Nesquens, Daniel y Gamón, Alberto,
Nada de nada, Zaragoza, Ediciones
sinpretensiones, 2015.
Creo que a nadie se le escapa que hoy en día en España estamos
asistiendo a un cambio de paradigma en el mundo editorial, caracterizado, entre
otras transformaciones, por cierta proliferación de sellos editoriales
independientes que ofrecen productos más arriesgados y personales y que se ven
obligados a crear un catálogo particular para sobrevivir entre tanta
competencia (y para publicar algo realmente inédito también). Esta tendencia se
da en la literatura para adultos, pero también en la literatura infantil y
juvenil, en la que, al margen de las grandes editoriales que todos conocemos,
han surgido proyectos muy interesantes, a veces casi artesanales, que publican
libros muchas veces arriesgados y personales.
Uno de esos sellos es sin duda sinPretensiones, que ha nacido en
Aragón, una región que parece un paraíso de la literatura infantil, a juzgar
por la enorme actividad ligada a la misma que se encuentra allí, según ponía de manifiesto recientemente Begoña Oro, tanto editorial como
académica, con el grupo ELLIJ de la Universidad de Zaragoza, dirigido por Rosa Tabernero, y su máster propio como punta de lanza. Detrás de este sello están dos
ilustradores, un escritor y una librera y una bibliotecaria. Su catálogo es tan
reducido como exquisito (se puede consultar en su web), y sus apuestas no deberían dejar
indiferente a los lectores más exigentes.
En Nada de nada, su cuarto libro, se unen los talentos de Daniel
Nesquens y Alberto Gamón, como nos dice el subtítulo, bastante informativo: “Greguerías
de Daniel Nequens ilustradas por Alberto Gamón”. Usar la palabra greguería para
describir estas composiciones deja ya clara la genealogía literaria de la que
proviene el autor (a nadie le sorprenderá, si ha leído otras obras suyas), pero,
por si fuera necesario orientar a algún despistado, abre así el AVISO AL
LECTOR:
“Si Robinson Crusoe, comparado con Moby Dick, es la obra de un aficionado,
no quiero pensar lo que son estas “flautas con orejas” en comparación con las
greguerías de Ramón, con las máximas mínimas de mi admirado Jardiel Poncela o
con las chilindrinas de mi paisano Tomás Seral y Casas”.
De alguna manera, parecía inevitable que Daniel Nesquens acabara por
escribir greguerías. Toda su literatura para niños es deudora de una tradición
literaria que entronca con el humor y el absurdo de manera muy clara, en la
línea de los escritores evocados en el AVISO, y que se prolonga también aquí bajo
la clara influencia de la definición ya clásica y muy difundida de greguería:
metáfora más humor.
Pero lo más destacable es que esa genealogía que entronca a Nesquens
con las vanguardias y los ismos no se ve solamente en el uso de la greguería y
del humor, sino también en los juegos tipográficos que se suceden constantemente
durante las páginas del libro. Así, aunque la edición adopta un formato más
bien convencional en lo que respecta la distribución del texto y las
ilustraciones (aquel en página par, estas en impar), en la mayoría de las
greguerías se juega con la tipografía de alguna manera, con una variedad de
recursos realmente sorprendente en la que apenas se ve reiteración, muchas
veces adaptándose a la ilustración que la acompaña.
Por ejemplo, la primera, (“El ascensor no tendría por qué bajar, el
descensor sí”), no solo las dos oraciones se disponen en vertical sobre la
página, sino que las palabras de la primera están en sentido ascendente y las
de la segunda en descendente, en consonancia con el propio texto. Otras veces
se eliminan letras de la greguería (“La bicicleta se alimenta de k l´tr s”) o
se recurre a una disposición imitativa en forma de caligrama, como en “La torre
Eiffel es el cohete que siempre está estropeado” o en “La televisión es
rectangular y no redonda para poderla dejar sobre la mesa”, donde todo el texto
adopta la forma de un rectángulo. En “La jirafa siempre está en las nubes”, por
su parte, la primera parte, “La jirafa siempre está” se sitúa en la parte baja
de la página, mientras que “las nubes” está en lo alto de la misma. Tampoco son
infrecuentes los cambios de fuentes o la imitación de diversos formatos ("La sandía siempre está sonriendo" está encerrado dentro de un óvalo que recuerda a las pegatinas que llevan algunas frutas).
Las ilustraciones son sin duda una respuesta coherente a todos estos
juegos. Sintéticas y de perfiles acertadamente cubistas en ocasiones, y con una tendencia a la síntesis que recuerda a
ciertas manifestaciones de la poesía visual, lo más importante aquí es que se
da una interacción entre las ilustraciones y los textos que le proporciona una dinámica
propia de un álbum ilustrado, pues hay ocasiones en las que son necesarios
ambos códigos para entender el mensaje en su conjunto. O, dicho de otra manera,
muchas veces sin la ilustración no se entiende la greguería. Por ejemplo, en
el caso de “El marisco preferido del
pianista es el pulpo”, solo la ilustración, en la que se ve unas semicorcheas
suspendidas sobre la página en blanco, nos resuelve el enigma metafórico que contiene
el texto. Algo parecido sucede en el “La grapadora expulsa las grapas después
de haber comido pescado”, que aparece en la página en vertical. En la
ilustración, se ve una grapadora abierta, como si fuera una boca, de la que
salen unas cuantas grapas que forman la silueta de un pez. En “El coche es un
gran atleta”, en la que las letras del texto se van separando paulatinamente
para simular velocidad, la ilustración juga con la similitud entre un bólido y
una zapatilla de deporte, mientras que el “El oficio de padre es el más
artesanal de todos”, todo el texto se dispone
al revés en consonancia con la ilustración, una imagen de Gepetto mirando
desesperado desde arriba a un Pinocho con la nariz larguísima.
Así, realmente este libro es una obra a dos voces, en la que se
combinan dos talentos en plena sintonía para ofrecernos una pieza
extremadamente afinada.
Para acabar, solo me queda decir que ojalá hubiera más libros así. Es
decir, libros en los que se invite a los lectores (a los niños, por supuesto,
pero también a los demás) a jugar con las palabras y las imágenes, a crear
imágenes con las palabras en todos los sentidos y a maridar palabras con
imágenes, y a hacerlo porque sí, porque es bueno ejercitar la imaginación y deleitarse con la sensualidad verbal, y no
porque haya ningún valor que aprender, ninguna lección que recoger, ninguna
moraleja que retener. Porque es bueno leer por leer y leer porque sí.
Nada más.
Nada menos.