Salas,
Miguel y Domeniconi, Paolo, Tonino,
Pontevedra, OQO, 2013.
Tiene este primer álbum de
Miguel Salas algo de cuento clásico, de relato de aventuras a la vieja usanza,
con navegación incluida, que las ilustraciones de Paolo Domeniconi no hacen
sino acentuar. Protagoniza por un pingüino llamado Tonino cuya máxima
aspiración es abandonar el polo y vivir en el desierto, en Tonino aparece muchos rasgos propios de la literatura infantil: el
personaje principal es un animal infantilizado; el viaje articula la trama de
principio a fin; la localización temporal es imprecisa, y hasta la espacial,
aun concreta, tiene algo de arquetípico, etc. Pero, por encima de todo, está
presente una dialéctica muy propia del propia del género y que refleja al fin y
al cabo uno de los gran desafíos del crecimiento y la maduración: aquella que
opone el deseo de pertenencia y de seguridad, representado por el hogar y la
familia, con el de salir de casa, ver mundo y vivir libremente, pero asumiendo
también las responsabilidades que ello conlleva. Una oposición que el crítico
Perry Nodelman considera medular en la literatura infantil y que vertebra
clásicos como El viento en los sauces o
El mago de Oz, por ejemplo. En
efecto, en el impulso de Tonino por ver mundo se esconde ese deseo de ir más
allá de lo conocido, aunque al final vuelva reconciliado con ello.
Visto así, Tonino podría
parecer un álbum más sin cabida en un blog como este consagrada a la poesía
infantil. Sin embargo, Tonino no es
solamente una historia narrada en verso sino también un verdadero libro de
poesía escrito por un poeta de verdad que no en vano ya tiene en su haber
premios como el Hiperión, amén de una interesante antología de poesía infantil
popular titulada Mala baba.
Como corresponde a todo
buen álbum ilustrado, Tonino está
cuidadosamente secuenciado, de manera que las acciones que componen la historia
se van sumando página a página. Además, en este caso cada secuencia está
formada por cuatro versos que siempre responden al mismo patrón: tres endecasílabos
y un heptasílabo, de los cuales riman el primero y el segundo y el tercero y el
cuarto. Generalmente, los tres primeros hacen avanzar la historia, mientras el quebrado
añade una apostilla a menudo irónica y humorística al desarrollo de la
historia. De esta forma se compone también la cadencia que nos lleva del polo
al desierto con Tonino, en un viaje que va haciendo equilibrios sobre las aguas
de lo lírico, lo humorístico y lo coloquial, para iluminarnos con numerosos
faros poéticos. Desde el feliz hallazgo de que Tonino quiera “ser un beduino”,
usando un contraste conceptual que aprovecha la similitud fónica, hasta esa
superposición casi surrealista del camello y el pingüino, pasando por imágenes
tan evocadoras como “el camino /
congelado y azul del triste Polo” que, acto seguido, es compensada en el
heptasílabo con una comparación humorística (“caerse como un bolo”).
Pero Tonino llaga a nosotros en forma de álbum y, como tal, las guardas
tienen mucho que decir. En la primera hay un camello de juguete con una cuerda
que desaparece hacia la derecha y nos invita a tirar de ella. En la última,
después de la última secuencia, en la que Tonino se duerme mirando un canguro
de juguete, vemos ese mismo canguro atado por una cuerda de la que tira,
también a la derecha, el ala de un pequeño canguro. Deliciosamente elíptica,
este cierre nos incita a seguir viajando e imaginando. ¿Saldrá de nuevo Tonino
de casa hacia Australia, esta vez? Solo el autor y el ilustrador lo saben.
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