Aunque el haiku es una forma métrica bastante
antigua – y, según escribe Natsume Soseki en Botchan, propia de “peluqueros cursis” – en España su uso se ha
convertido en síntoma de cierta modernidad e innovación literarias, junto con
otro subgénero también mínimo como el microrrelato, que tampoco es nuevo pero
ha conocido en los últimos años un singular esplendor.
Era, pues, tan solo
cuestión de tiempo que esta moda llegara también a la lírica infantil, un poco
retrasada siempre a la hora de adoptar innovaciones. Algún otro libro reciente
incluía haikus entre sus
composiciones, como Zumo de granada y un
tictac, pero, casualmente, el año pasado se publicaron dos poemarios
compuestos exclusivamente de haikus: 100 amb gust de boira, de Dolors Pellicer,
y Al corro de las palabras, de
Antonia Rodenas. Es esta coincidencia en el tiempo lo que nos anima a
reseñarlos conjuntamente aquí.
El estar compuestos
exclusivamente por esta estrofa japonesa de tres versos sin rima no es el único
rasgo en que estos poemarios coinciden, pues ambos se centran en la naturaleza,
como suele ser habitual en este tipo de composiciones, y además lo hacen
dividiendo el conjunto en cuatro secciones distintas. El libro de Dolors
Pellicer lo hace claramente al descubierto, pues sus haikus se agrupan en cuatro secciones tituladas Somnis del dia i de la nit, Somnis d’aire i d’aigua, Somnis de terra endins y Somnis de més endins. El de Antonio
Rodenas traza un recorrido por las cuatro estaciones, aunque en este caso no haya divisiones que lo indiquen ni partes
específicamente señaladas en el libro.
Sin embargo, al margen del
uso del haiku, de esta división en
cuatro secciones y de la presencia de la naturaleza como tema principal, quizás
más acusada en el libro de Pellicer que en el de Rodenas, ambos poemarios no se
parecen demasiado, tal vez porque cada uno de ellos fue compuesto y publicado para
tipo de destinatario o lector pretendido distinto.
Al corro de las palabras es un libro para lectores más bien primerizos, como
denota su aparato peritextual. No solo porque se indica en la contracubierta
(“A partir de 4 años”), o por el título, sino porque las propias
características editoriales del volumen así lo demuestran. Se trata de un libro
de pocas páginas, muy similar a un libro-álbum, con ilustraciones a todo color
que comparten protagonismo y páginas con los poemas. Las propias ilustraciones,
con trazos y coloración irregulares y formas parecidas a los dibujos de un
niño, parecen reclamar un receptor de poca edad que se sienta familiarizado con
ellas. Esa misma demanda de identificación por parte del lector es lo que
explica tal vez que en casi todas las imágenes aparezcan dos personajes, un
niño de pelo oscuro y una niña de melena castaña, que sirven de hilo conductor
a través del paso de las estaciones que se refleja en el poemario. Este, en fin,
parece destinado a lectores primerizos sobre todo por la sencillez del lenguaje,
mayoritariamente descriptivo, sin hacer uso de muchas imágenes o recursos más elaborados,
aunque de vez en cuando hay destellos más líricos, con comparaciones (“La nube
blanca / parece un elefante / de trompa larga”), metáforas (“Friego los platos / descubro el
arcoíris / entre mis manos”) o personificaciones (“Bajó la luna / a bañarse en
el agua / de la laguna”; “En el invierno / los árboles desnudos / miran la
cielo”) muy afortunadas.
100 amb gust de boira es, en cambio, un libro para lectores de más edad,
cosa que también queda claro por su aparato peritextual, aunque no haya aquí
ninguna indicación que revele la edad a la que cual va dirigido
preferentemente. Tiene un formato de libro convencional, en rústica y tamaño más
pequeño, su extensión es mayor y sus ilustraciones, en blanco y negro y más
estilizadas, con acusada tendencia a lo caligráfico, ya no tienen un
protagonismo tan claro, ni tampoco aquí hay aquí un personaje que sirva de hilo
conductor a los poemas. Pero, al igual que en Al corro de las palabras, es el lenguaje el que más
claramente nos revelaba el destinatario ideal, ya que en el libro de Pellicer los
poemas son menos descriptivos y diáfanos, y consiguen con más frecuencia dejar
tras ellos ese misterioso temblor que queda flotando en el aire tras un buen
poema. Sin duda están pensados para un lector más experimentado y ya iniciado
en el conocimiento de la poesía y de una estrofa como el haiku, que, por su brevedad, se basa en muchas ocasiones en la
elipsis y demanda al receptor que rellene los huecos de lo no dicho con su
imaginación. Así, encontramos haikus hermosamente
delicados como “Nit de fogueres. / Els desitjos s’enlairen / vers les
estrelles” (“Noche de hogueras / los deseos despegan / hacia las estrellas”); “Vestit
salobre / traces d/’aigua maresa / que el vent m’eixuga” (“Vestido salobre, /
rayas marinas / que el viento me seca”); o “Campana rosa, / un toc de primavera
/ es la rosella” (“Campana rosa, / un toque de primavera / es la amapola”),
junto a otros más humorísticos como “La mossegada / em dóna una sorpresa. / Poma
okupada” (“El mordisco / me da una
sorpesa. / Manzana okupada” o “De la
maneta, l’estiu i les vacances / van de presseta” (“De la mano, / el verano y
las vacacioens / van de prisa”).
En suma, Al corro de las palabras y 100 amb gust de boira, a pesar de estar compuestos
solo por haikus y tener como tema
principal la naturaleza, son dos libros muy distintos entre sí, principalmente
porque han sido pensados para dos lectores de edades distintas, lo cual queda
de manifiesto tanto en sus características textuales como peritextuales. Esta
manera de adaptarse a las necesidades y capacidades de dos lectores distintos
refleja no solo la habilidad de ambas autoras, sino también el potencial del haiku como estrofa válida para edades diferentes. Y
estos dos libros demuestran, en fin, que no hay estrofas más o menos idóneas
para la poesía infantil si el emisor es capaz de adaptarlas a las
características y habilidades del lector pretendido que tiene en mente.
Pellicer, Dolors, 100 amb gust de boira, Mislata,
Edelvives Baula, 2013 (ilustraciones de Xelo Garrigós).
Rodenas, Antonia, Al corro de las palabras, Madrid, Anaya,
2013 (ilustraciones de Carme Solé Vendrell).
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