La
Generación del 50 para niños y jóvenes, edición preparada por Juan Carlos
Sierra, Madrid, Ediciones de la Torre, 2013 (ilustraciones de Juan Pedro
Esteban Nicolás).
Desde hace bastante
tiempo, la colección Alba y Mayo de Ediciones de la Torre se ha esforzado por
difundir la obra de los grandes poetas en lengua española con una serie de
antologías en cuyo título cambia el nombre pero no los apellidos, que siempre
son los mismos: para niños o para niños y jóvenes. Dichos volúmenes
son reconocibles por ciertos rasgos paratexuales y editoriales y se han
convertido en libros doblemente clásicos: por procurar el acceso de los
lectores jóvenes a los clásicos poetas españoles, por un lado; y por ser ya en
sí mismos clásicos dentro de la literatura infantil en lengua española, por
otro.
Ahora, quizás agotados ya
todos los grandes nombres de lírica española del siglo pasado, le llega el
turno a la Generación del 50 con esta selección de Juan Carlos Sierra, a quien
ya le debemos otro loable intento de acercar la poesía actual a los jóvenes, Los lunes, poesía (Hiperión), fruto de
su experiencia como profesor de secundaria y de su contacto diario con el
lector adolescente. Ante una antología como esta cabe seguramente hacerse la
misma pregunta que, según confiesa el editor en el “Aviso a navegantes (o
aclaraciones para lectores curiosos)” que encabeza el libro, le hizo a él un
amigo y escritor: “Pues los del 50 no son muy de niños y jóvenes”.
Ese amigo de Juan Carlos
Sierra estaba revelando de manera inconsciente la existencia indudable de todo
un imaginario literario acerca de lo que es y lo que no es la poesía infantil,
sobre todo para aquellas personas que no están demasiado familiarizas con las
novedades del género (los que sí lo están – o lo estamos – saben – o sabemos –
que los rasgos están siendo poco a poco superados, como indica el artículo de
Felipe Munita que comentaba esta misma semana en la entrada anterior). Y esa
poesía es, por supuesto, una poesía sobre animales o la naturaleza, con rima,
influida por la lírica popular y, por tanto, pródiga en figuras de repetición y
más bien escasa en imágenes y metáforas. Tal vez ello se debe a que en el
imaginario de muchas generaciones están bien grabados por su reproducción en
los manuales escolares poemas tan conocidos como El lagarto está llorando, de García Lorca, que cumple más o menos
con estos rasgos arquetípicos de lo que es la poesía infantil.
Desde este punto de vista,
“los del 50”, desde luego, no son “muy de niños y jóvenes”, dado que no usan
rima, y sí el verso libre, no se valen de recursos de la lírica popular, y los
temas no son lo que se dice convencionalmente infantiles.
Sin embargo, si se tiene
en cuenta que la poesía infantil ha evolucionado algo – quizás no demasiado:
hay rasgos que aún son difíciles de erradicar – o, yendo más allá, si se tiene
en cuenta que lo importante de este tipo de selecciones no es reiterar lo ya
dicho o reforzar el canon sin más, sino ampliarlo, esta antología no solo es
“muy de niños”. Debería serlo. Porque si les escamoteáramos a los niños y a los
jóvenes la poesía de los 50 porque no es muy infantil o juvenil estaríamos
impidiéndoles el acceso a un corpus literario español valioso y en el que se
plasman muchas innovaciones propias de la poesía del pasado siglo. Y, por
tanto, habría un vacío absoluto. Al fin y al cabo, que no cumpla con los rasgos
típicos de la poesía infantil no significa que no pueda llegar a niños y a
jóvenes. Y por eso el editor dirige su nota inicial a los lectores curiosos, es
decir, aquellos que no se quedan en la superficie y van más allá de las cosas.
En este sentido, hay que
valorar en esta antología dos aspectos importantes. En primer lugar, y como se
anuncia en la contracubierta, incluir la poesía del 50 más canónica (González,
Gil de Biedma, Costafreda, Brines, Caballero Bonald) junto a algunas de las
voces más personales de la época (Aguirre, Fuertes, Quiñones). Y, en segundo
lugar, haber hecho elecciones cuando menos arriesgadas en la selección de
poemas. Así, es de agradecer que elija los poemas de la Gloria Fuertes
“adulta”, sin caer en la tentación de añadir los más infantiles y populares, o
que de Gil de Biedma, por ejemplo, se decante por los más conocidos y por eso
mismo más arriesgadamente anti-infantiles e incómodos (en principio) que se
pueden imaginar.
Pero, por debajo de toda
la antología, quizás aquí se dibuja más que en otras antologías “para niños y
jóvenes” la necesidad de una figura importante en la experiencia poética y
literaria de niños y jóvenes: ese mediador que sepa introducirles en una poesía
distinta a la que han leído antes y que sepa hacerles ver que también se puede
disfrutar de una poesía así, sin rima, con temas más adultos, y sin recursos repetitivos.
Un mediador, en definitiva, que no desconfíe de la flexibilidad estética y la
apertura de mente de los lectores jóvenes y que les haga dar el salto necesario
a otro tipo de lírica. Tal vez el autor, que no en vano es profesor de
secundaria, sabe mejor que los no docentes lo importante que es la figura de
este mediador poético, del profesor que sepa contagiar a los niños el gusto por
la poesía porque él mismo es lector de poesía. De esta manera, no hay poemas
más “de niños o jóvenes”, sino personas preocupadas por hacer llegar la poesía
a todos los edades. Y Juan Carlos Sierra, con esta antología, demuestra que es,
indudablemente, una de ellas.