Dicen que el
blanco es el nuevo negro (¿o era al revés?), que la quinoa es el nuevo trigo y que el poliamor es
el nuevo amor verdadero. Dicen también que quien no tiene instagram no existe,
que no hace tanto frío como antes (aunque sí más calor, a la vista está) y que
los alumnos que pueblan las aulas son cada vez peores.
Dicen incluso
que los cuarenta son los nuevos veinte (¿o los treinta?) y que los sesenta son
los nuevos cuarenta, y la verdad es que no sé muy bien qué pensar al respecto,
porque tengo poco más de cuarenta años y apenas recuerdo cómo era cuando tenía
veinte.
Por decir, se
dicen muchas cosas, por supuesto.
Pero hay una
prueba irrefutable de que los cuarenta no son los nuevos veinte (aparte de la
caída en sufijo -eño y la de las
carnes), un hecho indiscutible que demuestra que los veinteañeros no tienen
nada que ver con los cuarentones. Y no es otra cosa que el hecho de que los
veinteañeros no tienen que soportar una de las plagas más odiosas y pegajosas
que han traído consigo la omnipresencia de Facebook y WhatsApp: los grupos de
antiguos compañeros de colegio y los encuentros en carne y hueso derivados de
ellos. Sí, parece que con la cuarentena la semilla de la nostalgia escolar empieza
a germinar en algún rincón del alma de todos los antiguos compañeros de pupitre
y estas redes no hacen sino regar dicho germen primerizo y desarrollarlo más y
más, como una planta que fuera a procurarles a todos el secreto de la eterna
juventud.
Si algunos de
ustedes, queridos lectores, tienen entre treinta y muchos y cuarenta y algo
sabrán a lo que me refiero. Hablo de lo que podríamos llamar el Síndrome “Yo
fui a la EGB”, que es la enésima manifestación de la tendencia inveterada del
ser humano a la nostalgia y a regocijarse en el dicho “Cualquier tiempo pasado
fue mejor”.
“Con la EBG
vivíamos mejor” parece ser para nuestra generación lo que para las generaciones
anteriores era “Contra Franco vivíamos mejor” (sic), y la verdad es que tampoco conviene criticar estos asertos
con demasiado encono, como tampoco conviene en general criticar nada con
demasiado encono en un momento en que criticar se ha vuelto tan fácil y
gratuito (si no tienes una columna en un periódico, te abres una cuenta de twitter, y ya está). El pasado siempre
está ahí a nuestro alcance para glorificarnos y glorificarlo y, como nadie
puede protestar ni levantar acta sobre lo que ya ha ocurrido, admite todo tipo
de maleabilidad y manipulación. Resulta de lo más comprensible que, cuando uno
batalla con el día de los pagos de la hipoteca, las extraescolares de los
niños, las vacaciones familiares y la agónica llegada a fin de mes, se vuelva
con nostalgia la mirada hacia la EGB y sus carpetas azules, sus chándales con
rayas a los lados, sus controles, sus Progresa Adecuadamente, sus libros de
Santillana, su inglés tipo uantufrí y
sus horas de gimnasia saltando el potro.
No, señores
de la EGB, ese tiempo no era mejor, aunque sí teníamos más tiempo: mucho tiempo
por delante y mucho tiempo para todo.
Pero la
nostalgia es un arma cargada de futuro.
Y de
beneficios.
La nostalgia
siempre vende porque quien está dispuesta a comprarla tiene poder adquisitivo.
Cómo se
explica si no un el éxito de una serie televisiva como Stranger Things la temporada pasada, que incluso tenía el acierto
de contar en el cast con estrellas de los ochenta y noventa como Matthew Modine
y Winona Ryder. Un cruce en su planteamiento oficial de lo más hábil entre Cuenta conmigo y Los Goonies (es decir, LAS
películas sobre la amistad preadolescente en los ochenta) aderezado con una
trama de ciencia-ficción tipo qué-malo-es-el-gobierno-de-Estados-Unidos-que-nos-oculta-información-fundamental-por-nuestro-propio-bien
ante el cual es difícil no caer fascinado y subyugado (y hablo con
conocimiento de causa).
Y cómo se
explica si no en el fondo el éxito de ventas sin precedentes de los libros de
poesía de Gloria Fuertes que se han publicado durante el presente año con un
exquisito cuidado (todo sea dicho), sobre todo en el caso de El libro de Gloria Fuertes, editado por
Blackie Books, una editorial que – por usar una expresión de lo más ochentosa y desfasada ya – mola mogollón, mola mazo, cosa que digo
sin asomo alguno de ironía o de burla, porque de verdad publica muchos libros
que están muy bien y que además están muy bien editados.
Chapeau!
Vaya por
delante que me alegro especialmente del éxito de Gloria Fuertes y de que un
libro de poesía se haya convertido en un superventas por primera vez en años en
España. Es algo que merece la pena celebrarse en un país donde parece que lo
único que importa es el fútbol y si la tableta de chocolate de CR sigue en su
sitio después de marcar un gol (porque este es un país de envidiosos, dicen, y
todos queremos tener la tableta y la cuenta corriente de CR). Pero tal vez
también por eso que dicen de que España es un país de envidiosos, un fenómeno
inesperado como este suscita por supuesto reticencias y críticas. La más sonada
llegó hace unos días, cuando Javier Marías escribió en su sección semanal del
suplemento de los domingos de El País
un artículo en el que venía grosso modo a
llamar la atención sobre – a su juicio – la “campaña orquestada” (sic) en estos días para reivindicar que
Gloria Fuertes que fue una grandísima poeta. El artículo, en realidad, trataba
de otra cosa, y no hacía mención a Fuertes hasta casi el final, pero de la
entradilla – “Francamente,
me resulta imposible suscribir que Gloria Fuertes fuese una grandísima poeta a
la que debemos tomar muy en serio” – parecía deducirse justamente lo contrario.
Las
respuestas airadas e indignadas no se hicieron esperar, y a Javier María le
llovieron críticas por todas partes. Pero no solo por su opinión sobre Fuertes
(cosa que, al fin y al cabo, no se puede discutir, pues Marías está en su
derecho de que no le guste su poesía, faltaría más), sino porque la columna se
centraba sobre todo en las reivindicaciones de mujeres escritoras y artistas olvidadas
que ha llevado a cabo en los últimos años el feminismo y que en muchos casos,
siempre según Marías, han dado lugar a revaloraciones hiperbólicas de talentos
menores que tal vez no merecen estar olvidados pero que tampoco merecen ser
traídos a la primera línea del canon. Todo ello derivaba, en las líneas
finales, en una breve mención a Gloria Fuertes de la que se deducía que era uno
de esos talentos olvidados que ha sido desproporcionadamente reivindicada en
los últimos tiempos mediante lo que él considera una “campaña orquestada” (y mi
pregunta es ¿por quién? En otro momento, Marías habla con cierta ironía de
“conspiración”, por cierto, para que se vea un poco por dónde van los tiros).
Yo no
estoy de acuerdo en la valoración que hace Marías de las reivindicaciones de la
crítica feminista, pues no creo que su intención haya sido nunca hacer pasar
por luminarias del arte talentos mediocres, ni tampoco con la relación que
establece entre dicha tendencia y la reciente y tal vez excesiva reivindicación
de Fuertes. Pero lo que sí me parece que pone de manifiesto Marías con su
artículo es cierta saturación en la reivindicación de Gloria Fuertes que puede
resultar al final hasta contraproducente.
De
repente, Gloria Fuertes está hasta en la sopa.
Y
cuando alguien o algo está hasta el la sopa, siempre existe el peligro de que
se alcen voces como la de Javier Marías, que pone el dedo
en la llaga sobre el excesivo entusiasmo en la reivindicación de la obra de
Gloria Fuertes responsabilizando de ello al feminismo, cuando creo que las
verdaderas causas de esta excesiva presencia de la poeta madrileña en el campo
literario hay que buscarla quizás en otras causas.
Gloria
Fuertes, nos guste o no nos guste y le pese a quien le pese, es la poeta de la
EGB y de la TVE. Ninguna de sus compañeras de generación (y ninguno de sus
compañeros de generación tampoco, por descontado) tuvo la oportunidad de
convertirse en un personaje televisivo que le resultara familiar a los niños de
la época y que tuviera un físico, una manera de vestir y una voz tan
inequívocamente reconocible (tal vez en eso solo sea comparable a Alaska) y por
eso mismo tremendamente imitable, con estilo, como corresponde a aquellas
personas dotadas de personalidad y por lo tanto carne de imitación y de
pastiche (que se lo digan a Martes y 13, otro fenómeno de masas de la generación
de la EGB). Es indudable que su condición de personaje mediático dedicado a la
poesía infantil no influyó favorablemente en la justa valoración de su poesía
en general, pero también es indiscutible que gran parte de su éxito de hoy en
día se explica por que muchos de los niños que la vieron en televisión en la
década de 1980 son ahora adultos con poder adquisitivo y dominados por el
espíritu nostálgico made in Yo fui a la
EGB que no dudan en comprar los volúmenes de su poesía exquisitamente
editados (objetos de deseo en sí mismos) durante ese año de su centenario. No,
por supuesto, los viejos y quizás algo viejunos
ya volúmenes de Susaeta editados para niños (y que nunca han dejado de
reeditarse y distribuirse, dicho sea de paso), sino estas nuevas ediciones más
adaptadas a los nuevos tiempos. De la misma forma que ha cambiado la fanta y
los quicos de los cumpleaños infantiles por el gintónic y el sushi. No imagino
yo a todos esos compradores de los libros de Gloria Fuertes haciendo lo propio
con las reediciones de la poesía de Ángela Figuera o María Victoria Atencia,
desde luego, pero quién sabe. Eso es mucho suponer por mi parte. Tal vez me
equivoque.
En
cualquier, el fenómeno Fuertes, que sin duda existe y lo estamos viviendo desde
hace unos meses, no puede reducirse a una explicación que demonice el feminismo
y, sobre todo, no debería entenderse sin la confluencia de fuerzas que explican
siempre los fenómenos literarios dentro del campo literario y que casi siempre
resultan de la unión de lo generacional, lo económico y, desde luego, lo
literario, aunque este aspecto pase muchas veces a un plano más que secundario.
Y de todo esto se deduce una pregunta que sobrevuela el fenómeno Fuertes: esta
reivindicación de Gloria Fuertes, traducida en ventas y reediciones, ¿creará
lectores de poesía que tengan ganas de asomarse a los versos de otros y otras
poetas de nuestra posguerra o, sencillamente, a otros y otras poetas de
cualquier época y cualquier país? ¿Leerán los lectores de Gloria Fuertes más
poesía o no irán más allá?
Tal
vez esta Gloria Fuertes que ahora mismo está por todas partes acabe como las
Ketchup, que ayer mismo decían en una entrevista en El Mundo que seguían cantando y actuando por el mundo, aunque nadie
las recuerde y ni en las bodas o fiestas más chuscas se baile ya el Aserejé (ni siquiera como un ejercicio
irónico un poco hipster). O tal vez no. Nunca se sabe. El
tiempo, como siempre, nos lo dirá.