Necesitamos testimonios que enciendan en nosotros
el recuerdo de lo más profundo.
Cuando éramos niños teníamos un margen de conciencia
dedicado al Resplandor.
Podíamos ver más allá de los nombres y las cosas. Arder de
amor por los pobres y los muertos. Visitar regiones
invisibles atravesando las azules tinieblas de las
habitaciones.
Traíamos de aquellos límites –siempre frágiles– descalzos
los pies, una peligrosa tristeza y extrañas imprecisiones en
el vocabulario.
Y, cerrando los ojos, volvíamos a ver con claridad lo que
habíamos penetrado
y descansábamos, como dormidos, en el regazo de nuestra
madre
que nos creía y jugaba con nosotros, otra vez, a retirarnos
de la muerte.
Isla Correyero
De Mi bien. Antología poética, Madrid, Visor, 2018, p. 94 (originalmente publicado en Crímenes, 1993).
No hay comentarios:
Publicar un comentario