Giménez de Ory, Betriz, Bululú, Pontevedra, Kalandraka, 2013
No hace mucho hablaba en
este mismo blog de la indefinición genérica que caracteriza a la literatura
infantil, sobre todo en sus estadios más tempranos, y ahora esa misma idea sale
a colación a propósito de Bululú, el
último libro de poemas para niños de Beatriz Giménez de Ory.
Es indudable que uno de
los rasgos más significativos de la literatura infantil es la indefinición
genérica, ya que en ella las distintas categorías genéricas tradicionales –a
las tres canónicas (épica, lírica y dramática), a las que podemos añadir el
género argumentativo – se dan de forma mucho menos clara que en la literatura
para adultos, sobre todo en las obras para primeros lectores. A nadie se le
escapa que los álbumes ilustrados incorporan muchos recursos propios de la
poesía, mientras que en esta abundan los poemarios más narrativos que líricos,
con personajes, localizaciones espaciales y tramas bastante reconocibles. Al
mismo tiempo, el género teatral siempre sobrevuela los otros dos, ya que la
dramatización y la oralidad son elementos muy ligados a la literatura infantil,
así como el género argumentativo, desde el momento en que muchos textos están
más pensados más para convencer a los niños de ciertas ideas o enseñarles una
realidad determinada que para asomarlos sin más a un mundo ficticio. La
evolución de la literatura infantil hacia la juvenil y, de ahí, pasando por los
anglosajones llaman young adult fiction,
hacia la adulta, supone la pérdida de dicha indefinición en aras de una
compartimentación mayor de los géneros, como también de la liberación casi
total de la carga didáctica que siempre se sombrea la literatura para niños.
Bululú,
en este sentido, es un buen ejemplo de esta indefinición de la que hablamos. Y
quiero insistir en el adjetivo bueno,
pues, al poner de manifiesto este rasgo de la LIJ, no pretendo hacer una
crítica sino solo constatar una tendencia bastante acusada de este corpus.
Presentado como un libro de poemas, este tercer poemario para niños de Beatriz
Giménez de Ory (ganadora con los dos anteriores de los premios Orihuela y Luna
de Aire de poesía infantil) está centrado en el personaje que le da título, actor
cómico cuyo origen se remonta al siglo XVI y que recorría los pueblos
realizando representaciones. Bululú, que “silba todas las músicas / habla cien
lenguas”, pone en escena a tres títeres, Manontroppo, Dragonzález y Marionetta,
unidos por un conflicto tan viejo como el mundo: ella no sabe a cuál de los
otros dos prefiere, y estos deben ganarse su amor a través de una exhibición de
dotes poéticas que consta de tres pruebas. En las dos primeras, Trovas musicales y Trovas de amor, Manontroppo y Dragonzález demuestran sus
habilidades, y en la tercera, Trovas de ingenio, Marionetta pone a
prueba el ingenio de sus pretendientes
con adivinanzas. Así, todo el desarrollo del poemario es teatral, e
incluso hay guiños dramáticos como las reflexiones de Marionetta después de
cada duelo, que aparecen entre paréntesis al final de cada página y se asemejan
mucho a acotaciones.
Tan ingeniosa y eficaz
estructura permite a la autora demostrar, por un lado, su dominio de varios
moldes métricos, porque, si bien predomina el arte menor, hay variedad de
estrofas y se incluye hasta un soneto con el que se presenta, claro está, al
italiano Manontroppo (y al cual, extrañamente, le sobra una sílaba en el noveno
verso para ser métricamente perfecto). Y, por otro, su dominio de varios registros,
aunque se da más entrada a un ingenio verbal de signo más bien humorístico que
se convierte en el tono dominante y en medio del cual florecen momento
especialmente felices. Estos se hallan menos presentes en los Poemas de amor, tal vez porque el carácter
narrativo de los dos poemas que componen esta parte hace que se prime el ritmo
sobre el lenguaje, que en las otras dos partes, donde encontramos grandes
hallazgos verbales. Por poner algunos ejemplos de cada una, en la primera
destacan el quinto poema, Contrabajo (“Contrabajo
te llevo / con trabajo sostengo / tu corpachón moreno. / Contrabajo, tú cantas:
/ ¡qué tono lastimero!”) y el último, Quinteto
de cuerda y viento (“El violín quiere ser viola / y la viola, violonchelo;
/ el violonchelo, una flauta / y la flauta, ser jilguero. / ¿Y el jilguero? /
¡Ser violín!”), mientras que en la tercera es el propio género poético
utilizado, la adivinanza, el que demanda afilar el ingenio y da lugar a algunos
de los mejores pasajes del poema, como se ve en la dedicada al río (“Lloro todo
el tiempo / aunque sea de risa, / y llevo mojada / mi larga camisa”) o al
viento (“Por mí baila el árbol / y el mar se hace bucles”). En general, este tono aparentemente ligero, tan difícil de conseguir, encuentra su réplica perfecta en las luminosas ilustraciones de Mariona Cabassa, siempre empapadas de un aire festivo que refleja el acontecimiento excepcional que supone la llegada de Bululú a cualquier lugar.
Al final, cuando Bululú se
marcha de la aldea con la promesa de volver en primavera, el lector, como los
que han asistido a la representación, se queda oyendo que “cada vez más lejanos
/ mil cascabeles / suenan”, un final con una coherente variación tipográfica
(los versos se van reduciendo en tamaño de letra) con el que se acaba este Bululú, un poemario que encierra una
narración-marco que a su vez encierra una representación de títeres y hasta una
poética encubierta. “¿Un poeta sin ingenio? / ¡No se ha visto tal cosa!”, dice
Marionetta al empezar las Trovas de
ingenio. Seguro que ella misma aprobaría este Bululú, pues está pleno de ingenio.
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