Pisos, Cecilia, Soplacoplas, Madrid, Anaya, 2013 (ilustraciones de Juan Vidaurre).
La poesía infantil tiene
en la lírica popular una de sus fuentes de inspiración y alimentación
principales, como es bien sabido, y son muchos los autores que parten de composiciones
tradicionales para insuflarles nuevos aires. Ese es el caso de Soplacoplas, de la escritora argentina
Cecilia Pisos, cuya premisa queda de manifiesto desde el título: estamos ante
un conjunto de coplas, es decir, de poemas de cuatro versos octosílabos con
rima asonante en los pares. Sin embargo, lo más llamativo de este poemario es que
la autora aprovecha la concentración de esta estrofa tradicional para construir
poemas que son como fogonazos en medio de la página y ofrecernos así una poesía
que se ve antes de leerse, pues el blanco de la página
realza el carácter concentrado de los versos y estos iluminan con fuerza el
silencio que los rodea.
Este ejercicio de síntesis
imaginaria realizado por Cecilia Pisos en los poemas encuentra eco en las
imágenes de Juan Vidaurre, que reflejan un modo de concebir la ilustración
alejado de las técnicas tradicionales y cercana sin embargo al diseño, con ecos
de Joan Brossa y próximo a las propuestas de Isidro Ferrer. La libre asociación
de conceptos que se lee en los poemas de la página izquierda se prolonga en la
página derecha en la una libre asociación de imágenes en principio alejadas que
quizás a nadie se le hubiera ocurrido unir. Una anciana cuyo pelo es un ovillo de lana completa la Copla de ganchillo (“Adentro de cada ovillo / hay un suéter ya
tejido. / Basta acercarle una abuela, aguja y gato dormido”); un paraguas echa
raíces en la Copla con nubosidad variable
(“Hay nubes con forma de oso / y de cometa que sube / nubes pollito o
dragón, ¿hay nubes como las nubes?”); o un código de barras se convierte en
peine en la Copla con jinete (“El
peine que va a caballo / del afierado cabello / es gran domador de nudos / y
deja lacios los sueños”).
Es este Soplacoplas, pues, una feliz síntesis
entre la poesía popular hispánica y ese tipo de lírica concentrada, sintética,
mínima, llamada a veces poesía del
silencio, basada en el poder de la imagen y en el despojamiento absoluto.
Al hacerlo, la autora demuestra una confianza absoluta en la capacidad lectora
de los niños. Con un pie en la tradición y otro en la modernidad – y pocas
veces un tópico crítico resulta más pertinente – Cecilia Pisos nos regala un
excelente texto que ha tenido la suerte de ser completado con las ilustraciones
de Juan Vidaurre. Cuando no cabe imaginar mejor acompañamiento para el texto,
como ocurre en este caso, es que el libro ilustrado como artefacto estético
conjunto es un éxito. Y este, qué duda cabe, lo es.
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