Cuando llega septiembre, en
los ambientes literarios se empieza a hablar, usando uno de esos raros términos
franceses que adornan cual flores delicadas y en extinción nuestra lengua
sembrada de anglicismos, de la rentrée,
momento en que las grandes editoriales lanzan gran parte de sus novedades y
platos fuertes. Esto sucede con la literatura para adultos, pero también eren un
género de mucho menos relumbrón comercial y mucho menos lucrativo como es la
poesía infantil. Aunque tal vez tenga más sentido en esta, ya que con la vuelta
al cole regresa asimismo uno de los ámbitos naturales de la literatura
infantil, el del colegio, las bibliotecas y los talleres de lectura, que
parecen hibernar durante el verano y despertar en invierno.
Si la poesía para niños
fuera un género literario que cotizara al alza dentro del mercado literario y
ocupara las páginas de los periódicos dedicadas a la cultura, sin duda María
Jesús Jabato habría sido una de las protagonistas de esta rentrée, ya que ha logrado una pequeña hazaña: ganar los tres
premios de poesía para niños más importantes que se convocan en España. Si en
2008 se hizo con el Premio Príncipe Preguntón, convocado por la Diputación de
Granada, por su poemario Domingo de
Pipiringo, el año pasado triunfó en las dos últimas ediciones de los otros
dos galardones de poesía para niños que se conceden en nuestro país: el Premio
Internacional de Poesía para niños Orihuela, convocado por el ayuntamiento de
esa ciudad y la editorial Kalandraka, por Gorigori;
y el Premio Luna de Aire, que es una iniciativa del CEPLI de la Universidad de
Castilla-La Mancha, por Campo de Lilaila.
La casualidad, unidad a las inevitables demoras editoriales que conlleva la
publicación de obras ilustradas, ha querido que ambos libros se publicaran esta
primavera casi a la vez, y que otro poemario suyo, A mares, haya aparecido también antes del verano. Todo ello ha
convertido a María Jesús Jabato sin duda en la protagonista de la rentrée poética infantil española. De
ahí que nuestra propio inicio comience con una entrevista con esta autora
burgalesa, que amablemente se ha prestado a responder a nuestras preguntas.
Muchos escritores de literatura infantil han
sentido el impulso de escribir para niños por el contacto directo con alguno.
En su caso, ¿cuál es la razón que le llevó a ello?
La naturaleza me ha jugado
una mala pasada y mi aspecto externo es adulto, pero realmente soy una niña.
¿Para quién, entonces, podría escribir, sino para los niños? Debo añadir, no
obstante, para ser exacta, que mis poemarios son versátiles, ambivalentes,
porque no creo en los compartimentos estancos, al menos, no de forma absoluta.
¿Debemos privarnos los adultos de leer los poemas infantiles de García Lorca
por el mero hecho de ser adjetivados como tales?
En sus últimos libros hay una huella bastante clara
de la poesía popular, lo cual es frecuente en la lírica para niños. En su caso,
¿se trata de una decisión deliberada? ¿Es fruto de la lectura de poesía para
niños?
Esa huella de la poesía
popular no está presente en todos mis libros, aunque sí en los últimos, y es
consciente. Esta huella es a lo que Gabriela Mistral se refería cuando decía
que a los niños ha de dárseles poesía que si no se canta, podría cantarse. Estamos
hurtando a los niños el conocimiento de las métricas tradicionales, que son su
contacto inicial con la lírica a través de las nanas, trabalenguas y canciones
de la primera infancia, a cambio de otras formas poéticas de estructura más
abierta que, salvo brillantes excepciones, son, en mi opinión, manifiestamente
mejorables.
¿Lee y conoce la poesía actual española para niños?
¿Le gusta? ¿Qué opina de ella?
La leo y la conozco. Hay
poemarios de gran calidad, pero hay muchos que no superan el mínimo exigible.
Los niños son los seres más inteligentes de la Creación y se les da con
demasiada frecuencia un producto que no está a su altura, que no cuida el
vocabulario ni lo enriquece, que no produce goce estético ni estimula la
imaginación, consiguiendo que planee sobre ellos el terrible moscardón del
aburrimiento del que habló García Lorca, con el consiguiente abandono de la
lectura en beneficio de las amenidades 2.0.
¿Y los clásicos (si puede hablarse de algo así)? ¿Y
qué poetas para adultos (llamémoslos así para entendernos) le gustan o son una
referencia para usted?
¿Los clásicos? Decía El Gallo que clásico es lo que no se
puede hacer mejor, y aunque todo es perfectible, es evidente que hay libros que
apuntalan el acervo literario, también en el ámbito infantil. Y en este punto
no me resisto a la tentación de aludir a Gianni Rodari, porque me identifico
con su idea del libro clásico, que nace de la imaginación y para la
imaginación, que permanece y se hace más grande en el tiempo, frente a los
libros nacidos para el “niño-alumno” que no resisten el paso del tiempo, ni las
transformaciones sociales ni las sucesivas conquistas de la psicología
infantil. ¡Qué grande Rodari!
En cuanto a la poesía para
adultos… Cuando era niña, en el colegio, me obligaron a aprender de memoria
poemas de Becquer, Rubén Darío y otros al uso, y cuando sin saber que es un
cendal, ni qué es la bruma, ni qué es el aura, se lee la Rima XV de Bécquer, no se está abriendo adecuadamente el camino a
la lectura de la poesía. Fue más tarde cuando llegué a ella gracias a un
deslumbramiento, el que me produjo la lectura de La casa encendida, de Luis Rosales, que siempre ha sido mi poeta de
cabecera, del que he leído su obra completa en verso y prosa -sus espléndidos estudios
sobre filosofía y literatura, la libertad en Cervantes o el barroco- con
admiración y agradecimiento. A él debo unir otros nombres también
imprescindibles, como García Lorca, García Montero -se ve que me van los poetas
granadinos- Wislawa Szymborska -otro deslumbramiento-, Hierro, Marzal, Benítez
Reyes…
En algunos de sus libros, no ha dudado en tratar
temas que podrían considerarse, en principio, complicados para niños. ¿Cree que
hay una necesidad de no escatimarles a los niños dichos temas? ¿Cree que la
literatura infantil puede tratar cualquier tema, y que solo es una cuestión de
adaptar el tono?
Efectivamente. Resumiendo
mucho podríamos decir que la poesía es una reflexión profunda sobre la vida, y
la vida de los niños no es siempre una perpetua primavera; en ocasiones, es
sombría y otoñal, porque la rozan los grandes problemas del hombre, la muerte,
la enfermedad, la soledad… Adaptando la voz poética se puede abordar cualquier
tema: en Domingo de Pipiripingo he
tratado el alzheimer; en Yo, mi, me,
conmigo, la soledad; en Tan alto como
la luna, la muerte; en El primer fin
del mundo, la separación de los padres; en El silencio de Camilo, el autismo… También en estos temas se
reconocen los niños, aunque deben ser tratados con ternura y humor, dos de los
componentes esenciales del alma infantil.
En sus libros he observado un uso bastante acertado
y frecuente de la metáfora. ¿Es deliberado o espontáneo?
A veces deliberado, aunque
las más, espontáneo. Si mi mirada al escribir es la de un niño ¿cómo no voy a
ver soles en un frutero lleno de naranjas?
¿Qué es lo más importante para usted a la hora de
escribir poesía para niños?
La mirada honesta y limpia
de los niños, ver el mundo como ellos lo ven, con su libertad, con su
ingenuidad, con su inconsciente consciencia, sin condicionamientos. Solo así se
consigue que la poesía transmita emoción, que una el alma del escritor con la
del lector.
Creo recordar que escribe también poesía para
adultos. ¿Cuál es la diferencia principal que encuentra a la hora de escribir
para adultos y para niños?
Mi escritura nace de un
deseo de comunicación y desde este punto de vista no hay diferencias. Rechazo
la literatura que se dirige a los niños como si fueran tontos, plagada de
diminutivos y mariposas, aunque cuando escribo para ellos debo limitar
necesariamente el lenguaje a niveles que les resulten comprensibles y atemperar
también la erudición, sin que esto
signifique rebajar la calidad del texto; de hecho repito machaconamente a los
niños en mis encuentros con ellos que el diccionario no solo es el libro que lo
sabe todo, sino el único que nunca se equivoca, como decía aquel inolvidable
coronel de García Márquez, aunque me temo que mi afán choca con las tediosas
tareas del colegio que comienzan con la frase: “Busca en el diccionario las
siguientes palabras…” Cuando escribo para adultos la voz poética no precisa de
estos miramientos. La diferencia, en suma, está en la modulación de la voz.
¿Qué supone para usted ganar premios?
Sobre todo, derribar
fronteras. Póngase en el lugar de una escritora de Burgos, que recurre a la
autoedición de sus libros o, a lo sumo, que cuenta al efecto con la ayuda
bienintencionada de un ayuntamiento o una caja de ahorros, que es conocida y
valorada en su ciudad con una mezcla de afecto sincero y consideración
localista porque, al fin y al cabo, no hay tantas escritoras burgalesas… Los
premios permiten, de una parte, reforzar la autoestima, ya que el
reconocimiento externo no tiene el mismo efecto que el doméstico que, al
tiempo, se ve potenciado; y de otra, dar a conocer la obra más allá de lo que
sin ellos es posible. Pero, en esencia, no son más que un paso en la carrera de
fondo de la literatura. Desde otro punto de vista, los premios ayudan a
revitalizar el conocimiento, la lectura y la divulgación de la poesía para
niños. Si no fuera por ellos, ¿estaríamos hablando usted y yo ahora de poesía
infantil?
¿Por qué cree que la poesía es una suerte de
Cenicienta dentro de la literatura infantil (e incluso de la literatura en
general)?
Mejor es que sea una
cenicienta que una caperucita roja a la que se come el lobo a la primera de
cambio, ¿no? Bromas aparte, toda poesía requiere del lector un esfuerzo
adicional, es más exigente que la prosa, pero no radica en esta circunstancia
su mala fortuna en el panorama literario. Creo que se produce en esta materia
un círculo vicioso: las editoriales no publican poesía porque -dicen- no vende,
y los lectores no leen poesía porque no se publica. Salvando algunos editores
sensibles -benditos sean-, y algunos profesores que apuestan por ella en las
aulas -benditos también-, tendríamos que cuestionarnos si los padres, primeros
proveedores de los libros de sus hijos, están suficientemente formados para
entender que la prosa es importante, pero la poesía es necesaria para el
crecimiento intelectual; tendríamos que preguntarnos por qué los libreros
relegan los libros de poesía a la última estantería del local –del rincón, en
el ángulo oscuro-; por qué los críticos prefieren reseñar las aventuras de
Gerónimo Stilton a un libro de poemas; y así, sucesivamente, deberíamos
analizar todos los eslabones de la cadena, porque todos –también los autores si
rebajamos la calidad- tenemos una parte de responsabilidad.