domingo, 28 de septiembre de 2014

El clásico de la semana es...

 
 
Un famosísimo y difundidísimo - y más aún desde que Paco Ibánez le puso música - poema de José Agustín Goytisolo que, como toda la buena poesía, nos invita a mirar bien y a hacerlo dos veces.
 
Érase una vez
un lobito bueno
al que maltrataban
todos los corderos.

Y había también
un príncipe malo,
una bruja hermosa
y un pirata honrado.

Todas estas cosas
había una vez,
cuando yo soñaba
un mundo al revés.

viernes, 19 de septiembre de 2014

El clásico de la semana es...



The Bed Books, de Sylvia Plath. Porque, aunque parezca mentira, una poeta investida de una aureola tan míticamente trágica como Plath fue capaz de escribir deliciosos y ligeros libros en verso para niños como este. Dedicado a los dos hijos que tuvo con el poeta Ted Hughes, Frieda y Nicholas, The Bed Books  es un divertido e imaginativo catálogo de camas en el que resuena la mejor tradición lírica popular inglesa e incluso ecos de la poesía de Yeats, y que tuvo la suerte de ser publicado con las ilustraciones de una gran figura de la literatura infantil como es Quentin Blake. En España se publicó hace muchos años - con esas mismas ilustraciones, y con el título de El libro de las camas - en la editorial Espasa-Calpe con las mismas ilustraciones, aunque hoy dicha edición solo se puede encontrar de segunda mano. Pero, dada la fortuna editorial de Plath en nuestro país, quizás merecería la pena que alguien se molestara en rescatarlo. Mientras tanto, se puede leer una buena traducción, además de ver el libro entero en la edición inglesa mencionada, en el blog  An Old Grump and a Beautiful Person

lunes, 15 de septiembre de 2014

Comienzo del curso, del campo al mar

La casualidad ha querido que en este comienzo del curso escolar y literario 2014-15 se hayan juntado en nuestra mesa de novedades dos libros de poemas para niños de la misma autora, María Jesús Jabato, el primero de cuales, Campo Lilaila, fue galardonado el otoño pasado con el XI Premio de Poesía Infantil Luna de Aire, mientras que el otro, A mares, quedó finalista del Premio Orihuela en 2012, un galardón que la autora ganaría un año después por Gorigori.
Que un autor se haga con varios premios literarios no es un fenómeno raro en la literatura para adultos, donde los escritores, al fin y al cabo profesionales que viven (cuando no malviven) de su pluma y han de buscar fuentes de financiación rápidas y contundentes para ir pagando las facturas con cierto desahogo, suelen acabar juntando en sus estanterías el Nadal, el Primavera o el Planeta (y algunos de sus satélites de provincias), aunque con cierta separación en el tiempo, eso sí, para no levantar sospechas de amaños. Sin embargo, en la poesía infantil nadie se va a lucrar con los escasos emolumentos de los premios, y por eso mismo no se puede acusar a los jurados de estar comprados de antemano. Ahora bien, esta coincidencia en el tiempo de premios a una misma escritora y por parte de jurados completamente distintos debe hacernos cuando menos reflexionar sobre la estética y el gusto dominantes en la poesía española para niños. Es decir, el hecho de que dos jurados distintos, sin conexión alguna entre sí ni ningún miembro en común, decidan con muy pocos meses de diferencia premiar dos libros de la misma autora, amén de reconocer como finalista a otro de ellos poco antes, nos está diciendo algo sobre el gusto actual en torno a la poesía infantil española, de la estética dominante y  del canon del día. ¿Se puede decir que la poesía infantil que escribe María José Jabato es más o menos la quintaesencia de lo que los agentes sancionadores del gusto literario consideran canónicamente como buena poesía infantil española de hoy?
 Con esta idea en mente, analizaremos estos dos libros recién publicados, Campo Lilaila y A mares, para comprobar si entre ellos existen concomitancias que nos hagan componer un retrato aproximado de lo que dichos agentes del gusto consideran buena poesía para niños hoy en día. Y, claro está, no resulta muy difícil adelantar que entre ambos libros hay puntos en común, ya que se deben a la misma autora, y que también cumplen con muchos de los rasgos que Felipe Munita señaló en un reciente artículo – reseñado también en este blog hace unos meses –  como propios de la poesía infantil en español.
El aspecto que más llama la atención a este respecto, por ser el más evidente, es, por supuesto, el tema. Ambos poemarios se centran en naturaleza y prestan especial atención a un motivo muy frecuente en la poesía infantil, los animales. En los dos libros el poemario se centra en la descripción de un entorno natural, terrestre en un caso, marino en otro, y en explorar ese lugar, que funciona como marco unificador de los poemas. Es este un recurso muy usado en los libros de poesía para niños, los cuales, más que una sucesión de poemas de temas diversos, suelen estar unificados por un hilo conductor, narrativo muchas veces, aunque en esta ocasión sea más descriptivo. En cuanto al tono, la manera en que el autor y la voz poética que crea se aproxima al mismo, en ambos poemarios puede decirse que se da cierta variedad, aunque predomina más el lúdico y el humorístico, que se alterna con momentos de mayor lirismo. En general, se trata de un poemario descriptivo sobre todo, que no crea una trama o hilo conductor narrativo entre los poemas, aunque sí haya algunas composiciones que encierran una historia.
Pero, más allá del tono y de los temas, lo que unifica estos dos poemarios son los aspectos formales, en los que se da una curiosa confluencia que podría definir muy bien el estilo de María Jesús Jabato: un predominio de los recursos de la poesía popular pero actualizado con un uso más moderno de la metáfora y la comparación. Así, en lo que atañe a la métrica, encontramos que se usa arte menor en su gran mayoría, como suele ser habitual en la poesía para niños, con rima asonante en los pares, así como muchos recursos propios de la poesía popular, como paralelismos, figuras de repetición o ciertos vocativos muy presentes en la lírica tradicional. Incluso en muchos poemas se sigue un molde propio de composiciones populares. Sin embargo, ese absoluto predominio de la poesía popular –que, sinceramente, creemos que debe empezar a ser renovada en los poemarios premiados y publicados, si aspiramos a que la formación literaria de los niños lectores sea lo más completa y variada posible – se ve compensada por fortuna por un uso del lenguaje que no deja de lado las metáforas y las comparaciones, claras pero no obvias, y que casi siempre tienen el poder iluminador de hacernos ver la realidad con otros ojos, que es la función esencial de la poesía. Ahí donde la poesía popular se revela como un instrumento de educación poética incompleto, porque en general se basa en la repetición de una serie de recursos del mismo tipo, María Jesús Jabato da un paso adelante, pues parece haber decidido (o, al menos, el resultado parece revelar cierta reflexión previa) que no tiene mucho sentido hoy en día reproducir sin más los recursos de la poesía popular, y sí adaptarlos a la mirada de un niño, a su capacidad de transformar la realidad con su propio punto de vista. En este sentido modernizador (por así decirlo), la autora hace también un uso acertado de la intertextualidad y el culturalismo, no solo por la base de poesía popular de la que parten muchos de sus poemas, sino también por las referencias a poetas contemporáneos, sobre todo en A mares.
Ahora bien, pese a todas sus concomitancias, A mares y Campo de Lilaila parecen también dos libros distintos porque sus ilustraciones son también muy distintas, lo cual deja claro una vez más cómo las imágenes no son un mero ornato, ya que pueden cambiar la impresión general que obtenemos de la lectura de un libro. Porque, siendo ambos libros muy similares en cuanto a temas y tonos, la impresión que se lleva el lector después de cerrarlos no es en absoluto parecida. Mientras que el lector abandona A mares con la impresión de haberse sumergido en un poemario más lírico y elusivo, de Campo de Lilaila se queda con la impresión de haberse asomado a un mundo más lúdico y juguetón. Sin embargo, si se comparan los poemas o si nos centramos en el texto en sí, vemos que no es así, ni en un caso ni en otro, y que en ambos lo lúdico y lo lírico se suceden en una alternancia equilibrada. Dicha impresión se debe sin duda a las ilustraciones. Las que Rocío Martínez ha realizado para A mares son difuminadas, de perfiles más difusos, como si la ilustradora hubiera querido realmente reproducir cómo nuestra mirar se emborrona debajo del agua. Las de Érica Salcedo en Campo de Lilaila tienen perfiles mucho más definidas, y se muestran, en el uso de formas, colores y líneas, más cercanas al lenguaje del cómic, lo cual otorga un continuo aire humorístico al poemario que acaba resaltando esta faceta más que el lirismo que también contiene el libro. En suma, unas son como el y otras como la tierra. 
Así, pues, es evidente que estos dos libros arrojan una visión bastante clara de lo que los sancionadores del gusto y creadores de canon y tendencias literarias consideran buena o adecuada poesía para niños hoy en día: una poesía en arte menor, con temas de la naturaleza, un hilo conductor evidente aunque no demasiado impositivo, y un uso acusado de recursos propios de la poesía popular en general pero actualizado mediante la utilización de metáforas, comparaciones y hasta imágenes visionarios que revelan una asimilación de algunos de los rasgos más destacados de la poesía contemporánea. Un balance muy similar, por cierto, al que Felipe Munita, en el artículo ya citado, describía tras analizar los libros ganadores de los premios Orihuela y FCE. No parece, pues, demasiado descabellado afirmar que existe una estética dominante en la poesía infantil española de hoy, y que María Jesús Jabato, con sus últimos y premiados libros, es una de sus más destacadas representantes. 

Jabato, María Jesús, Campo de Lilaila, Cuenca, UCLM, 2014 (ilustraciones de Erica Salcedo). 

Jabato, María Jesús, A Mares, Pontevedra, Kalandraka, 2014 (ilustraciones de Rocío Martínez). 

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Entrevista con María Jesús Jabato




Cuando llega septiembre, en los ambientes literarios se empieza a hablar, usando uno de esos raros términos franceses que adornan cual flores delicadas y en extinción nuestra lengua sembrada de anglicismos, de la rentrée, momento en que las grandes editoriales lanzan gran parte de sus novedades y platos fuertes. Esto sucede con la literatura para adultos, pero también eren un género de mucho menos relumbrón comercial y mucho menos lucrativo como es la poesía infantil. Aunque tal vez tenga más sentido en esta, ya que con la vuelta al cole regresa asimismo uno de los ámbitos naturales de la literatura infantil, el del colegio, las bibliotecas y los talleres de lectura, que parecen hibernar durante el verano y despertar en invierno.

Si la poesía para niños fuera un género literario que cotizara al alza dentro del mercado literario y ocupara las páginas de los periódicos dedicadas a la cultura, sin duda María Jesús Jabato habría sido una de las protagonistas de esta rentrée, ya que ha logrado una pequeña hazaña: ganar los tres premios de poesía para niños más importantes que se convocan en España. Si en 2008 se hizo con el Premio Príncipe Preguntón, convocado por la Diputación de Granada, por su poemario Domingo de Pipiringo, el año pasado triunfó en las dos últimas ediciones de los otros dos galardones de poesía para niños que se conceden en nuestro país: el Premio Internacional de Poesía para niños Orihuela, convocado por el ayuntamiento de esa ciudad y la editorial Kalandraka, por Gorigori; y el Premio Luna de Aire, que es una iniciativa del CEPLI de la Universidad de Castilla-La Mancha, por Campo de Lilaila. La casualidad, unidad a las inevitables demoras editoriales que conlleva la publicación de obras ilustradas, ha querido que ambos libros se publicaran esta primavera casi a la vez, y que otro poemario suyo, A mares, haya aparecido también antes del verano. Todo ello ha convertido a María Jesús Jabato sin duda en la protagonista de la rentrée poética infantil española. De ahí que nuestra propio inicio comience con una entrevista con esta autora burgalesa, que amablemente se ha prestado a responder a nuestras preguntas.  

Muchos escritores de literatura infantil han sentido el impulso de escribir para niños por el contacto directo con alguno. En su caso, ¿cuál es la razón que le llevó a ello?

La naturaleza me ha jugado una mala pasada y mi aspecto externo es adulto, pero realmente soy una niña. ¿Para quién, entonces, podría escribir, sino para los niños? Debo añadir, no obstante, para ser exacta, que mis poemarios son versátiles, ambivalentes, porque no creo en los compartimentos estancos, al menos, no de forma absoluta. ¿Debemos privarnos los adultos de leer los poemas infantiles de García Lorca por el mero hecho de ser adjetivados como tales?

En sus últimos libros hay una huella bastante clara de la poesía popular, lo cual es frecuente en la lírica para niños. En su caso, ¿se trata de una decisión deliberada? ¿Es fruto de la lectura de poesía para niños?

Esa huella de la poesía popular no está presente en todos mis libros, aunque sí en los últimos, y es consciente. Esta huella es a lo que Gabriela Mistral se refería cuando decía que a los niños ha de dárseles poesía que si no se canta, podría cantarse. Estamos hurtando a los niños el conocimiento de las métricas tradicionales, que son su contacto inicial con la lírica a través de las nanas, trabalenguas y canciones de la primera infancia, a cambio de otras formas poéticas de estructura más abierta que, salvo brillantes excepciones, son, en mi opinión, manifiestamente mejorables.

¿Lee y conoce la poesía actual española para niños? ¿Le gusta? ¿Qué opina de ella?

La leo y la conozco. Hay poemarios de gran calidad, pero hay muchos que no superan el mínimo exigible. Los niños son los seres más inteligentes de la Creación y se les da con demasiada frecuencia un producto que no está a su altura, que no cuida el vocabulario ni lo enriquece, que no produce goce estético ni estimula la imaginación, consiguiendo que planee sobre ellos el terrible moscardón del aburrimiento del que habló García Lorca, con el consiguiente abandono de la lectura en beneficio de las amenidades 2.0.

¿Y los clásicos (si puede hablarse de algo así)? ¿Y qué poetas para adultos (llamémoslos así para entendernos) le gustan o son una referencia para usted?

¿Los clásicos? Decía El Gallo que clásico es lo que no se puede hacer mejor, y aunque todo es perfectible, es evidente que hay libros que apuntalan el acervo literario, también en el ámbito infantil. Y en este punto no me resisto a la tentación de aludir a Gianni Rodari, porque me identifico con su idea del libro clásico, que nace de la imaginación y para la imaginación, que permanece y se hace más grande en el tiempo, frente a los libros nacidos para el “niño-alumno” que no resisten el paso del tiempo, ni las transformaciones sociales ni las sucesivas conquistas de la psicología infantil. ¡Qué grande Rodari!
En cuanto a la poesía para adultos… Cuando era niña, en el colegio, me obligaron a aprender de memoria poemas de Becquer, Rubén Darío y otros al uso, y cuando sin saber que es un cendal, ni qué es la bruma, ni qué es el aura, se lee la Rima XV de Bécquer, no se está abriendo adecuadamente el camino a la lectura de la poesía. Fue más tarde cuando llegué a ella gracias a un deslumbramiento, el que me produjo la lectura de La casa encendida, de Luis Rosales, que siempre ha sido mi poeta de cabecera, del que he leído su obra completa en verso y prosa -sus espléndidos estudios sobre filosofía y literatura, la libertad en Cervantes o el barroco- con admiración y agradecimiento. A él debo unir otros nombres también imprescindibles, como García Lorca, García Montero -se ve que me van los poetas granadinos- Wislawa Szymborska -otro deslumbramiento-, Hierro, Marzal, Benítez Reyes…


En algunos de sus libros, no ha dudado en tratar temas que podrían considerarse, en principio, complicados para niños. ¿Cree que hay una necesidad de no escatimarles a los niños dichos temas? ¿Cree que la literatura infantil puede tratar cualquier tema, y que solo es una cuestión de adaptar el tono?

Efectivamente. Resumiendo mucho podríamos decir que la poesía es una reflexión profunda sobre la vida, y la vida de los niños no es siempre una perpetua primavera; en ocasiones, es sombría y otoñal, porque la rozan los grandes problemas del hombre, la muerte, la enfermedad, la soledad… Adaptando la voz poética se puede abordar cualquier tema: en Domingo de Pipiripingo he tratado el alzheimer; en Yo, mi, me, conmigo, la soledad; en Tan alto como la luna, la muerte; en El primer fin del mundo, la separación de los padres; en El silencio de Camilo, el autismo… También en estos temas se reconocen los niños, aunque deben ser tratados con ternura y humor, dos de los componentes esenciales del alma infantil.

En sus libros he observado un uso bastante acertado y frecuente de la metáfora. ¿Es deliberado o espontáneo?

A veces deliberado, aunque las más, espontáneo. Si mi mirada al escribir es la de un niño ¿cómo no voy a ver soles en un frutero lleno de naranjas?

¿Qué es lo más importante para usted a la hora de escribir poesía para niños?

La mirada honesta y limpia de los niños, ver el mundo como ellos lo ven, con su libertad, con su ingenuidad, con su inconsciente consciencia, sin condicionamientos. Solo así se consigue que la poesía transmita emoción, que una el alma del escritor con la del lector.

Creo recordar que escribe también poesía para adultos. ¿Cuál es la diferencia principal que encuentra a la hora de escribir para adultos y para niños?

Mi escritura nace de un deseo de comunicación y desde este punto de vista no hay diferencias. Rechazo la literatura que se dirige a los niños como si fueran tontos, plagada de diminutivos y mariposas, aunque cuando escribo para ellos debo limitar necesariamente el lenguaje a niveles que les resulten comprensibles y atemperar también la erudición,  sin que esto signifique rebajar la calidad del texto; de hecho repito machaconamente a los niños en mis encuentros con ellos que el diccionario no solo es el libro que lo sabe todo, sino el único que nunca se equivoca, como decía aquel inolvidable coronel de García Márquez, aunque me temo que mi afán choca con las tediosas tareas del colegio que comienzan con la frase: “Busca en el diccionario las siguientes palabras…” Cuando escribo para adultos la voz poética no precisa de estos miramientos. La diferencia, en suma, está en la modulación de la voz.


¿Qué supone para usted ganar premios?

Sobre todo, derribar fronteras. Póngase en el lugar de una escritora de Burgos, que recurre a la autoedición de sus libros o, a lo sumo, que cuenta al efecto con la ayuda bienintencionada de un ayuntamiento o una caja de ahorros, que es conocida y valorada en su ciudad con una mezcla de afecto sincero y consideración localista porque, al fin y al cabo, no hay tantas escritoras burgalesas… Los premios permiten, de una parte, reforzar la autoestima, ya que el reconocimiento externo no tiene el mismo efecto que el doméstico que, al tiempo, se ve potenciado; y de otra, dar a conocer la obra más allá de lo que sin ellos es posible. Pero, en esencia, no son más que un paso en la carrera de fondo de la literatura. Desde otro punto de vista, los premios ayudan a revitalizar el conocimiento, la lectura y la divulgación de la poesía para niños. Si no fuera por ellos, ¿estaríamos hablando usted y yo ahora de poesía infantil?


¿Por qué cree que la poesía es una suerte de Cenicienta dentro de la literatura infantil (e incluso de la literatura en general)?

Mejor es que sea una cenicienta que una caperucita roja a la que se come el lobo a la primera de cambio, ¿no? Bromas aparte, toda poesía requiere del lector un esfuerzo adicional, es más exigente que la prosa, pero no radica en esta circunstancia su mala fortuna en el panorama literario. Creo que se produce en esta materia un círculo vicioso: las editoriales no publican poesía porque -dicen- no vende, y los lectores no leen poesía porque no se publica. Salvando algunos editores sensibles -benditos sean-, y algunos profesores que apuestan por ella en las aulas -benditos también-, tendríamos que cuestionarnos si los padres, primeros proveedores de los libros de sus hijos, están suficientemente formados para entender que la prosa es importante, pero la poesía es necesaria para el crecimiento intelectual; tendríamos que preguntarnos por qué los libreros relegan los libros de poesía a la última estantería del local –del rincón, en el ángulo oscuro-; por qué los críticos prefieren reseñar las aventuras de Gerónimo Stilton a un libro de poemas; y así, sucesivamente, deberíamos analizar todos los eslabones de la cadena, porque todos –también los autores si rebajamos la calidad- tenemos una parte de responsabilidad.  

martes, 9 de septiembre de 2014

El clásico de la semana es...


Recuerdo infantil, de Antonio Machado, un poema que anida en el imaginario de todos los españoles y que, aunque describa una tarde fría de invierno, resulta idéneo para este momento de vuelta a las aulas y de comienzo del curso escolar. Y porque el invierno, aunque parezca mentira en estos días en que el verano aún esté dando sus últimos y cálidos coletazos, llegará.  

Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de lluvia tras los cristales.

Es la clase. En un cartel
se representa a Caín
fugitivo, y muerto Abel,
junto a una mancha carmín.

Con timbre sonoro y hueco
truena el maestro, un anciano
mal vestido, enjuto y seco,
que lleva un libro en la mano.

Y todo un coro infantil
va cantando la lección:
“mil veces ciento, cien mil;
mil veces mil, un millón”.

Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de la lluvia en los cristales.