Una de las
mejores cosas de ser hispanohablante y acudir a la Feria de Bolonia es que uno
puede entrar en contacto con las editoriales hispanoamericanas que acuden allí
cada año y conocer por lo tanto algunas de sus publicaciones, muchas de las
cuales (y salvo contadas excepciones como FCE o Ekaré) no llegan al mercado
peninsular y no podemos disfrutar a este lado del charco. Esta lamentable
desconexión hispana se compensa empero con el enorme entusiasmo de los editores
de allá, que siempre están dispuestos a darse a conocer a los lectores
españoles y que en muchas ocasiones ofrecen productos tan sumamente
interesantes que merece la pena usar este blog como ventana para introducirlos
en nuestro mercado y ver si algún editor se anima a publicarlos aquí. La
presente entrada es la primera de otras en las que hablaré de algunos
descubrimientos que me traje de Bolonia gracias sobre todo a la generosidad y
buena disposición de los editores allí presentes, que no dudaron en poner a mi
disposición ejemplares de sus libros de poesía para niños cuando así se lo
pedí.
Hoy es el
turno es de La niña de Guatemala, una
edición en formato de álbum del famoso poema de José Martí, ilustrado por la
mexicana Paulina Barraza y con un iluminador postfacio de Carmen Matute, que he
sido publicada este mismo año por la editorial guatemalteca Amanuense. Estamos
aquí ante un nuevo ejemplo de literatura no adaptada para niños sino adoptada
para ellos, es decir, de un texto clásico escrito por un autor clásico sin
tener a los niños en mente como receptores pero que un mediador (en este caso,
un editor) decide que es apto para dicho público y se lo ofrece con un formato
claramente infantil. Esto parece haberse convertido en una tendencia
dominante y en auge dentro de la poesía para niños del ámbito hispanoamericano,
tanto en su formato de poema único como de conjunto de poemas, aunque con
resultados desiguales, pues no siempre el poema elegido resulta apto para un
formato como el álbum, donde la secuenciación es tan marcada, y no siempre las
ilustraciones aportan algo al texto original que las justifique como tales más
allá de la literalidad en la representación de los versos.
En lo que
respecta a La niña de Guatemala, la
elección resulta acertada porque se trata de un poema que combina a partes
iguales lo lírico con lo narrativo, de un lado, y porque está ya estructurado
en estrofas de cuatro versos con unidad narrativa que facilitan su conversión
en las secuencias de un álbum. La edición de Amanuense las respeta, de manera
que el álbum-poema avanza de manera natural en la narración y el ritmo.
Como dice
Carmen Matute en el postfacio, el poema “nos cuenta, en nueve cortas estrofas
de versos octosílabos, la trágica historia de una joven que prefiere morir al
verse despreciada por su amado, que se ha casado con otra”. Se unen en los
versos dos temas universales de la literatura, el amor y la muerte, “lo que
equivale a decir principio y fin, pues nacemos a la vida por amor pero sabemos
que al final del camino a nuestro encuentro vendrá la muerte”, en palabras de
la misma Matute. El poema, además, está narrado desde el punto de vista de una
voz poética que nos anuncia desde el principio sus intenciones – Quiero, a la
sombra de un ala, / contar este cuento en flor: / la niña de Guatemala, / la
que se murió de amor – y que asiste al suicidio por amor, el funeral y el
enterramiento de la niña de Guatemala, de quien se confiesa enamorado, como un
testigo doliente e impotente, por lo que la perspectiva es más compleja de lo
que pudiera parecer a simple vista y plantea ciertos desafíos para la
ilustración, como la creación de un personaje-yo poético que aparece en la primera y la última ilustración. Por otra parte, se trata de un poema
que no puede ocultar su condición finisecular, su sensibilidad fin du siècle, muy visible en el
lenguaje floral, en el propio personaje de la niña, en ciertas comparaciones y
en detalles un tanto morbosos.
Pero, claro
está, lo más importante a la hora de reseñar este tipo de libros no es el texto
en sí – un clásico bien prendido en el imaginario colectivo, del que quizás
poco cabe decir a estas alturas – sino la solución que aportan las
ilustraciones. Ante un libro así cabe preguntarse si tiene sentido haberlo
publicado en formato de álbum y con ilustraciones, y la respuesta en este caso es
que sí (y no siempre es así, desde luego).
La niña de Guatemala es a mi juicio una buena elección para construir
un álbum poético por las razones que comentaba antes: porque se trata de un
poema en el que la concreción narrativa y la dispersión lírica se van
alternando y compensando a partes iguales estrofa a estrofa, y eso lo hace
especialmente adecuado para un formato esencialmente narrativo como el álbum
pero, al mismo tiempo, deja los suficientes espacios vacíos al ilustrador para
que pueda aportar algo más que una traslación literal de los versos. Es decir,
para que la ilustración sea en sí misma poética también. Así, la
ilustradora Paulina Barraza C., cuyos trabajos previos desconocía, opta por
soluciones diversas que reflejan esa doble vertiente del texto original, aunque
casi siempre opta por las metáforas visuales que huyen de la literalidad para
ofrecer una interpretación más indirecta que hace en realidad del libro un
verdadero álbum poético y no simplemente un poema ilustrado.
Por supuesto,
un poema como este impone al ilustrador la creación de una figura central, la
niña de Guatemala, pero también la de otras soluciones no caer en un tremendismo
que no encajaría demasiado con este cuento en flor que es el poema de José
Martí. Paulina Barraza recoge con sumo acierto la profusión de motivos florales
que están presentes en el poema y los convierte en el principal motivo e hilo
conductor de todo el volumen.
De esta
manera, la ilustradora parece haber actuado como esos adaptadores de novelas al
cine, que deciden no ceñirse a la letra pero sí al espíritu, y ha optado por
usar el lirio, una flor de tallo largo, como indudable leit motif de las ilustraciones.
Aparece en casi todas las secuencias, pero lo más interesante y acorde con el
espíritu fin de siglo del poema es que la propia niña de Guatemala es en sí
mismo una especie de flor, una especie de lirio: tiene una forma alargada y
estilizada, va vestida de blanco todo el tiempo, y en la escena de la muerte en
el río, con la delicadeza elíptica admirable, su cabeza se desliga del
tronco como una flor que pierde su corola. Además, la flor se convierte en metáfora
y aparece en muchas imágenes. En la contracubierta vemos a la niña agarrando la
flor; la primera vez que aparece la niña lo hace confundida con las flores,
casi una más, mimetizada; en uno de los momentos culminantes del poema, cuando
la niña va a su amada con su mujer desde el mirador, aparece a sus pies una
flor caída en el suelo, marchita; cuando se mete en el agua, las corolas
aparecen como nenúfares en la superficie, etc.
Por otro
lado, huye Barraza de la literalidad en varios pasajes, lo cual confiere a sus
ilustraciones y al libro en general una tersura muy poética, y casi siempre lo
hace a través de la flor como elemento fundamental. Se ve, por ejemplo, en la
secuencia del entierro o en el de la muerte, de modo que las flores se convierten en un leit motif visual metafórico y nos
ofrecen una interpretación concreta del poema, ya que aparecen
grandes y turgentes en los momentos ligados directamente a la muerte. Es especialmente
significativa en este sentido la penúltima secuencia (Allí, en la bóveda helada
/ la pusieron en dos bancos: / besé su mano afilada, / besé sus zapatos
blancos), donde vemos a la niña sentada sobre un hilo que pende de dos
caballetes, mirando serenamente al cielo, y a su lado un lirio turgente y en
plenitud. Con ello, la ilustradora queda muy lejos de ser una simple traductora
literal al lenguaje visual de los versos de Martí, pues aquí nos ofrece una
interpretación propia sobre la muerte de la niña de Guatemala, una visión muy
específica de la muerte por amor de este personaje que no se limita a replicar
el texto, sino que lo amplifica y en cierto modo lo contradice, y que puede entrar asimismo en conflicto con la propia interpretación del lector.
Con ello, Paulina Barraza, tanto en este como en otros pasajes, se convierte en mediador privilegiado. Con un estilo donde predomina la línea para definir los personajes y los distintos motivos representados (aunque es una línea que se quiebra en muchas ocasiones y que juega sabiamente con las deformaciones y las masas de color, como se ve en la cubierta), nos ofrece realmente un álbum poético y no una mera ilustración de una poesía, porque con sus ilustraciones el poema de José Martí alcanza un nuevo significado que realmente no tendría sin ellas. De ahí, por tanto, que este sí sea un verdadero álbum poético y que sí tenga sentido publicarlo así.
Con ello, Paulina Barraza, tanto en este como en otros pasajes, se convierte en mediador privilegiado. Con un estilo donde predomina la línea para definir los personajes y los distintos motivos representados (aunque es una línea que se quiebra en muchas ocasiones y que juega sabiamente con las deformaciones y las masas de color, como se ve en la cubierta), nos ofrece realmente un álbum poético y no una mera ilustración de una poesía, porque con sus ilustraciones el poema de José Martí alcanza un nuevo significado que realmente no tendría sin ellas. De ahí, por tanto, que este sí sea un verdadero álbum poético y que sí tenga sentido publicarlo así.