Martín Ramos, Juan
Carlos, Mundinovi. El gran teatrillo del
mundo, Pontevedra, Kalandraka, 2016 (ilustraciones de Federico Delicado)
Premio de Poesía para
niños “Ciudad de Orihuela” 2015
Hace poco
decía en este mismo blog, a propósito de Bolso
de niebla, que en la poesía infantil no suele darse mucho un tema tan
frecuente en la poesía para adultos como es la metapoesía. Pues bien, libros
como el de María Rosa Serdio o este Mundinovi.
El gran teatrillo del mundo, galardonada con el último premio “Ciudad de Orihuela” de Poesía para niños vienen a dar un mentís a dicha afirmación. Si el
subtítulo del libro ya da una clara pista de por dónde van los versos, con esa
clara referencia intertextual a El gran
teatro del mundo de Calderón de la Barca y todas sus connotaciones, el
poema de apertura lo deja aún más claro:
Gran
Teatrillo del mundo,
pequeño mundo
en mis manos,
cuando se
abre el telón,
¿qué es de
verdad y qué es falso?
Las olas son
de cartón
y en el mar
navega un barco.
La luna
cuelga de un hilo
pero ilumina
el tejado.
Gran
teatrillo del mundo,
mundo pequeño
y mágico,
cuando se
cierra el telón,
¿qué es real,
qué imaginario?
Con esta
suerte de premisa poética guiando nuestra lectura, Mundinovi se plantea como un espacio liminar y de transición entre
varios frentes. Por encima de todo, Mundinovi
es un libro que está a medio camino entre la poesía y el teatro y que
apuesta por una idea de lo teatral que se revela en su más amplio sentido y en
varios frentes. De hecho, y como si de una obra de teatro se tratara, el libro
se divide en tres partes. Cada una de ellas va precedida de una doble página en
la que se ve el título de la misma en letras blancas sobre fondo negro y, en la
parte superior, un telón azul subido que es el mismo que aparece en la portada
y en la cubierta. De esta manera las tres partes vendrían a ser como los tres
actos de una obra de teatro, a la que se une, antes de ello, la primera
ilustración, que acompaña al poema-prólogo y que nos muestra, en efecto, un
teatrillo que se llama “Guignol Mundinovi”, en un claro guiño metateatral.
En la primera
parte, “Diario de un títere”, un títere nos habla de sí mismo en primera
persona, nos describe su vida, sus orígenes y sus preferencias, aunque tampoco
se olvida de los lectores y de su condición de actor, ya que empieza su
parlamento con un muy significativo “¡ATENCIÓN, NIÑOS Y NIÑAS, me acabo de
despertar!”. Este personaje se presenta como “muñeco de guiñol”, “percusionista
y poeta” y “un títere de provecho /con cabeza y corazón”, pero también como
“Bufón de la compañía”: “Un papel que nadie quiere / porque hay que saber de
todo, / ser gracioso y ser valiente”. Pero lo más interesante es que este
títere muestra conciencia de su propia condición de personaje y muñeco, lo cual
da pie a una reflexión metateatral (“A veces me he preguntado / si afuera todo
es lo mismo, / si hay quien da su corazón / y quien lo deja en su sitio”) que
incluye asimismo al titiritero, a quien dedica un poema que termita con cuatro
hermosos y reveladores versos: “El titiritero tiene / un teatrillo ambulante, /
lleva el horizonte a cuestas, / el mundo como equipaje”)
En “Títeres
con cabeza”, la segunda parte, conocemos a los distintos títeres integrantes de
la supuesta compañía, pero esta vez no son los personajes los que hablan, sino
una voz poética externa que además se permite reflexiones al margen que inciden
en la idea central del poema, las relaciones entre realidad y ficción y el
teatro como artificio (por ejemplo, “Pero no sabe que un títere / es solamente
un muñeco / y exige que, cuando él hable, / se calle el titiritero”). Así, por
delante de los ojos del lector desfilan una serie de personajes típicos de los
teatrillos: Monsieur Guiñol, La Tía Norica, Maese Trotamundos, Don Cristóbal,
Chacolí, La Bruja Piruja, Los personajes de los cuentos, El Demonio y la Muerte
y Don Nicanor tocando el tambor. Cada uno de ellos tiene su propio poema. Pero
su papel no acaba ahí, porque el poemario se completa al final con unas
valiosas NOTAS dotadas de una clara función formativa, en las que se nos
explica el origen de cada uno de los títeres que han ido apareciendo a lo largo
en esta segunda parte.
En la última
sección, “Títeres a escena”, podemos leer una sucesión de piezas escritas en
forma dialogada y con acotaciones (aunque solo en la última se usa una
escritura claramente teatral para los diálogos) que podrían ser perfectamente
representadas. Algunas siguen haciendo hincapié en la idea principal del poema,
como El poeta y la luna o El payaso y su sobra, mientras que hay
otra, Retablillo de Don Federico y Don
Rafael, claramente culturalista, protagonizada por dos personajes en los que,
por las referencias poéticas que se cuelan en los diálogos, es fácil reconocer
a Alberti y García Lorca.
Esta última
sección se abre con un poema que se titula como el propio libro, Mundinovi, al que remite una aclaración
que completa las notas finales referentes a los personajes ya comentadas: “Los
cinco primeros versos del poema titulado MUNDINOVI, escritos en un español
italianizado, proceden de una canción del siglo XVI que anunciaba el comienzo
de la función en un teatrito mecánico donde se representaban escenas del nuevo
mundo”.
Mundinovi, en efecto, se ofrece como un nuevo mundo pero en
otro sentido, porque pone en primer plano en todo momento la idea de ficción en
tanto nueva realidad. Por eso, el libro de Juan Carlos Martín Ramos, no en vano un hombre
de teatro, se propone como una reflexión lúdica y poética sobre las relaciones
entre la realidad y la ficción que tan en primer plano se viven en la
experiencia del teatro, es decir, sobre el teatro como artefacto imaginario en
el que todo lo que aparece es de mentira pero encierra grandes verdades. Así,
la idea de espejo o reflejo, de que la ficción es otro mundo en el que se
refleja lo que se ve en el nuestro sobrevuela todo el poemario. Si ya quedaba
muy claramente planteada la idea en el poema-prólogo, se remata el ya citado
poema que abre la última sección, Mundinovi:
Pasen y verán
un mundo que
es falso,
pero es de
verdad (…)
Todo es
parecido
aunque no es
igual.
¡Mundonovi,
mundonovi!
¡Un mundo que
es menos
y, a la vez,
es más!
He aquí una
réplica del poema del principio, que tampoco hubiera desentonado como poema de
cierre, para ofrecer un perfecto círculo de reflexión metateatral, pero que el
autor prefiere colocar justo antes de la parte más netamente teatral del libro,
donde los títeres pasan a hablar y a actuar por sí mismos.
Este mundo ficticio de títeres y marionetas – que encuentra en los versos mayoritariamente octosílabos su perfecto molde poético – cuenta con las formidables ilustraciones de Federico Delicado para acabar de darle forma. Delicado es un excelente dibujante, con un dominio absoluto de las formas, las perspectivas y las composiciones y el color, pero además en sí mismo un creador de imágenes poéticas y muy sugerentes, como ha demostrado cuando ha ilustrado sus propias historias, como sucede en Ícaro, o las de los demás (baste como ejemplo Un viaje nunca visto). Sabe perfectamente cómo crear el clima de imágenes que debe envolver un texto y conferirle una textura determinada, y en este caso ha sabido interpretar el mundo ideado por Martín Ramos mediante dos recursos principales. Por un lado, otorgando protagonismo a lo teatral en esos telones que vemos en diversos momentos del libro y a los que ya hemos hecho referencia. Por otro lado, centrándose en los personajes y dotándolos de esa expresividad congelada y un tanto inquietante que tienen muchas veces los títeres y las marionetas, esa manera de parecerse a los seres humanos y de ser en realidad nuestro reflejo deformado y, por eso mismo, tal vez más real. Esa forma de ser, en definitiva, ese espejo más real en el que nos resistimos muchas veces a mirarnos porque nos golpea y nos impacta, como toda buena función, como toda buena ficción.
Este mundo ficticio de títeres y marionetas – que encuentra en los versos mayoritariamente octosílabos su perfecto molde poético – cuenta con las formidables ilustraciones de Federico Delicado para acabar de darle forma. Delicado es un excelente dibujante, con un dominio absoluto de las formas, las perspectivas y las composiciones y el color, pero además en sí mismo un creador de imágenes poéticas y muy sugerentes, como ha demostrado cuando ha ilustrado sus propias historias, como sucede en Ícaro, o las de los demás (baste como ejemplo Un viaje nunca visto). Sabe perfectamente cómo crear el clima de imágenes que debe envolver un texto y conferirle una textura determinada, y en este caso ha sabido interpretar el mundo ideado por Martín Ramos mediante dos recursos principales. Por un lado, otorgando protagonismo a lo teatral en esos telones que vemos en diversos momentos del libro y a los que ya hemos hecho referencia. Por otro lado, centrándose en los personajes y dotándolos de esa expresividad congelada y un tanto inquietante que tienen muchas veces los títeres y las marionetas, esa manera de parecerse a los seres humanos y de ser en realidad nuestro reflejo deformado y, por eso mismo, tal vez más real. Esa forma de ser, en definitiva, ese espejo más real en el que nos resistimos muchas veces a mirarnos porque nos golpea y nos impacta, como toda buena función, como toda buena ficción.