Bosch, Lolita (texto) y Luciani, Rebecca (ilustraciones), Animales que hacen cosas en silencio, Pontevedra, Kalandraka, 2015
Es indudable que los animales constituyen el principal banco temático del que se nutre la poesía para niños y, en general, la literatura infantil. Si echamos un vistazo a los clásicos recientes de la poesía hispánica escrita para niños (esos libros que podríamos llamar long-sellers más que best-selles, pues se trata de volúmenes de venta sostenida que se ha convertido en referencias ineludibles en escuelas, casas y bibliotecas, como Abezoo, Chamario o A lo bestia) la mayoría tiene como tema común el mundo animal, pero todos ellos hay al mismo tiempo un claro esfuerzo por dotar de originalidad un tema bastante manido con soluciones distintas e igualmente válidas. Con la poesía escrita expresamente para niños, que al fin y al cabo es todavía un género en proceso de consolidación, con un corpus creciente y por lo tanto abierto a la innovación, la ventaja es que se puede uno encontrar con cierta frecuencia obras que aporten algo distinto a un tema tantas veces tratado como esto.
Es lo que ocurre con este Animales que hacen cosas en silencio.
Y eso que, al leer el título, un podría pensar: ¡oh, no, otro libro de poemas para niños que trata sobre animales! Y, sin embargo, ya desde el nivel peritextual, simplemente abriendo brevemente el volumen para hojear de forma superficial sus páginas, algo nos dice que este libro va a ser distinto de otros poemarios para niños.
Hay una diferencia evidente en la distribución del texto sobre el plano; es decir, una diferencia relacionada con el espacio. La poesía infantil es un género mayoritariamente vertical, que suele quedarse en la parte izquierda de la página en blanco y formar columnas regulares de versos con la misma medida. Es un reflejo de dos de sus características más destacadas, el isosilabismo y el arte menor, que hacen que los poemas no invadan la página en blanco, que se concentren en un margen y que, como mucho, en ocasiones jueguen a integrarse en la ilustración. Animales que hacen cosas en silencio es, en cambio, un libro en el que los versos se extienden por la página en blanco, de un lado a otro, con tremenda libertad. Son líneas largas y extensas, porque no en vano el libro está escrito en verso libre.
Además, en este caso se podría decir que el verso es el formato, porque Animales que hacen cosas en silencio es un libro que se ha publicado en formato horizontal y que por tanto se lee de manera vertical, es decir, no pasando las páginas de derecha a izquierda sino de arriba abajo. No es capricho: este formato es la mejor manera de que encuentren acomodo los versos largos de Lolita Bosch y de que dialoguen con las ilustraciones.
Y, finalmente, hay otra diferencia clara en este libro respecto a otros libros de poesía para niños. Pero es una diferencia para la cual hay que adentrarse un poco más en la lectura, pues enseguida el lector se da cuenta de que Animales que hacen cosas en silencio no es un libro de poesía o un poemario: es un solo poema. Y aquí hay que hacer una aclaración, porque tampoco se trata de un álbum-poemario, ni de una historia ilustrada contada en forma rimada, ni de un poema con trama narrativa. No. Es un solo poema. Un poema, en fin, largo y escrito en verso libre, en el que no se detecta huella algún a de la poesía popular y que no recurre apenas a recursos narrativos para unificar el conjunto.
Una rara avis, en suma (y llamarlo así no es inadecuado, dado el tema del que trata).
Sin embargo, aun no teniendo puntos de contacto con la poesía popular, sí que coincide con ella en ciertas claves de recepción que propone al lector. No son pocas las ocasiones en que la poesía popular infantil nos invita, más que a comprender el sentido de los versos, a dejarnos arrastrar por su sonoridad. Por ello, son muchas las composiciones poéticas populares infantiles que no resistirían un análisis de su coherencia textual o de la organización de su contenido. Animales que hacen cosas en silencio parece invitarnos a leer así, a conservar esa recepción menos racional y más ligada a la intimidad del sonido que las imposiciones del contenido. Así, este libro nos invita a perdernos en su recorrido, a leer perdiendo el hilo más que buscándolo, a escuchar las imágenes que resuenan en nuestra cabeza al leerlo. Eso no significa que el texto esté escrito sin ton ni son. Por debajo se esa corriente de imágenes encadenadas y de animales y de lunas y demás hay una estructura muy trabada que sin embargo no se impone al lector. Utilizando una metáfora ya manida, podemos decir que este libro propone un viaje a través de imágenes en el que lo más importante a veces no es encontrar el camino, sino perderlo; lo importante no es llegar al final, sino dejarse seducir las distintas y sorprendentes etapas por las que va discurriendo la lectura, unidas en algunos momentos por sutiles conexiones que además ponen de manifiesto las ilustraciones.
No obstante, este viaje está dirigido sutilmente por hilos conductores que nos sirven de asidero en algunos momentos. Uno de ellos, tanto en el nivel del texto como en el de la ilustración, es esa voz poética que, aunque está presente implícitamente desde el principio del texto (Esta poesía tan larga es para mi perro, dice el comienzo), se asoma solo de vez en cuando a lo largo del recorrido, sin llegar a imponerse del todo el lector. Su presencia además cobra importancia y materialidad a través de la ilustración, que la representa, de manera un tanto andrógina (quizás a propósito, aunque la voz sea femenina), con el melena corta y negra, un peto rojo y un jersey a rayas, casi como una Alicia moderna. La manera en que juega la ilustradora, Rebecca Luciani, con esta figura resumen muchas de las claves de las ilustraciones en este texto. La figura aparece solo cuatro ocasiones a lo largo del libro, siempre reconocible, pero en posturas y situaciones que reflejan las distintas situaciones por las que nos llevan los versos. En ellas destaca sobre todo dos usos muy expresivos y pertinentes del primer plano: uno, en una de las secuencias centrales, que la representa cayendo boca abajo y rodeada de mariposas, en plena consonancia con el texto (Es mejor dar vuelta a los toboganes para caer en el cielo buscando columpios); otra, ya casi al final, con la mitad del rostro fuera de plano, cosiendo "la colcha de alas de mosca cosidas", que con su colorido centra la composición. No son estas las dos únicas ocasiones en que se usan los primeros planos para destacar una figura: también se hace con un conejo, un pájaro, la luna, un nenúfar y unas flores. De esta forma, las ilustraciones crean un mundo donde se fuerza a mirar mejor lo pequeño y a buscar entre el abigarramiento generalizado de algunas secuencias los detalles que surgen de los versos. Rebecca Luciani lo consigue mediante una técnica muy límpida, con un uso pertinente de los colores saturados, los perfiles bien definidos y una evidente maestría en la técnica del dibujo y la creación de volúmenes. De esta manera, la conjunción de recursos ligados a la composición como el uso de los planos confluye con la técnica empleada para crear, por un lado, un mundo coherente secuencia a secuencia y, por otro, una ilustración adecuada de los versos.
Afortunadamente, cada vez son más las editoriales que publican libros de poemas para niños que abogan por el verso libre y por un discurso más irracional y visionario, ampliando así el repertorio del género y sus posibilidades. Porque es indudable que para que un subgénero literario avance y conquiste nuevos territorios, es decir, para que rompa el horizonte de expectativas de los lectores y consiga poner una pica dentro del repertorio, tiene que haber libros como este Animales que hacen cosas en silencio, que, definitivamente, es un libro tanto para paladear en silencio como para leer en voz alta, dejándose arrastrar por el torrente de imágenes de sus versos y sus ilustraciones.
Es lo que ocurre con este Animales que hacen cosas en silencio.
Y eso que, al leer el título, un podría pensar: ¡oh, no, otro libro de poemas para niños que trata sobre animales! Y, sin embargo, ya desde el nivel peritextual, simplemente abriendo brevemente el volumen para hojear de forma superficial sus páginas, algo nos dice que este libro va a ser distinto de otros poemarios para niños.
Hay una diferencia evidente en la distribución del texto sobre el plano; es decir, una diferencia relacionada con el espacio. La poesía infantil es un género mayoritariamente vertical, que suele quedarse en la parte izquierda de la página en blanco y formar columnas regulares de versos con la misma medida. Es un reflejo de dos de sus características más destacadas, el isosilabismo y el arte menor, que hacen que los poemas no invadan la página en blanco, que se concentren en un margen y que, como mucho, en ocasiones jueguen a integrarse en la ilustración. Animales que hacen cosas en silencio es, en cambio, un libro en el que los versos se extienden por la página en blanco, de un lado a otro, con tremenda libertad. Son líneas largas y extensas, porque no en vano el libro está escrito en verso libre.
Además, en este caso se podría decir que el verso es el formato, porque Animales que hacen cosas en silencio es un libro que se ha publicado en formato horizontal y que por tanto se lee de manera vertical, es decir, no pasando las páginas de derecha a izquierda sino de arriba abajo. No es capricho: este formato es la mejor manera de que encuentren acomodo los versos largos de Lolita Bosch y de que dialoguen con las ilustraciones.
Y, finalmente, hay otra diferencia clara en este libro respecto a otros libros de poesía para niños. Pero es una diferencia para la cual hay que adentrarse un poco más en la lectura, pues enseguida el lector se da cuenta de que Animales que hacen cosas en silencio no es un libro de poesía o un poemario: es un solo poema. Y aquí hay que hacer una aclaración, porque tampoco se trata de un álbum-poemario, ni de una historia ilustrada contada en forma rimada, ni de un poema con trama narrativa. No. Es un solo poema. Un poema, en fin, largo y escrito en verso libre, en el que no se detecta huella algún a de la poesía popular y que no recurre apenas a recursos narrativos para unificar el conjunto.
Una rara avis, en suma (y llamarlo así no es inadecuado, dado el tema del que trata).
Sin embargo, aun no teniendo puntos de contacto con la poesía popular, sí que coincide con ella en ciertas claves de recepción que propone al lector. No son pocas las ocasiones en que la poesía popular infantil nos invita, más que a comprender el sentido de los versos, a dejarnos arrastrar por su sonoridad. Por ello, son muchas las composiciones poéticas populares infantiles que no resistirían un análisis de su coherencia textual o de la organización de su contenido. Animales que hacen cosas en silencio parece invitarnos a leer así, a conservar esa recepción menos racional y más ligada a la intimidad del sonido que las imposiciones del contenido. Así, este libro nos invita a perdernos en su recorrido, a leer perdiendo el hilo más que buscándolo, a escuchar las imágenes que resuenan en nuestra cabeza al leerlo. Eso no significa que el texto esté escrito sin ton ni son. Por debajo se esa corriente de imágenes encadenadas y de animales y de lunas y demás hay una estructura muy trabada que sin embargo no se impone al lector. Utilizando una metáfora ya manida, podemos decir que este libro propone un viaje a través de imágenes en el que lo más importante a veces no es encontrar el camino, sino perderlo; lo importante no es llegar al final, sino dejarse seducir las distintas y sorprendentes etapas por las que va discurriendo la lectura, unidas en algunos momentos por sutiles conexiones que además ponen de manifiesto las ilustraciones.
No obstante, este viaje está dirigido sutilmente por hilos conductores que nos sirven de asidero en algunos momentos. Uno de ellos, tanto en el nivel del texto como en el de la ilustración, es esa voz poética que, aunque está presente implícitamente desde el principio del texto (Esta poesía tan larga es para mi perro, dice el comienzo), se asoma solo de vez en cuando a lo largo del recorrido, sin llegar a imponerse del todo el lector. Su presencia además cobra importancia y materialidad a través de la ilustración, que la representa, de manera un tanto andrógina (quizás a propósito, aunque la voz sea femenina), con el melena corta y negra, un peto rojo y un jersey a rayas, casi como una Alicia moderna. La manera en que juega la ilustradora, Rebecca Luciani, con esta figura resumen muchas de las claves de las ilustraciones en este texto. La figura aparece solo cuatro ocasiones a lo largo del libro, siempre reconocible, pero en posturas y situaciones que reflejan las distintas situaciones por las que nos llevan los versos. En ellas destaca sobre todo dos usos muy expresivos y pertinentes del primer plano: uno, en una de las secuencias centrales, que la representa cayendo boca abajo y rodeada de mariposas, en plena consonancia con el texto (Es mejor dar vuelta a los toboganes para caer en el cielo buscando columpios); otra, ya casi al final, con la mitad del rostro fuera de plano, cosiendo "la colcha de alas de mosca cosidas", que con su colorido centra la composición. No son estas las dos únicas ocasiones en que se usan los primeros planos para destacar una figura: también se hace con un conejo, un pájaro, la luna, un nenúfar y unas flores. De esta forma, las ilustraciones crean un mundo donde se fuerza a mirar mejor lo pequeño y a buscar entre el abigarramiento generalizado de algunas secuencias los detalles que surgen de los versos. Rebecca Luciani lo consigue mediante una técnica muy límpida, con un uso pertinente de los colores saturados, los perfiles bien definidos y una evidente maestría en la técnica del dibujo y la creación de volúmenes. De esta manera, la conjunción de recursos ligados a la composición como el uso de los planos confluye con la técnica empleada para crear, por un lado, un mundo coherente secuencia a secuencia y, por otro, una ilustración adecuada de los versos.
Afortunadamente, cada vez son más las editoriales que publican libros de poemas para niños que abogan por el verso libre y por un discurso más irracional y visionario, ampliando así el repertorio del género y sus posibilidades. Porque es indudable que para que un subgénero literario avance y conquiste nuevos territorios, es decir, para que rompa el horizonte de expectativas de los lectores y consiga poner una pica dentro del repertorio, tiene que haber libros como este Animales que hacen cosas en silencio, que, definitivamente, es un libro tanto para paladear en silencio como para leer en voz alta, dejándose arrastrar por el torrente de imágenes de sus versos y sus ilustraciones.
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