España, cuestan en total menos de cuatro euros.
    La razón por la cual sentí tal deseo de hacerme con él, incluso sin llegar a leerlo entero y habiéndolo hojeado solo superficialmente, no es solo el hecho de que exista un manual escolar dedicado solo a la poesía, sino la manera en que se aborda en él el acercamiento a ella desde las primeras páginas. Mientras que aquí en España, al menos cuando yo estudiaba, se le concedía demasiada importancia a medir versos y reconocer estrofas y figuras literarias, el punto de partida de Denise Scott es muy distinto. La primera lección se llama Playing with Words, y no empieza intentanto definir la poesía, sino haciendo que el estudiante reconozca en su vida diaria aquellas manifestaciones que tienen puntos en común con la poesía. Así, comienza de la siguiente manera:

     Poetic verse has always been the most popular form of communication to celebrate or commemorate life's special occasion. Poems written for a special occasion are called occassional poetry. Here are just a few examples: 

       Birthday greetings to my friend. 

       Let your friendship never end. 

      I'm for you and you're for me.

      Plain for anyone to see. 

    No se me ocurre mejor manera de introducir a los alumnos en los secretos de la poesía que llevándolos a ella a través de pasadizos que ya conocen y con los que están familiarizados. Quizás esto no sirva para crear lectores de poesía (que, no nos engañemos, puede que siempre sea un género minoritario), pero al menos sí servirá para perder menos adeptos a esta bella causa.

domingo, 25 de mayo de 2014

Pequeño buzo somnoliento


Nogués Otero, Alex, Pequeño buzo somnoliento, Barcelona, Porkepik, 2014 (ilustraciones de Silvia Cabestany, Jacqueline Molnar, Esther Gómez, Delphine Labedan, Ana Yael y Carmen Queralt; música: Daniel Nogués Otero; voz: Laura Monedero)

A veces, para reseñar un libro como se merece hay que ir más allá del objeto resultante y llegar hasta su génesis. No siempre esta resulta significativa, pero en este caso explica gran parte de las características del libro y la forma en la que ha llegado al final a nuestras manos. El autor, Alex Nogués Otero, que hace unos meses tuvo la amabilidad de adelantarnos algunos de los versos que forman parte del libro, lo explica en una entrada de su blog titulada “Imaginé un libro”, que transmite un entusiasmo y un amor por la poesía infantil de lo más refrescante, amén de una fe inquebrantable en el proyecto, que es la que lo ha traído hasta nuestra manos.
Como muchas otras obras de literatura infantil, Pequeño buzo somnoliento nació del contacto con un niño en concreto, en este caso el hijo del autor, que lo llevó a mirar la realidad de otra manera y a escribir poesía pensando en él. Así nació el primer poema que figura en el libro, Un tipo muy flaco, que quedó, solitario, un año entero. Más adelante, a raíz del nacimiento de su hija y de un juego familiar, surgió el poema que cierra el libro, El vientre de la ballena, y con él prendió la chispa definitiva que le llevó a escribir otros dieciocho poemas y a tener, pues, un poemario infantil. Desde el principio tuvo el autor claro, según confiesa, que su idea era que varios ilustradores se hicieran cargo de la tarea de poner imágenes a sus versos. Así, tanteó a varios artistas y, para su sorpresa, obtuvo muchas respuestas afirmativas. Con ello, y con la música de su hermano Daniel Nogués Otero como banda sonora de los poemas, el proyecto quedó listo para ser enviado a varias editoriales, las cuales, aun estando interesadas, no lo aceptaron. Lo más sencillo hubiera sido tirar la toalla en ese momento, pero el autor decidió tirar hacia delante mediante la colaboración con la ONG Payasos sin Fronteras y a través de la plataforma de micromecenazgo Vekami. Al final, ciento sesenta y cinco personas – citadas todas ellas al final del volumen – colaboraron para que fuera posible que llegara a nuestras manos este libro, al cual, además de las ilustraciones y de la música ya mencionadas, se unió la voz de Laura Monedero recitando todos los poemas.
Este casi tortuoso proceso de autoedición sirvió, sin embargo, para que el autor pudiera controlar todos los aspectos de la producción del libro y para que fuera verdaderamente la obra que él quería ofrecer a los lectores, empezando por sus hijos y siguiendo por todos los niños (y no tan niños) del mundo. Esto confiere al libro una libertad que quizás no tuviera de otra manera, y que se manifiesta en dos aspectos principalmente. En primer lugar, la variedad de ilustradores, ya que es muy difícil que una editorial convencional decida ilustrar un libro a varias manos. Y, en segundo lugar, la presencia de la música y del recitado. De esta manera, Pequeño buzo somnoliento se convierte en una obra de poesía infantil total, ya que en él los versos no solo se combinan con la ilustración, como es habitual en la lírica para niños, sino también con otro medio de expresión estético directamente relacionado con el género poético como es la música. La evidente ligazón entre poesía y música se agudiza en el caso de la poesía infantil, que, por la influencia de la lírica popular y sus recursos, es más cantada, recitada y gritada que leída, a diferencia de la lírica actual para adultos, más pensada para ser disfrutada individualmente y en silencio. Esa faceta queda aquí reflejada en la voz de Laura Monedero y reforzada por la música de Daniel Nogués. 
Pero, más allá de estos aspectos editoriales, lo que debe interesarnos por encima de todo lo demás cuando hablamos de un libro de poesía es el texto en sí, es decir, los versos, porque de nada sirve un ropaje resultón tanto visual como sonoro si el corpus que se esconde debajo es escuálido y no se sostiene por sí mismo. Por eso, hay que preguntarse si los versos de este Pequeño buzo somnoliento funcionan por sí solos, en primer lugar; y, en segundo lugar, y ya que se trata de un libro ilustrado, si estos versos entran en comunión con las ilustraciones, y si la variedad de estilos que muestran estas, inevitable cuando se deben a las manos de artistas distintos, es pertinente. En definitiva, cabe preguntarse si esta variedad de ilustradores y de estilos resulta pertinente y adecuada para el conjunto, y no se trata de un simple capricho de autor. Más que nada porque, si fuera este el caso, tal vez el libro se convertiría en una especie de miscelánea o de colección de piezas sin un hilo común.
Afortunadamente esto no ocurre debido a que el punto de partida textual, es decir, los versos, ya son en sí mismos variados. Cada poema impone su propio estilo, pues no usan en ellos los mismos recursos, ni la misma métrica. Por esa razón, el libro ya en es en sí mismo un conjunto interesante en el que se manifiestan formas, tonos y metros de diverso tipo, dentro de un conjunto articulado temáticamente por dos de los motivos más presentes en la poesía infantil actual: la presencia de la naturaleza y, en especial, los animales, por un lado; y el momento de la noche, por otro. A través de este segundo motivo se da entrada además a referencias a un imaginario ligado al espacio e incluso a la tecnología, en poemas como Robot durmiente, Hmmm, Nana fugaz o Se esconde la luna.
Estos temas están tratados de formas distintas. Para empezar, hay una variedad métrica y de rima considerable, lo cual ya impone diversos registros y maneras variadas de desplegar el ritmo a lo largo de las páginas. No se da aquí, como en muchos poemarios infantiles, un uso casi monocorde de ciertos recursos líricos ligados a la poesía popular (arte menor, rima asonante, estrofas tradicionales) que dan cohesión al conjunto pero también lo dotan de cierta monotonía. Por el contrario, se observa una alternancia del arte mayor con el menor y de los tipos de rimas, y en general no hay estrofas reconocibles, de manera que cada poema parece adaptarse así a su propio tono, a su tema y a la intención comunicativa libremente.
En general, los versos largos se usan para poemas más líricos y los cortos para poemas más lúdicos, de manera que se produce una alternancia muy acertada que se extiende también al uso de la lengua y al estilo. De ahí que haya poemas construidos sobre recursos propios de la poesía popular  como enumeraciones, paralelismos, anáforas, estribillos, versos cortos y ritmo marcado (Cuéntame, Hay sueños que se hacen realidad, El vientre de la ballena)  junto con otros, los más líricos, en los que se da entrada a metáforas, arte mayor e imágenes tan bellas como las que se suceden en este poema, donde con gran acierto se usan elementos cotidianos, muy ligados al imaginario infantil, para trazar una relación entre la tierra y el cielo:

Son galletas
los planetas.

Y la luna reluciente
un croissant bien crujiente.

Pintada de chocolate negro
toda la cúpula del cielo.

Y las estrellas no son tales
sino azúcar a raudales.

Es el cielo Hansel y Gretel
y por suerte, aquí la bruja
se fue lejos en cohete.

Come, come lo que puedas.
Es tu sueño, ¿a qué esperas?  


En fragmentos así es donde la voz de este poemario da el do de pecho, sin duda, porque se ve que el autor concibe la poesía infantil como una manera de emitir otra mirada sobre el mundo y sobre el lenguaje del que nos valemos para reflejarlo. Solo por ello, ya merecería la pena este poemario. Pero, además, el autor no tiene miedo al verso largo, como, por ejemplo, en Ciervo blanco, que refleja una escena de una belleza poderosa: el momento en que las estrellas se enredan en la cornamenta de un ciervo para iluminar el bosque. Y tampoco rehúye el autor la intertextualidad más o menos encubierta, como en el poema Preguntas sobre el pequeño mundo, una sucesión de interrogaciones¡ ligadas a los animales, como, por ejemplo: “¿Sueña la mosca con plastas enormes? / ¿Sueña con saltos el saltamontes?”, una idea que se prolonga también en Robot durmiente (“Para dormirse el robot / no cuenta ovejas / sino tuercas viejas”).
Como no podía ser de otra manera, una variedad parecida, si no mayor, se da en las ilustraciones. Cada ilustrador pone imágenes a un mínimo de tres y un máximo de cuatro, y, aunque no sabemos si ha sido el autor quien ha asignado el texto a cada uno de ellos en función de la adecuación de su estilo a los versos, el resultado a este respecto es realmente notable. Un poema más lírico e imaginativo como Un mimo a la luna (“Tira de cuerdas invisibles. Sube escaleras imposibles. / Llora sin llanto. / Finge un espanto. / No llega, no alcanza, / no logra besarla. / Pero la luna llena / del mimo se apiada / y con polvo de estrellas / le pinta la cara”) va inmerso en letras blancas en una ilustración intensamente poética de Ana Yael, donde una luna personificada sopla motas blancas que componen una vía láctea rematada por dos mangas de rayas y un bombín, todo ello sobre un fondo negro. Un recurso parecido usa la misma artista en una de las imágenes más poderosas del libro, la del ciervo blanco cuyos cuernos forman una constelación. 
 Las de Un tipo muy flaco, de Carmen Queralt, en cambio, son luminosas y más coloristas, y está hechas con la técnica de collage, usando trozos de tela que remiten asimismo al texto, que comienza diciendo “Un tipo muy flaco / y un sapo de trapo / pasean saltando / cantando, silbando”. 


Un poema más convencionalmente narrativo como Noche de Reyes, por su parte, va acompañado de las ilustraciones más pictóricas y tendentes al realismo de Delphine Labedan, mientras que en El vientre de la ballena, la ilustración de Jacqueline Molnár posee un abigarramiento de estilo un tanto naif que además remite al origen familiar y doméstico del mismo poema. 

 Un aire más lírico, con sus colores más difuminados, que parecen rehuir la estridencia y ahondar en cierto intimismo, tienen las ilustraciones de Esther Gómez, perfecto para poemas como En lo más crudo del crudo invierno o Mini-noche nupcial, que rezuman cierta calidez doméstica. Y las de Silvia Cabestany, a quien se debe la ilustración de la cubierta y del poema que da título al libro, juegan acertadamente con los primeros planos (en Cuéntame y en Hmmmm), además de incluir detalles tan afortunados como el papel cuadriculado en el primero de estos dos poemas.


De manera parecida, las composiciones de Daniel Nogués Otero y la voz de Laura Monedero saben captar también la variedad tonal de cada poema,  redondeando así un libro que, como decíamos más arriba, se presenta como una obra poética total por la combinación de diversos lenguajes y por el esmero en la edición, pero que, al mismo tiempo, en tanto producto editorial arriesgado y personal que no ha tenido cabida en los catálogos de editoriales ya consolidadas, refleja también ciertas tendencias actuales de las industrias culturales que tal vez auguren un cambio de paradigma. Sin duda es admirable comprobar que hay una persona con tanta fe en una obra suya como para luchar hasta el final por que esta llegue a los lectores, pero todo esto esfuerzo también hace pensar que quizás este modo de financiación y difusión sea cada vez más frecuente en el futuro. Una opción que, como ocurre aquí, da más libertad al creador para realizar la obra que tiene en mente, pero que, al mismo tiempo, puede no encontrar los cauces de difusión y venta que merece. Por ello, y al igual que decíamos de Abecedario del cuerpo imaginado hace unas semanas, este también puede ser un ejemplo claro del libro del futuro, aunque por razones totalmente distintas. De momento, desde este blog, deseamos que este Pequeño buzo somnoliento remueva un poco con sus impetuosas brazadas las aguas de la poesía infantil actual. 

(Más información sobre el libro y cómo adquirirlo en http://www.porkepik.net/
 




viernes, 23 de mayo de 2014

El clásico de la semana es...

para mi amiga Margarita, que es la mar de linda, con o sin mar. 

 

Esta vez el clásio de la semana es una opción bastante convencional y conocida, e incluso hasta un poco relamida, pero no por ello menos válida. En todo caso constituye quizás un buen ejemplo de poesía infantil avant la lettre, en la medida en que en él se reflejan muchos de los rasgos más característicos del género. Se trata del famoso poema de Rubén Daría dedicado a Margarita Debayle. Existen varias versiones ilustradas del mismo, de las que aquí destaco la que publicó Imaginarium en 2008, con ilustraciones de Elena Odriozola. 



Margarita está linda la mar,
y el viento,
lleva esencia sutil de azahar;
yo siento
en el alma una alondra cantar;
tu acento:
Margarita, te voy a contar
un cuento:

Esto era un rey que tenía
un palacio de diamantes,
una tienda hecha de día
y un rebaño de elefantes,
un kiosko de malaquita,
un gran manto de tisú,
y una gentil princesita,
tan bonita,
Margarita,
tan bonita, como tú.

Una tarde, la princesa
vio una estrella aparecer;
la princesa era traviesa
y la quiso ir a coger.

La quería para hacerla
decorar un prendedor,
con un verso y una perla
y una pluma y una flor.

Las princesas primorosas
se parecen mucho a ti:
cortan lirios, cortan rosas,
cortan astros. Son así.

Pues se fue la niña bella,
bajo el cielo y sobre el mar,
a cortar la blanca estrella
que la hacía suspirar.

Y siguió camino arriba,
por la luna y más allá;
mas lo malo es que ella iba
sin permiso de papá.

Cuando estuvo ya de vuelta
de los parques del Señor,
se miraba toda envuelta
en un dulce resplandor.

Y el rey dijo: «¿Qué te has hecho?
te he buscado y no te hallé;
y ¿qué tienes en el pecho
que encendido se te ve?».

La princesa no mentía.
Y así, dijo la verdad:
«Fui a cortar la estrella mía
a la azul inmensidad».

Y el rey clama: «¿No te he dicho
que el azul no hay que cortar?.
¡Qué locura!, ¡Qué capricho!...
El Señor se va a enojar».

Y ella dice: «No hubo intento;
yo me fui no sé por qué.
Por las olas por el viento
fui a la estrella y la corté».

Y el papá dice enojado:
«Un castigo has de tener:
vuelve al cielo y lo robado
vas ahora a devolver».

La princesa se entristece
por su dulce flor de luz,
cuando entonces aparece
sonriendo el Buen Jesús.

Y así dice: «En mis campiñas
esa rosa le ofrecí;
son mis flores de las niñas
que al soñar piensan en mí».

Viste el rey pompas brillantes,
y luego hace desfilar
cuatrocientos elefantes
a la orilla de la mar.

La princesita está bella,
pues ya tiene el prendedor
en que lucen, con la estrella,
verso, perla, pluma y flor.

* * *

Margarita, está linda la mar,
y el viento
lleva esencia sutil de azahar:
tu aliento.

Ya que lejos de mí vas a estar,
guarda, niña, un gentil pensamiento
al que un día te quiso contar
un cuento.

jueves, 15 de mayo de 2014

Poesía, subversión,creatividad y acción social

Así se titula una lúcida eflexión sobre el valor de la poesía que ha escrito Mar Benegas, en su blog, Los niños se comen la luna. Poesía Infantil

El clásico de la semana es...

  
Para Maru Cares, que me recordó a su paisana María Elena Walsh.

Y con enorme agradecimiento a Cecilia Pisos, que me proporcionó la selección de poemas.

María Elena Walsh (1930-2011), toda una leyenda entre todos los lectores argentinos, seguramente por poemas tan memorables como estos dos.



Canción de la lavandera

Lávate paloma,
con aire mojado,
las patas y el pico,
la pluma y el vuelo volando volando.

Lávate la sombra,
luna distraída,
con jabón de estrella
y espuma de nube salina salina.

Lávate las hojas,
dormido verano,
con agua llovida
y esponja de viento salado salado.

El aire me lava,
la luz me despeina,
la traviesa espuma
me pondrá peluca  de reina de reina.



En una cajita de fósforos
 
En una cajita de fósforos
se pueden guardar muchas cosas.
Un rayo de sol, por ejemplo
(pero hay que encerrarlo muy rápido,
si no, se lo come la sombra)
Un poco de copo de nieve,
quizá una moneda de luna,
botones del traje del viento,
y mucho, muchísimo más.
Les voy a contar un secreto.
En una cajita de fósforos
yo tengo guardada una lágrima,
y nadie, por suerte la ve.
Es claro que ya no me sirve
Es cierto que está muy gastada.
Lo sé, pero qué voy a hacer
tirarla me da mucha lastima
Tal vez las personas mayores
no entiendan jamás de tesoros.
Basura, dirán, cachivaches
no sé por qué juntan todo esto.
No importa, que ustedes y yo
igual seguiremos guardando
palitos, pelusas, botones,
tachuelas, virutas de lápiz,
carozos, tapitas, papeles,
piolín, carreteles, trapitos,
hilachas, cascotes y bichos.
En una cajita de fósforos
se pueden guardar muchas cosas.
Las cosas no tienen mamá.



domingo, 11 de mayo de 2014

Gorigori



Jabato, María Jesús, Gori Gori, Pontevedra, Factoría K de Libros, 2014

La écfrasis es una figura retórica que consiste, grosso modo, en la descripción verbal de una obra de arte visual. De ella existen ejemplos literarios y poéticos bastante conocidos, e incluso hay libros de poesía relativamente recientes que consisten en la plasmación con palabra de obras pictóricas, como un poemario de Olvido García Valdés llamado Exposición (1990), incluido más adelante en sus poesías completas, Esa polilla que delante de mí revolotea. Pero tal vez sea la primera vez – y si me equivoco, que alguien me saque de mi error– que un poemario infantil se basa completamente en esa figura, ya que no es otra cosa este Gori Gori, ganador del último premio Ciudad de Orihuela, sino una sucesión de (aparentes) écfrasis construidas a partir de diversas obras pictóricas de autores de varias épocas, unas más conocidas que otras, unas más antiguas y otras más nuevas.
La portada, una composición en la que el Senecio de Paul Klee aparece duplicado, como si fuera una luna reflejada en un estanque, ya da pistas acerca de esta línea que unifica todos los poemas. No solo porque este es uno de los cuadros que sirven de excusa poética a la autora, o por la presencia de una obra de arte conocida y no de una ilustración creada expresamente para el libro como carta de presentación, sino también porque esa duplicación (también presente en el título, Gorigori, que alude asimismo al primer poema del conjunto) sintetiza el impulso que unifica todos los poemas. Estos no son más que un reflejo en otro medio de la obra artística, tal y como aparece la obra de Klee en la cubierta, pero no una descripción o informe. Dee la misma manera que un reflejo, aunque lo parezca, no es nunca el objeto real, pues está sometido a deformaciones y cambios imperceptibles, Gorigori es un conjunto de écfrasis aparentes, como decíamos más atrás, ya que no se trata de descripciones que reproduzcan de manera fiel los cuadros en los que se basan, sino de poemas que intentan ofrecer al lector una interpretación subjetiva, un trasunto lírico de lo que se ve en la obra de arte.
Esta interpretación no tiene como fin, empero, la reproducción del estilo o el universo del pintor en los versos, y por eso no hay en estos cambios de estilo o de métrica. Podría esperarse que las obras más contemporáneas estuvieran escritas en verso libre y con técnicas más ligadas a las vanguardias, como el caligrama, y las más antiguas lo hicieran con rima y versos regulares. Pero no es esa la intención de la autora, al parecer. Salvo excepciones muy concretas y casi insignificantes, todos los poemas están escritos en arte menor, tienen rima y acusan una clara influencia de la literatura popular, como gran parte de la poesía infantil. Así, pues, Gorigori posee estos rasgos de la estética dominante de la lírica actual para niños, al lado de otros como su carácter programático, ya que es muy habitual que los poemarios para niños tengan una excusa argumental o temática que unifique todas sus composiciones. Aquí el pretexto unificador no es narrativo, como suele ser más habitual, sino pictórico, y eso ya da originalidad al conjunto.
Sin embargo, usar los recursos más extendidos en la poesía para niños no es un síntoma de falta de originalidad, sino de respeto hacia el lector. La autora cuenta con ese lector infantil que está habituado a ese lenguaje, y prefiere construir sobre él su armazón poético para que la poesía llegue mejor. Por eso, aunque todos los poemas tengan unos rasgos métricos comunes, el conjunto no resulta monótono. Y es difícil no caer en la monotonía cuando se elabora un libro en que todos los poemas parten del mismo pretexto. He aquí una manifestación de la imitatio, una asunción de la tradición que solo hoy vemos como un impedimento para la consecución de una obra personal y original, y que sin embargo los antiguos consideraban condición sine que non en la creación literario.
La monotonía se evita, sobre todo, por el modo en que el yo poético modula y moldea su voz. Como ya he dicho en otra ocasión en este blog, la poesía es, quizás más que otros géneros literarios, una cuestión de voz, y la de este Gorigori sabe cambiar convenientemente en cada poema, sabe modelar la materia poética de distintas maneras para crear formas diferentes. Así, encontramos desde el humor (en Gorigori) a la melancolía (en Vestida de mar) o el atisbo de horror (El perro y La camisa blanca), pasando por el terror (En la vela) o incluso cierta tendencia al absurdo (El bosque) o el humor (La Gioconda o Mi vecino). La plasticidad verbal viene dada por múltiples hallazgos verbales que elevan la lengua por encima de la llaneza mal entendida de la que muchas veces adolece la poesía infantil y que da la razón a los que opinan que hablar de lírica para niños es un oxímoron. Destacan entre el conjunto imágenes tan evocadoras como “Como un león azulado / ruge el mar”; “el bosque es blancor insomne”; “que seda negra es la noche / es terciopelo”; o “La niña se abanica / bajo el almendro / y despereza el aire / sueva y ligero”.
 Pero estas imágenes están siempre al servicio de las obras pictóricas de las que parten, que siempre son un elemento fundamental del poemario y no una excusa o elemento accesorio para realizar un ejercicio de exhibicionismo verbal. El poema crece a pie de cuadro, y de ahí que las ilustraciones cobren una especial importancia en este poemario. Curiosamente, porque Gorigori es un poemario ilustrado pero no con ilustraciones hechas ad hoc para la ocasión, sino con las obras que inspiran el poema. Pero no todas. ¿Es por no haber podido adquirir los derechos o está hecho a propósito? Igual da. Cuando la obra está presente, resulta un placer cotejar los versos con el cuadro; cuando no lo está, resulta igualmente un placer recordar la obra en la que se basa el poema o buscarla si no se conoce, como ocurre en un par de ocasiones. Esto hace de Gorigori un poemario didáctico en el mejor sentido de la palabra, que es el de enseñar, mostrar, y no sermonear. Los poemas de María Jesús Jabato nos enseñan a mirar (y a leer) de nuevo, a mirar dos, tres, cuatro veces. Y las que haga falta.   

jueves, 8 de mayo de 2014

El clásico de la semana es...


La colección De la cuna a la luna, un conjunto de libros para primeros lectores escritos por Antonio Rubio y publicados por Kalandraka que demuestran que nunca es pronto para empezar a saborear y apreciar la poesía.

http://www.kalandraka.com/es/colecciones/nombre-coleccion/ir/de-la-cuna-a-la-luna/

sábado, 3 de mayo de 2014

Abecedario del cuerpo imaginario


Benegas, Mar & Guridi, Abecedario del cuerpo imaginado, Barcelona, A buen paso, 2013. 

 
Hace no mucho tiempo, George Lucas y Steven Spielberg predijeron que quizás el futuro del cine estuviera en poner un precio distinto para cada tipo de película, en función de las características de las mismas y del espectáculo que ofrecieran. Esto quiere decir, entre otras cosas, que no valdrá lo mismo la entrada para una película repleta de efectos especiales y en tres dimensiones que solo merezca la pena verla en pantalla grande que la de una cinta intimista que quizás no pierda tanto cuando se vea en dvd en casa. Se trata de una afirmación polémica, desde luego, pero que abre un debate sobre el futuro del cine como espectáculo y actividad social, pues con ella se insinúa que tal vez en un futuro solo iremos a las salas a ver aquellas películas que estén hechas para ser vistas en el cine, y las demás las veamos en casa.
Algo similar parece estar ocurriendo con el libro. En estos tiempos de pirateo sistemático de ejemplares y de creciente aceptación del libro electrónico, quizás –y digo quizás porque no me atrevo a hacer una previsión, ya que no tengo el don de leer el porvenir– el futuro del mundo de la edición esté en los libros que ofrecen algo más que el propio texto. Al lector que ya se acostumbrado a leer en formato electrónico, porque le gusta o porque le es más cómodo cargar con un ligero dispositivo que con una novela de mil páginas en el metro o en el autobús, le puede dar igual leer en digital o en papel si el libro en sí, más allá del texto, que es el mismo en ambos soportes, no ofrece nada adicional. Pero si el libro en papel le da algo más, ya sea un formato atractivo o unas bellas ilustraciones que hacen de él un objeto que se desea adquirir, la cosa cambia.  Tal vez así se explique cierto auge experimentado por la ilustración para adultos en los últimos años. Porque, entre un ejemplar del mismo libro digital o en papel, un lector seguramente se decidirá por el primero; pero entre un ejemplar digital y un ejemplar bellamente ilustrado, o con un formato atractivo y original, la elección no está tan clara.
Todo esto viene a cuento porque este Abecedario del cuerpo imaginado, un conjunto de haikus escritos por Mar Benegas e ilustrados por Guridi, podría ser, más que un libro del presente, un ejemplo paradigmático de libro del futuro (o del futuro del libro), en la medida en que a un texto literario excelente le acompañan unas ilustraciones magníficas y todo ello está redondeado por un formato y una encuadernación adecuados pero peculiares que producen sensaciones más difíciles de experimentar con un libro electrónico.
Empecemos, pues, por los aspectos más evidentes, y con ello nos referimos literalmente a la superficie del libro, es decir, a lo primero que asalta la vista del lector (todavía espectador): la cubierta y el formato. El libro posee un formato vertical y una encuadernación típicamente japonesa, es decir, cosida en la parte izquierda y con el hilo visible. Las tapas son duras, y, en la cubierta figura el título, Abecedario del cuerpo imaginado, con una pertinente y sintética ilustración que adelanta lo que nos espera en el interior: la silueta de un cuerpo humano en negro, con unas hondas de agua a la altura del pecho y unas hojas que crecen desde su cabeza. En la contracubierta se nos anuncia que el libro lo componen veintisiete haikus, con una imagen que replica la de la cubierta: la silueta en negro de un árbol sobre un círculo (tal vez el mundo) en cuyo centro se abre precisamente el número 27. En la portada, volvemos a encontrar la silueta humana de la cubierta, ahora en una bicicleta y con las mismas ramas, si bien ahora en color rojo y no surgiendo de su cabeza, sino cayendo sobre ella, boca abajo.
El libro, como es de suponer por toda esta información paratextual, lo componen veintisiete haikus, uno por cada letra del abecedario. Lo original, no obstante, de esta propuesta bastante convencional (ya que el abecedario es uno de los géneros más importantes de la literatura infantil) es que cada letra se corresponde solo con alguna palabra que aparece en el poema, de manera que las relaciones que se establecen entre ella y los textos no son siempre iguales. Por ejemplo, la A puede aludir a la palabra “alas” o con “águila”; la B con “boca”; la c con “caminos”; la e con “esperanza”, etc. En todas las composiciones aparece una palabra con la letra correspondiente, pero no siempre se relaciona con el cuerpo, ya que este es el protagonista de los poemas en un sentido bastante general, que se abre a la naturaleza, al mundo y a la vida, quizás recogiendo la idea de que  no somos más que cuerpo y que es el cuerpo el que refleja y tamiza todas las cosas que conocemos del mundo, que es del cuerpo de donde salen todas nuestras acciones, sentimientos y anhelos. Eso lo corroboran las propias palabras de la autora en el postfacio del libro, titulado “Escribir haikus”, donde no solo se dan algunas claves sobre este poema de origen japonés y algunas instrucciones para escribirlo, sino también sobre la intención de la autora. Esta dice, por ejemplo, que pensaba en “nuestro cuerpo como parte de la naturaleza, una naturaleza negada, donde no nos detenemos a mirar las cosas que suceden”. Y aunque confiesa haberse saltado la norma del haiku que dicta que debe tratar de la naturaleza, ella misma se da cuenta de que, escribiendo sobre el cuerpo, “sobre las personas y los sentimientos, sobre lo que hacemos”, lo está haciendo, porque todo eso “forma parte de la naturaleza”. También afirma que los haikus no deben contener metáforas ni hablar de emociones, pero que ella ha decidido saltarse esa norma. Y es tal vez por haberse saltado esa norma por lo que estos haikus resultan tan sugerentes, porque están llenos de emoción y de metáforas tan afortunadas como estas:

F
Felicidad
es lagartija inquieta
corriendo al sol.

G
La guerra es garra, 
aprieta, arranca, duela.
¡Qué trampa sucia!

H
Huesos del alma,
son el andamio blanco
que te sujeta.  

P
Piel. Es la casa
de todas las caricias.
Abre la puerta.

Sin embargo, cuando prescinde de la metáfora para articular el poema, y se centra solo en un fogonazo o una imagen, como ocurre en los haikus canónicos, los textos de Benegas tampoco pierden su capacidad de sugerencia. Así ocurre, por ejemplo, con “I: Y la ilusión… / Pequeña luz titila / dentro del bosque”; o “E: Hay esperanza: / la flor entre el asfalto, / la primavera”. Y hay asimismo variedad de tonos, porque en algunos haikus se recurre al humor, como, por ejemplo, en “J: Los japoneses / encienden el sol / cada mañana”; o en “Ñ: Ñoña la araña: / una niña sin pan. / Teje una cuna”. 
Todos los haikus va acompañados de una ilustración de Guridi. Tal y como se dice en el postfacio, cada haiku se completaba normalmente con un haiga, “una pintura de trazos sencillos con una expresividad muy intensa pero de gran concisión, como el propio poema que ilustra”. Los haiga de Guridi mantienen una línea coherente a lo largo de todo el libro, y también en sintonía con lo que aparece en la cubierta. Esta refleja las dos dualidades en que se centra el poema, el cuerpo y la naturaleza, pero no enfrentados sino integrados, con las ramas surgiendo de la cabeza de la silueta negra, lo cual refleja el cuerpo como centro de todo. Así, todas las ilustraciones de este Abecedario, tan concisas como los propios poemas, se articulan en torno a esta simbiosis entre cuerpo y naturaleza (o cuerpo como parte de la naturaleza), pues en ellas aparece casi siempre la silueta negra como leit motif combinada algún elemento natural, creando un hilo conductor que da coherencia a todo el conjunto. La relación entre el texto y la ilustración varía. A veces, es más metafórica e indirecta, por lo que obliga al lector a realizar una relectura conjunta del poema y de la imagen para extraer el significado conjunto y verbalizar lo que solo se presenta al principio de forma intuitiva. Sucede, por ejemplo, en el haiku correspondiente a la letra P sobre la piel, ya citado, que va acompañado por unas hierbas de color azul que surgen erizadas de la parte izquierda de la página.  A veces, resulta más evidente, como en el caso de Japón (un gran sol naciente), o en el de Pinocho, con la silueta negra con una nariz de la que surge una rama y una serie de líneas que sugieren la acción de las termitas de las que habla el texto. Pero en todos los casos se traduce en imágenes lo conciso del haiku, y se podría hablar de poesía visual, amén de que traducen a imágenes la síntesis de cuerpo y naturaleza de que hablan los textos. Así, por ejemplo, en la letra A, donde vemos un pájaro negro con motivos vegetales en su interior, o en la H, sobre los huesos, con una mano negra rellena de ramas blancas, o en la R, donde el texto “Pasa la joven, / rubor en las mejillas. / Él se tropieza” se prolonga en en la silueta negra rellena de ramajes de color rojizo.  
Por esta combinación de formato, texto e ilustraciones, este Abecedario del cuerpo imaginado, formado solo por 459 sílabas y 27 ilustraciones, es un libro corto, sí, pero intenso, hecho para ser re-leído y re-visto, porque en cada revisión, en cada relectura, y sobre todo, en cada aprehensión conjunta de las imágenes y las palabras, el lector y contemplador encontrará algo que solo un libro así, ilustrado, con este tamaño, este formato, le podrá dar: una experiencia estética plena.  

jueves, 1 de mayo de 2014

La poesía infantil en Radio Nacional: entrevista con María Jesús Jabato




Es siempre reconfortante ver que la poesía infantil adquiere protagonismo en la radio pública, porque eso supone una difusión mucho mayor que la que puede darse desde sitios como este.
El martes 29, en el programa El Ojo Crítico, antes de que el país se paralizara y quedara dividido (para variar) en dos bandos irreconciliables por no sé qué contienda deportivo-europea con ecos de revancha nacionalista indirecta, se pudo oír una entrevista con la ganadora del último Premio Orihuela de poesía para niños, María Jesús Jabato, que habló muy bien de muchas cosas y, por supuesto, del magnífico libro que le ha dado el galardón, Gori Gori, que reseñaremos aquí próximamente.

Se puede escuchar el potcast del programa aquí (la entrevista empieza a partir del minuto 33, aproximadamente).