lunes, 12 de noviembre de 2018

Novedades poéticas de SM (3): "Mi vida es un poema" (u otra poesía juvenil es posible)

 

García Rodríguez, Javier, Mi vida es un poema, Madrid, SM, 2018 (ilustraciones de María Herreros)

Cuando Umberto Eco publicó en 1964 su hoy famosísimo y citadísimo Apocalípticos e integrados no sabía lo que estaba haciendo. O quizás sí, porque era un hombre listo y previsor, que demostró una enorme intuición en muchos aspectos de la vida académica y literaria (véase, si no, El nombre de la rosa). Tal vez entonces pensaría que solo se estaba limitando a actualizar esa polémica entre los modernos y los clásicos que ha ido jalonando la historia de la literatura desde sus inicios y que revive cada cierto tiempo, llevándolo en su caso a la imparable irrupción de la cultura popular como fuente de educación artística para las nuevas generaciones y para aquellos sectores de la sociedad que no tenían fácil acceso a la alta cultura. 
Sin embargo, el debate que entonces planteaba Eco (y que no abría exactamente, sino que lo recogía, maestro como siempre él en auscultar el latido de la actualidad y las ideas) cobra más actualidad que nunca hoy en día debido al auge indiscutible de las tecnologías y el poder de la red. Ante este avance imparable unos se rasgan las vestiduras mientras que otros hacen de su capa un sayo y se suben en marcha y por los pelos al carro de la novedad. Siempre ha sido así. Nada nuevo bajo el sol, desde luego. Este debate entre antiguos y modernos, entre viejunos y nuevunos, entre clásicos y hípsters, entre novecentistas y milennials(que cada uno los llame como quiera) parece extenderse a todos los ámbitos de la sociedad. La educación (sobre todo: aquí todo el mundo tiene una opinión, al parecer), la gastronomía, el deporte, los medios de comunicación, el cine, la literatura y la televisión. Nada se libra de un debate en el que, más que de apocalípticos e integrados, se podría hablar de ingenuos y derrotistas, pues parece que las opiniones se polarizan y que no existen los puntos de vista ponderados e intermedios que arrojen algo de luz sobre la realidad. Pero lo más llamativo de todo esto es que dicho debate alcanza incluso a rincones arcádicos de la vida social y cultural que hasta ahora parecían más o menos libres de dichos enconados desencuentros. 
Esta polémica ha llegado (¡oh, sorpresa!) a la poesía también, esa bella durmiente y doliente del sistema literario que hasta ahora solo parecía estar sacudida por los absurdos y enconados enfrentamientos entre las distintas capillas líricas de nuestro país (pero qué lejos y del siglo XX suena ahora todo eso, el debate entre la experiencia y la diferencia, et al) que solo parecían interesar a los propios interesados, es decir, a los poetas que se adscribían (o a los que adscribían) a una tendencia u otra y que, con ello, ganaban o perdían la posibilidad de publicar en según qué medios. Pero ahora resulta que no. Ahora resulta que nos hemos democratizado, nos hemos modernizado, y la polémica no es tanto entre facciones poéticas sino entre los partidarios de la poesía de siempre y los de la nueva (¿sic?) poesía, que nace, crece y se reproduce en las redes para luego ser trasplantada al papel para seguir polinizando el imaginario de la juventud. Una poesía que al parecer ya puede hacer cualquiera que tenga un móvil, un teclado y un poco de idea (o algunas ideas) que plasmar. O, en su defecto, que tenga una coach literaria. Una poesía en la que lo más importante es tener sentimientos que expresar, cosas que decir, público al que llegar. Una poesía joven. Una poesía chula. O, mejor dicho: #poesíajoven #poesíachula. Ay. 
La polémica al respecto ha llegado incluso a los suplementos culturales (por ejemplo, hace poco Luis Bagué Quílez criticaba en una entrevista en Babelia la poesía cuqui, y El Cultural se hacía eco solo hace unas semanas) e incluso a la investigación académica (véase el interesante artículo de Begoña Regueiro en Ocnos), lo cual es señal de que hay algo moviéndose y de que quizás el campo literario está cambiando y polarizándose. 
Yo no tengo ningún reparo en reconocer que apenas me he detenido a leer con atención este tipo de poesía, y que me he limitado a hojearla con apresuramiento cuando me la encuentro en esas grandes superficies. En dichas incursiones veloces no ha llegado a despertar mi interés, pero por eso mismo no quiero dejarme llevar por los juicios apresurados. Lo que sí he podido comprobar en dichos acercamientos es que se trata de libros, en general, de cuidado formato, bien editados y atractivos en su parte visual, quizás por el público potencial al que se dirigen. 
En medio de todo esto llega a mis manos un libro que se llama Mi vida es un poema, publicado en SM por Javier García Rodríguez, profesor universitario que ha iniciado en los últimos años una fecunda carrera como autor de LIJ, y que, en principio, desde el punto de vista paratextual, parece tener muchos puntos en común con ese tipo de poesía. Por ejemplo, las distintas ilustraciones que van acompañando los textos (y que aparecen durante las páginas de una manera alterna y sin un patrón fijo) se parecen bastante a las que podemos encontrar en los volúmenes de la nueva poesía, y hasta al título, si nos ponemos un poco quisquillosos, le podemos encontrar similitudes. Es, además, un volumen exquisitamente editado, en el que se nota un gran cuidado a la hora de elegir la ilustración de la cubierta, las guardas, la tipografía y las variaciones cromáticas de las portadillas interiores. 
Sin embargo, nada en el interior nos recuerda ni vagamente a esa poesía nueva y joven que llena los anaqueles de las librerías y, al parecer, los auditorios y salones de actos de los foros culturales. Lo que encontramos en el interior es un auténtico festín poético, un compendio de formas y posturas, de maneras de ser, pero sobre todo de decir, que es al fin y al cabo lo que es la poesía. 
Mi vida es un poema es un libro completo, complejo (pero no complicado) y sobre todo poliédrico, un libro en el que hay de todo y cabe casi todo y en el que el autor demuestra que otra poesía juvenil es posible. Cabe el humor, cabe amor, caben el lirismo y lo lúdico, el verso y la prosa, caben Gran Hermano y las telenovelas, caben Espartaco y los vigilantes de la playa. Y cabe sobre todo una alegría desenfadada del verso y la palabra, que se despliega por todas sus páginas y que solo puede ser fruto de un trabajo concienzudo de creación y depuración.  
Es difícil elegir algún aspecto de este poemario tan rico y variado, pleno de hallazgos verbales pero sustentados casi siempre en una indagación imaginaria con la que se consigue trascender la pura superficie del texto y llevarlo más allá del simple chiste culturalista de raigambre pop o pseudo-académica.  
Sin embargo, yo elegiré aquí en esta reseña un aspecto que me preocupa especialmente cuando leo y analizo la literatura escrita para niños y para jóvenes, tal vez porque me parece que es uno de sus problemas más importantes y una de las columnas vertebrales de su idiosincrasia. No es otro que el problema de la voz. Teniendo como tienen la LIJ una situación comunicativa basada en la asimetría, pues siempre hay un adulto que le habla un niño o a un adolescente, siempre resulta complicado saber cómo dirigirse a ese lector que es más joven. Ante ello, ¿qué ropaje adoptar? ¿Cuál es el tono que funciona? ¿Cómo hacerlo? Es esta una pregunta recurrente cuando se entrevista a autores que se dedican preferentemente a la literatura para niños y jóvenes, quizás porque no deja de ser la gran cuestión de todo el asunto. Algunos autores dicen que en el fondo no han dejado de ser niños y que por eso se entienden bien con ellos, pero a mí nunca me ha convencido dicha respuesta. Es más, me hace desconfiar profundamente. Un adulto es un adulto. Ya no es un niño. Ha cambiado. Por dentro y por fuera. No creo que el infantilismo sea una virtud. Otra es que pensemos que solo son propias de la niñez cualidades como el entusiasmo, la ilusión y la mirada limpia. Otros autores y algunos estudiosos, en cambio, parecen saber que la clave de escribir para niños quizás esté en dominar como nadie esa fina línea que separa la sencillez de la condescendencia y no dejarse arrastrar por la facilidad de esta última. Hacerlo es tomarse la LIJ muy en serio, pero ser siempre consciente de que se es un adulto y nunca, nunca va a ser confundido con un niño. 
Javier García Rodríguez pertenece sin lugar a dudas a esta segunda categoría. Al ponerse a escribir para jóvenes no ha pretendido ni vestirse con sus ropas ni adoptar su lenguaje, quizás porque sabía que eso solo le haría parecer más viejo y desfasado, ridículamente esforzado en hacerse pasar por joven cuando ya no lo es. Él sabe dónde está y sabe dónde está su voz, que suena perfectamente modulada y es capaz de trepar por las escalas superiores del lirismo y descender a las notas inferiores del humor con igual de facilidad. No pretende, por tanto, hablarles a los jóvenes con un lenguaje simplista y rebajado. No: sabe que la poesía no es eso. Sabe que escribir poesía juvenil no obliga a tratar a los jóvenes con condescendencia, sino con respeto, y por eso les ofrece esta fiesta del lenguaje y la imaginación. Como muestra de ello, y de su actitud en el fondo vitalista, nada catastrofista y por descontado nada nostálgica del pasado (esa trampa de pensar que “cualquier tiempo pasado fue peor”), uno de los primeros poemas del libro, La selva, que podría funcionar como poética unificadora de todo el volumen. Comienza así: “No somos ni mejores ni peores. / Vivimos nuestro tiempo, / sus virtudes, / sus tercas decepciones, como todos”. Y termina así: “No hay nada diferente en vuestra historia: / si miráis hacia atrás vuestro presente / es solo el resultado del futuro / que soñasteis tener en el pasado”. 
No cabe, creo yo, mejor declaración de intenciones. Y no hay, en fin, mejor invitación a la lectura de Mi vida es un poemaque estos versos. 

miércoles, 31 de octubre de 2018

María José Ferrada, Premio Hispanoamericano de Poesía para niños 2018


Novedades poéticas de SM (2): "Si yo fuera"

Cano, Carles (texto) y Serra, Adolfo (ilustraciones), Si yo fuera, Madrid, SM, 2018


Si yo fuera, una de las últimas novedades poéticas publicadas por SM, es un libro muy difícil de comentar o de reseñar, quizás porque promete una cosa y da otra, o tal vez porque yo esperaba algo distinto de la unión de dos de los grandes talentos de la literatura infantil hispánica de hoy en día: el escritor valenciano Carles Cano, autor de un sinfín de obras para niños y jóvenes, y el ilustrador turolense Adolfo Sierra, muy galardonado y reconocido en los últimos tiempos. Aunque el resultado sea, cuando menos y como cabría esperar de la unión de dos singulares universos como son los suyos, valioso y en ocasiones sugestivo, tengo la impresión de que es un libro que se queda a medio camino de lo que podría haber llegado a ser, y que las razones de dicha circunstancia son dos: la tensión entre la ética y la estética; y la confluencia y la relación entre texto e ilustración, no siempre satisfactoria. En cualquier caso, eso no quita para que pueda ser considerado una muestra importante y un ejemplo de lo que podría ser considerado como poesía para primeros lectores.
Una enorme virtud de Si yo fuera es sin duda que, desde el punto de vista literario, y como obra para primeros lectores, supone una disensión dentro de la poética dominante en este ámbito. Demuestra que la poesía para primeros lectores escrita directamente para el público infantil puede prescindir de los recursos propios de la poesía popular y aun así ofrecer un producto atractivo y apto para esa edad, de valor literario y gran potencialidad educativo-poética. Aquí, de hecho, se opta por el verso libre y se prescinde de la rima, y el resultado es igualmente idóneo para lectores incipientes.  
Aun así, desde el punto de vista poético Si yo fuera mantiene un pie dentro del repertorio infantil, ya que el enunciado del título no deja de ser ese factor aglutinador que suelen tener todos los poemarios infantiles y que unifica todas sus partes con un motivo común. La originalidad, en este caso, es que dicho leit motif no es temático sino enunciativo, dado que “Si yo fuera” (que varía desde el principio y se convierte en “Si fuera” o “Si fuese” según las secuencias) es el enunciado que encabeza cada una de las secuencias del libro. Así, durante las secuencias que componen el libro, la voz poética indeterminada que vamos escuchando expresa su deseo de ser un árbol, un libro, una casa, la luna o el sol.  Es decir, expresa lo que haría si fuera todas esas cosas, hasta que en la última secuencia de todas se produce la conclusión y resolución de esta retahíla desiderativa y se nos revela en cierta manera quién está detrás de estos deseos: “Pero solo somos niños / jugando a imaginar / dejando volar los sueños / como cometas en una tormenta”. Por ello, sin duda el tema de este poemario es la poesía misma, es decir, la capacidad de la imaginación para trascender la realidad y producir binomios fantásticos que transformen la visión convencional de lo que nos rodea. 
Es durante este despliegue de deseos sostenidos donde mejor se ve cuál es la base de la propuesta estética de Carles Cano en este libro y donde está lo mejor y lo peor de la propuesta poética del autor. Por un lado, quedan claras las cualidades líricas del lenguaje que es capaz de desplegar en pasajes como “Y si yo fuera un animal / sería un caballo salvaje / para sentir los dedos del viento / ondeando en mis crines”, “Si fuera un mueble / sería una mecedora / para acunar los sueños / y acompasar las nanas” o “Si fuera la luna, / rodaría por las colinas / y me bañaría en los estanques / con las ranas encantadas”. Pero, por otro lado, a menudo el tono lírico e imaginativo decae cuando el mensaje vence al estilo y podemos oír una voz muy distinta de la citada anteriormente, una voz un tanto didáctica que remite a una de las rémoras tradicionales de la LIJ: el adoctrinamiento. Se oye, por ejemplo, en pasajes como “Si fuera un juguete / estaría hecho de tal modo / que mi dueño / tuviera que compartirme”, “Si fuera una escuela / estaría hecha de juegos / de canciones, de cuentos / de libros y de cariño” o “Si fuera un país / no tendría fronteras / y haría de la felicidad / mi bandera y mi lema”. Yo en estos pasajes echo de menos un mayor vuelo lírico que trascienda el registro estándar y convencional que se usa en ocasiones, ya que en ellos no hay ningún atisbo de un lenguaje figurado que sirva para dar vuelo a estos versos. Sin embargo, creo que tales recaídas desde el punto de vista literario (no hablo del moral, ya que el mensaje implícito es de todo punto legítimo) no tienen que ver tanto con los niños como con los adultos. Es decir, no se trata de lo que los niños esperan o desean, sino más bien de los adultos queremos que los niños lean. En este sentido, todos estos pasajes parecen más bien un guiño al mediador que comprará el libro y que seguramente respirará encantado y satisfecho al comprobar que en este libro se tratan valores positivos como la tolerancia, la bondad, etc. De nuevo está aquí el adulto escondido, que determina el tipo de obra que se escribe. De nuevo, vemos aquí la tensión del doble destinatario. 
Estas irregularidades en el tono también están presentes en las ilustraciones. Adolfo Serra elige el motivo clásico, muy frecuente en la poesía infantil ilustrada, de crear personajes que vamos reencontrando a lo largo de todas las secuencias del libro y que actúan de hilo conductor para amalgamar así las distintas composiciones líricas que forman el libro. En este caso se trata de un niño de pelo rojo y una niña de pelo azul a los que podemos ver en los cambiantes escenarios por los que se van repartiendo, y que van mutando de tamaño y protagonismo según las distintas decisiones que se van tomando. El virtuosismo técnico de Serra, con el uso del color, las texturas y las veladuras y un dominio claro de los volúmenes y las proporciones, así como la coherencia estilística y cromática de todas las secuencias, crean un tono sostenido que facilitan la lectura y dan cohesión visual al conjunto. Sin embargo, la distintas soluciones que se proponen para las diversas secuencias no rayan al mismo nivel en todo caso, curiosamente, en un eco de lo que ocurre con los propios versos. Hay grandes hallazgos visuales, muy bien resueltos. Es el caso de la secuencia “Si fuera la luna...”, donde encontramos una luna llena convertida en estanque donde se baña el personaje masculino y moja los pies el femenino; o “Si fuera una palabra...”, en el que la melena azul de la niña se convierte en unas olas por las que va navegan un barco de papel en el que va el niño; o “Si fuera una ventana”, donde vemos cómo el mar entra literalmente por la ventana al interior de una casa. O, sobre todo, en “Si fuera una nube”, con ese niño-nube que deja caer el agua sobre su compañera en tierra, que se resguarda bajo un paraguas amarillo, y en la secuencia final, donde los niños llevan el sol y la luna como si fueran cometas, un gran hallazgo que maravilla al lector por su sencillez y eficacia. En otras ocasiones, en cambio, las ilustraciones dan soluciones más convencionales y menos audaces, como los personajes metiéndose a un libro en “Si fuera un libro...” o los niños-alimento de “Si fuera un alimento”. Y, en general, en aquellas ocasiones en que el texto vuela a menor altura las ilustraciones parecen moverse en un terreno más convencional y menos innovador. No dejan de ser imágenes de gran calidad, pero, consideradas en virtud de su relación con los versos, sus valores quedan un tanto atenuados, y no logran que dichas secuencias poéticas remonten el vuelo a través de su contrapeso visual. 
En conclusión, Si yo fuera, libro de factura impecable y muy bien editado es,  como ya he dicho al principio y pese a todos sus valores, una obra difícil de reseñar. Me da la impresión de que la unión de Cano y Serra podría haber alcanzado cotas mucho más altas de trascendencia imaginaria, pues el planteamiento es realmente sugerente. Pero en el duelo entre la ética y la estética que parece sostener de nuevo la LIJ de nuestros días, aquí parece que la victoria ha correspondido a la primera, y que en ella se ha llevado consigo también a las ilustraciones. La buena poesía, en ocasiones, no tiene nada que ver con los buenos sentimientos. Y, a veces, excelentes ilustraciones no sirven de complemento a los versos. 

martes, 16 de octubre de 2018

Novedades poéticas de la editorial SM



La editorial SM me acaba de enviar por correo un paquete en el que se incluyen tres de las novedades poéticas que acaban de publicar en el inicio de la temporada: Si yo fuera, de Carles Calo, Brujaveleta, José Antonio Lozano Rodríguez, y Mi vida es un poema, de Javier García Rodríguez. No sé si es fruto del azar o si ha habido una premeditación por parte de los responsables de dicho envío, pero el caso es que no me resisto después de haber leído los tres libros a realizar un reseña de todos ellos dividida en tres partes (para no cansar ni saturar al lector), ya que, aunque se trate de tres propuestas muy diferentes entre sí tanto en su apariencia externa como en sus rasgos internos, entre los tres componen un panorama bastante completo de las tendencias poéticas para la infancia y juventud que podemos encontrar hoy en día en el panorama hispánico. 
Además, y no sé tampoco si esto es fruto del azar o de la preparación (y ahora lo mismo da, la verdad sea dicha), se trata de tres obras que corresponden grosso modo a tres estadios distintos de la evolución lectora y que por lo tanto reflejan las posibilidades de la poesía para niños y jóvenes de distintas edades. Así, el libro de Carles Cano, como señala el propio paratexto del libro con acierto (no siempre es así, dicho sea de paso, porque a veces esos mensajes sirven más para despistar que para orientar), es una valiosa muestra de poesía para primeros lectores, mientras que Brujaveletaestaría destinada a un lector mayor, más autónomo y experimentado, y Mi vida es un poema podría ser considerado una muestra de poesía juvenil o para lo que hoy se llama, en una malísima y apresurada traducción del inglés, joven adulto (¿no es más natural traducir Young adult como adulto joven? ¿A qué viene anteponer el adjetivo en español, donde el orden natural es otro?). 
Así, pues, desde Si yo fuera hasta Mi vida es un poema asistimos a un recorrido por las tendencias dominantes de la poesía española infantil y juvenil actual, en la que, por cierto, no hay que olvidar el peso necesario de las ilustraciones en ello, y que centrarán las próximas entradas de este blog. 

jueves, 4 de octubre de 2018

Juan Kruz Igerabide, merecido Premio Nacional de LIJ 2018 (y, de nuevo, por una obra poética)


Juan Kruz Igerabide ha obtenido el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil en su edición 2018 por su obra Abezedario Titirijario. El galardón lo concede el Ministerio de Cultura y Deporte para distinguir una obra de autor español, escrita en cualquiera de las lenguas oficiales del Estado y editada en España durante el pasado año 2017. La dotación económica del premio es de 20.000 euros.
La obra galardonada escrita en euskera, con el título original Letren txotxongiloa, ha sido traducida al catalán (Abecedari pipiridari), al gallego (Abecedario monicredario) y al castellano (Abezedario titirijario).
Juan Kruz Igerabide (Aduna, Guipúzcoa, 1956) es autor de literatura infantil y juvenil, traductor y poeta. Estudió Magisterio y, posteriormente, hizo el Doctorado en Filología. Imparte clases en la Universidad del País Vasco. Ha desarrollado varias investigaciones en el ámbito de la literatura infantil, como Bularretik mintzora: haurra, ahozkotasuna eta literatura (Del pecho al habla: el niño, la oralidad y la literatura. Erein, 1993), y, tras varios libros y poemarios para adultos, en 1995 comenzó a publicar poesía para público infantil, con obras como Haur korapiloak (Trabalenguas para niños. Pamiela, 1997), Botoi bat bezala(Como un botón. Ed. Bilingüe. Anaya-Haritza, 1999), Mintzo naiz isilik (Elkar, 2001. A tus ojos mi voz. La Galera, 2004) o Munduko ibaien poemak (Elkar, 2004. Poemas para los ríos del mundo. Hiperión, 2004) También ha escrito poesía para jóvenes. En narrativa infantil, Igerabide ha escrito más de una veintena de cuentos, como la serie protagonizada por Jonas, que comenzó con Jonas eta hozkailu beldurtia (Aizkorri, 1998; Jonás y el frigorífico miedoso, Everest, 1999), Premio Euskadi en 1999.

miércoles, 13 de junio de 2018

Ferrada por Tabernero

     

"Para leer a María José Ferrada" es la nueva entrada del blog lectoresinfantiles escrita por Rosa Tabernero, donde se plantean las principales claves de la obra de esta autora chilena que, poco a poco, y con propuestas a menudo arriesgadas, se ha hecho un importante hueco en la LIJ (y no solo en ella) hispana. 
Una de sus últimas obras es Mexique, cuyo booktrailer se puede consultar aquí.

martes, 15 de mayo de 2018

"Postales para un año", de Giusi Quarenghi y Anna Castagnoli


Quarenghi, Giusi (textos) y Castagnoli, Anna (ilustraciones), Postales para un año, Barcelona, A buen paso, 2017 
(traducción de Cristina Falcón Maldonado)

Afortunadamente, dentro del campo literario para la infancia cada vez hay más obras que proponen discursos alternativos y que realmente desautomatizan la percepción del lector en varios niveles, remueven su intertexto lector y contribuyen de manera decisiva a su educación literaria al enfrentarle con textos que desafían las convenciones literarias establecidas en el repertorio más extendido de la LIJ. Y que lo hacen, además, no solo desde lo textual y lo visual, sino también desde lo objetual. 
A este tipo de obras pertenece uno de los últimos libros publicados por la editorial A buen paso, dirigida y sacada adelante gracias al entusiasmo incansable de Arianna Squilloni. Se trata de Postales para un año, volumen en el que el texto es de Giusi Quarenghi, las ilustraciones de Anna Castagnoli y la traducción de Cristina Falcón Maldonado. En ella se a un proceso confluyente de desautomatización: textual, visual y objetual. Y, aunque haremos referencia a las dos primeras, nos centraremos sobre todo el la última, dado que es sin duda la que hace de ella una obra particular, original, que inscribe e inaugura un espacio original dentro del repertorio poético infantil actual.  
Postales para un año se inscribe en una tendencia muy específica de la actual poesía escrita para niños, que implica una renovación del género a través del uso de recursos menos usados del repertorio, como el verso libre, el lirismo y un lenguaje literario más imaginista y evocador, elusivo y sutil. Por lo tanto, entronca con una tendencia cada vez más presente del repertorio poético infantil, sin desatender otros rasgos más extendidos en él, como usar un solo tema como pauta constructora del libro. Aquí son las estaciones y el paso del tiempo, los ciclos de la vida. Cada parte corresponde a una de ellas y está estructurada de la misma manera: hay un poema introductorio, que es siempre un haiku, sobre la estación (por ejemplo, en primavera: “Alas violetas / En toda nueva raíz / despunta el vuelo”), y luego una composición lírica dedicada a cada uno de los meses que la componen la estación, de dos versos cada una (“Bienvenido mayo, hábil jardinero /que plantas estrellas y cultivas el cielo”; “Enero tan frío, corazón de hielo / ¿y si te beso, y en mis brazos te llevo?”).  
Así, pues, la desautomatización respecto a la lengua común es evidente, pero la desautomatización respecto al repertorio es relativa, y depende mucho del punto de vista y del intertexto lector de quien lea el libro, ya se niño o mediador. Para un lector acostumbrado a (y al tanto de) las novedades en poesía infantil, una obra así no será demasiado novedosa desde el punto de vista literario, ya que incorporan algunas tendencias crecientes en la poesía infantil (de hecho, la propia Ferrada ganó el premio Orihuela con un libro similar). Para un lector no acostumbrado, sí lo será, por supuesto. 
 Pasemos a otro umbral de creación de significado, que es el visual y el objetual. Dicho umbral no debería ser tenido en cuenta en obras ilustradas de forma independiente y separada, ya que la imagen en los libros ilustrados, a pesar de que tenga entidad estética en sí misma, no está concebida para ser contemplada de manera independiente, y sí para ser vista en relación con el texto al que acompaña. Así, lo que hay que tener en cuenta aquí es eso precisamente, la manera en que se produce la relación entre texto e imagen y hasta qué punto de ello se deriva una lectura y una percepción desautomatizada. 
En general, las dinámicas de relación que se producen entre el texto y las ilustración en estos dos libros son más similares a las de un álbum que a las de un libro ilustrado, ya que Anna Castagnoli, con sus delicadas y líricas ilustraciones, rehúye la redundancia para establecer diálogos con el texto que sobrepasan la simple reproducción de contenido. 
Pero lo que realmente hace a este libro una obra literaria desautomatizada – y con eso queremos decir que nos obligan a pararnos a mirar, a pararnos a ver, a mirar mejor, a leer mejor – es el formato. Es este el que dirige y configura un tipo de lectura distinto, más consciente y menos automática; sin ese formato, la obra sería totalmente distinta. No mejor ni peor, pero sí distinta. 
Postales para un año nos propone, pues, un itinerario y un ritmo de lectura en cierto modo diferente porque se da un orden distinto entre texto e ilustración, que sin embargo resulta completamente pertinente con la obra en su conjunto. 
Normalmente, en los libros de poesía para niños, y sobre todo en los poemarios ilustrados (no tanto en los álbumes líricos) suele establecerse la misma relación entre poema e imagen: el primero va en la página par y la segunda en la página impar, manteniendo así la unidad de la doble página que es tan habitual en los libros ilustrados y los álbumes. Así, cuando el lector pasa la página, encuentra esa doble unidad, de tal manera que hay una primera aproximación más superficial y rápida a la ilustración, quizás un rápido vistazo, que luego se completa con la lectura de los versos, después de la cual se puede volver a la ilustración para completar el significado y rematar la lectura. En Postales para un año no es así. En postales para un año encontramos primero la imagen, en la página impar, y el texto que va con ella detrás, en la par. De esta manera, se mantiene la distribución más habitual pero subvirtiendo el orden y, por lo tanto, el acceso al contenido doble que proponen texto e imagen. Esto crea una dinámica de lectura diferente, porque, una vez leído el texto, el lector se ve obligado generalmente a volver de nuevo la página para cotejarlo con la ilustración, para confirmar ese diálogo. Esta es la dinámica que encontramos a lo largo de todo el libro. 
¿Cuál es la razón principal para ello? Claramente, reproducir la dinámica comunicativa que se establece cuando se recibe o se ve una postal, en la que tendemos a mirar primero la fotografía (que es la razón de ser de las postales, al fin y al cabo), en la propia lectura del libro, de tal manera que se establece una ceremonia lectora distinta de la que se da en un libro de poemas convencional. 
        Ulteriormente, y además de esta ceremonia lectora que se propone aquí, este libro se puede convertir en una obra de arte exenta, y hasta en un objeto decorativo. Decorativo es una palabra fea, tal vez, para hablar de libros, pero aquí no resulta desacertada. En el caso de Postales para un año, cada una de las postales está troquelada de tal manera que permite la separación de la misma del cuerpo del libro para separarlas y usarlas como se quiere: como postales propiamente dichas, como tarjetas que acompañen un regalo, como láminas enmarcadas llenando una pared. Con eso, Postales para un añoes un libro que, sin dejar de serlo, trasciende su propia condición de libro para dar un paso adelante, para convertirse en objeto. Solo el lector decidirá al final qué querrá hacer con él.