sábado, 30 de abril de 2016

El clásico de la semana es...

   

   

















      En esta última semana de estancia boloñesa, el clásico es Piero Formentini (Piano, Reggio Emilia, 1937), en cuya producción destacan sobre todo dos libros de poesía para niños tremendamente innovadores: Poesiafumetto (1982) y Parolamongolfiera (1993). Ambos suponen una indagación constante en el lenguaje y en la palabra poética, lo cual demuestra sin duda que el autor se toma muy en serio al público infantil y que no se limita a repetir fórmulas vacilonas para complacerlos. Así, mientras que en el primero de ellos usa recursos propios del cómic (eso significa fumetto en italiano) para ofrecer poemas que destacan por sus variaciones tipográficas, en el segundo (donde se acuña el término parola mongolfiera, es decir, "palabra globo") se ofrece un viaje poético que incide en la capacidad de las palabras para volar y elevarse por encima de su propia sonoridad y de su significado más convencional. Son, por lo tanto, dos libros de muy difícil traducción al español, pero en los que se puede comprobar la existencia una veta poética infantil ligada a la experimentación con la lengua que, sin embargo, no olvida nunca la especificidad del lector infantil.  

domingo, 24 de abril de 2016

Canti dell'attesa


Giarratana, Sabrina (testo) e Possentini, Sonia María Luce (illustrazioni), Canti dell’attesa, Torino, Il Leone Verde Edizione, 2015

Canti dell’attesa, es decir, Cantos de la espera, es un libro que acaba más o menos justo donde empezaba el libro de Sivia Vecchini que reseñamos hace unos días aquí mismo, Finalmente qui, y que por lo tanto le serviría de complemento perfecto. Mientras que este último era un libro pensado para los padres y el recién nacido, y reflejaba desde el nacimiento hasta los primeros pasos, el de Giarratana es una colección de poesías que habla desde diversos ángulos del período de gestación y que acaba cuando el niño ha venido al mundo e inicia su camino dentro de él. Sin embargo, la diferencia no radica solo ahí, pues estamos ante dos libros totalmente distintos en lo que respecta al proyecto gráfico, editorial y literario, y no solo en cuanto al tema.
Para empezar, y por centrarse en primer lugar en aquello que resulta más evidente, el formato es completamente distinto. Canti dell’attesa es un álbum de gran tamaño y tapa dura (es decir, un álbum convencional), mientras que Finalmente qui era un libro pequeño y en cartoné; las poesías están escritas en letras minúsculas, cuando en el libro de Silvia Vecchini estaban en mayúsculas, y, por tanto, pensadas para primerísimos lectores; y, en el caso de las ilustraciones, las de Sonia Maria Luce Possentini son mucho más evanescentes y líricas que las de Sualzo, por lo que sin duda parecen buscar dos receptores muy distintos.
Pero la diferencia principal quizás radique en el tipo de receptor, y eso nos conduce ineludiblemente a una reflexión sobre el lector pretendido y el destinatario de este tipo de libros. Cuando comenté el libro de Vecchini hablé de que pocas veces se había materializado de una forma tan exacta la existencia de ese doble destinatario que siempre está presente en la literatura infantil, ya que en sus páginas encontrábamos los poemas propiamente dichos junto con las instrucciones sobre cómo leerlos. Si aquellos podían estar dirigidos tanto a los padres como a los hijos, estos últimos, en cambio, estaban claramente destinados a los primeros, de manera que el doble destinatario que está implícito en toda obra infantil aquí se convertían en dos voces distintas que convivían en las páginas. El caso de Canti dell’attesa es muy distinto, porque los poemas no tienen ese doble destinatario, y porque el propio libro abre en sí mismo un interrogante que no es del todo baladí cuando se habla de literatura infantil: ¿para quién estás pensado este libro? ¿A quién se dirige?
El libro lo encontré en la Sala de Bebés de la Biblioteca Sala Borsa de Bolonia, pero dicho hallazgo esconde quizás una cuestión mucho más honda. Dicha sala es un espacio en el que hay que dejar los zapatos en una estantería que se encuentra al entrar y donde los padres pueden acudir con sus hijos a leer, a leerles. La mayor parte del suelo está cubierto por una mullida alfombra donde niños y mayores se tumban tranquilamente, con todos los libros a su alcance. Allí Canti dell’attesa estaba en la sección de filastrocche, es decir, de poesías populares para la primera infancia, una pequeña estantería comparada con el resto de géneros, como era de esperar.
Obviamente, y aunque por el tema estuviera en la sección de bebés de la biblioteca, este no es un libro para primeros lectores, ni para prelectores, ni tampoco para que niños más pequeños empiecen a manipularlo y familiarizarse con él. Desde el punto de vista objetual, es demasiado grande; y, desde el punto de vista, literario, es quizás demasiado complejo, con poemas un tanto largos y complejos, por mucho que mantengan la sonoridad propia de la filastroccha y sin duda resistan la prueba de ser leídos en voz alta. Además, el libro va precedido de un prólogo escrito por Beatrice Benfenati, que, según confiesa al inicio del mismo, lleva treinta y cinco años enseñando yoga prenatal. Durante todo este tiempo ha llegado a la conclusión de que el embarazo es un período de tiempo muy breve para transmitir a las futuras madres todos los significados que están escondidos detrás de las sensaciones que acompañan la espera.
Este es un libro, pues, que se inscribe en una latente e interesante paradoja genérica (de género literario, no del otro: lo aclaro porque en este contexto puede haber confusión) que creo que merece la pena ser estudiada. Es un poemario que se dirige sobre todo a las futuras madres (aunque los padres pueden también incorporarse al viaje, por supuesto) y que, por lo tanto, tienen un lector pretendido claramente adulto; pero, al mismo tiempo, por su apariencia paratextual (formato, ilustraciones) y por el tipo de discurso literario es un libro que entraría sin duda dentro de lo que llamamos literatura infantil, y que además resistiría la prueba del ser leído con, es decir, de ser leído a un niño en voz alta, por la sonoridad de sus versos, por el tamaño, por la importancia de las ilustraciones. Estamos, pues, tal vez ante el nacimiento de un subgénero liminar que, como acabo de decir, convendría sin duda explotar.
Dicho esto, y ya centrándonos en Canti dell’attesa como libro de poesía propiamente dicho, debemos mencionar antes que nada el anterior poemario de la autora, Poesie di luce, sobre todo porque entre los dos se establece una línea de continuidad muy clara que supone un avance respecto a las obras anteriores, aun sin abandonar ciertas constantes. El punto de contacto más evidente – por visual – entre ambos libros es que ambos están ilustrados por la misma artista, Sonia Maria Luce Possentini, lo cual les confiere un ineludible aire de familia. Pero no parece casual que la autora haya vuelto a confiar en esta ilustradora después de su otra (y exitosa en cuanto al resultado) experiencia juntas. En Poesie di luce Giarratana daba un salto respecto a sus obras anteriores, y ofrecía un poemario más lírico y sutil, menos pegado a la sonoridad de la filastrocca y al imaginario infantil. Como ya he dicho varias veces en este blog, es normal que los libros de poemas para niños tengan un tema común que unifique todos los poemas y sirva de hilo conductor, y eso lo podíamos ver en Filascuola y Filastrocche in valigia. En Poesie di luce hay un tema común también, la luz, pero este es tan evanescente, tan general, que en realidad el poemario es mucho más variado, pues explota la luz desde sus más diversas perspectivas simbólicas y materiales, porque la luz es una materia en sí misma paradójica y rica en significados. El resultado es un poemario más lírico que lúdico, y ese lirismo queda subrayado por unas ilustraciones como las de Possentini, que poseen también esa calidad evanescente y difusa, tal vez porque están hechas con acuarela. En este sentido, no me queda más remedio que hablar otra vez de Silvia Vecchini, porque Poemi di luce me recuerda mucho al tándem que formaron dicha autora y Marina Mercolin en Poesie della notte, del giorno, de ogni cosa intorno, pues también Mercolin usa la acuarela para subrayar el delicado mucho lírico de Vecchini (quien, sin embargo, cambia de tercio y de ilustrador en sus otros dos libros de poesía). A diferencia de Poemi della luce, que tenía un formato pequeño, aquí estamos ante un formato grande, y por lo tanto las ilustraciones ganan en importante frente a nuestra mirada. Sin embargo, el tono es más o menos el mismo, tanto en los poemas como en las ilustraciones, y el resultado es parecido.
Canti dell’attesa trata evidentemente de la espera, y lo hace desde dos puntos de vista distintos pero desiguales. Hay uno mayoritario que es el de la madre, en cuya voz se pone la mayor parte de los poemas. La madre normalmente habla a su futuro hijo (“Tu non sei pronto, non lo sei ancora / Sei in posizione, ma non è ora”), al que por otro lado se le da la palabra en algunas ocasiones, y se van reflejando las distintas fases por las que pasa hasta que se produce el nacimiento, en las que no está ausente la incertidumbre, el temor, la sorpresa y la duda. Pero hay también poesías en las que oímos la voz del futuro niño, aunque se trate más bien de un desdoblamiento de la propia madre, una manera de tomar distancia frente a su propio estado y de expresarse de otra manera. Es lo que leemos, por ejemplo, en cuatro poemas seguidos que reflejan los últimos momentos del embarazo y la llegada al mundo (Canto delle onde in arrivo, Canto dell’abbandono, Canto della zattera, Canto dell’attraversamento). En ellos, el niño que va nacer siente la ineludible llegada del cambio de estado, que es visto aquí como un viaje difícil y agitado (“Sto attraversando su un’onda alta /Sto attraversando, ora si salta”, como una travesía en la que hay que buscar asideros. O, como dice el título de la siguiente composición, una balsa:

“Sono nel mare, mare in tempesta
Mentre nel mondo tutto si arresta
Cerco una zattera e fuori non c’è
Perché la zattera è dentro di me
Ecco l’approdo, ecco il mio posto
Devo restarci ad ogni costo
Ho una certezza in questo mare
Lo riuscirò ad attraversare”

(Canto della zattera).


Así, el mar, el agua y el viaje se convierten en un símbolos muy importantes en varios pasajes (“Aspetto il mare, lo aspetto a riva / Aspetto il tuffo di un’onda viva”; “Mare bambino, mare raccolto / Del tuo silenzio sono in ascolto”; “Sono il guardiano della tua acqua / Sono il guardiano della tua riva (…) / Piccola spugna che stai sul fondo”) y confieren al libro en su conjunto su peculiar textura imaginaria, que se completa con la inherente textura acuática de las ilustraciones, las cuales no se limitan a recrear simplemente el texto, sino que recogen su potencial imaginario para usar imágenes altamente simbólicas que complementan los versos en una relación que podríamos considerar propia de un álbum.
El viaje, claro está, acaba con la llegada al mundo del niño, ya en los tres últimos poemas: Canto del primo respiro, Canto della contemplazione y Canto del cercatore. Pero el propio libro insinúa al final, con el último poema, que el viaje no acaba ahí, que el viaje dura toda la vida y que, durante el mismo, se encuentran tesoros en los propios dedos  (“Il cercatore viaggia nel tempo / Per chi lo aspetta il viaggio è lento / E mentre viaggia trova la vita / Trova il tesoro tra le sue dita”). En la segunda de estas últimas secuencias aparece la imagen de un bebé, pero las otras dos son mucho más simbólicas, ya que reflejan un árbol en medio de un prado y un cielo estrellado, nuboso y con la luna en una esquina. Son solo tres ejemplos de por dónde van los tiros en la ilustración, y cómo esta recoge las sugerencias de los versos sin caer en la literalidad.
        En suma, lo más interesante del libro, aparte del tema en sí mismo y de las implicaciones genéricas y de lectura que hemos comentado, es que en él Sabrina Giarratana logra algo muy difícil: conseguir una sonoridad y un ritmo propios de la filastrocca sin por ello renunciar al potencial, metafórico y evocador de un lenguaje pleno de simbolismo y de imágenes, con el que además intenta renovar el imaginario ligado a un tema tan universal como la espera. Y la ilustradora, Sonia Maria Luce Possentini, la acompaña en este viaje y sabe ampliar imaginariamente los poemas para enriquecerlo y, en suma, enriquecernos, independientemente de a quién vaya dirigido este viaje.  

jueves, 21 de abril de 2016

El clásico de la semana es...


El clásico de esta semana es Spiaggia, sdraio e solleone, es decir, Playa, tumbona y canícula, un libro de poemas publicado en 2000 por el autor italiano Nico Orengo (1944-2009), quien, junto a poetas como Piumini, Pecora y Sciojola, entre otros, forma parte de esa generación de autores italianos de versos para niños que buscó nuevos caminos de renovación después del indiscutible e influyente magisterio de Gianni Rodari.
Como el propio autor anuncia en la nota previa, el libro es “un breve, incompleto, catalogo de objetos y emociones estivales”, en el que cada poema está centrado en un objeto típicamente veraniego o, mejor dicho, típicamente playero. Así, hay poemas dedicados al mar, a la crema bronceadora, al helado, a las casetas de baño, a la tumbona, a la pelota, al cubo, a la pala, etc. Se trata de poemas breves y muy evocadores, con los que ni a un niño ni a un adulto le cuesta identificarse. El autor lo sabe, y de ahí que invite al lector, también en la nota introductoria, a escribir sus propios poemas sobre el verano (a tal efecto, se dejan algunas páginas en blanco con líneas en el interior). 
Pero, pese a esta fácil identificación de la que hablamos, Orengo no se deja llevar solo por la nostalgia o por el carácter siempre festivo y excepcional de las vacaciones, y hay muchos poemas en los que asoma una voz ligeramente irónica que refleja las incomodidades del verano, como las hormigas, el olor a bronceador que no se va nunca, la arena que nos acompaña incluso cuando hemos vuelto a casa, las construcciones que aparecen al lado del mar de un año para otro, las sandalias que siempre se resbalan o la canción del verano, que suena y suena sin parar. También hay espacio para convertir estos rituales veraniegos en símbolos de iniciación, como ocurre en el poema El trampolín, donde el niño que se salta desde él llega al agua convertido ya en un jovencito. 
       Por ello, este Spiaggia, sdraio e solleone es un buen reflejo, a veces lírico, a veces irónico, de nuestro imaginario vacacional, plasmado en un verso rítmico y ligero, como el propio verano. Y, como el verano mismo, el libro dura un suspiro, pero deja un poso fresco, soleado y un tanto melancólico en nuestra memoria. 

L’abbronzante

Quell’odore un po’
nausante di crema
abbronzante che si mescola
al fritto di pesce e
non esce dalla pelle che
a fine stagione, dopo un
aquazzone.

La canzone

Per un mese è là
stessa canzone,
in spiaggi, sul balcone,
in pizzeria, sul lungomare,
da “Ginseria” e da “Maglione”.
La canzone è sempre
la stessa: quella dell’amore
che ti ha fatto fessa.

Il costume

Lontano dall’acqua
uno straccetto triste,
conchiglia molle .

Trampolino

Sali bambino
sul trampolino
il cuore in gola
poi si vola
ed entri nel mare
già ragazzino.


miércoles, 13 de abril de 2016

Finalmente qui


Silvia Vecchini (texto) y Sualzo (ilustraciones), Finalmente qui, Imola, Bacchilega Editore, 2016

En los últimos años parece haberse impuesto la idea de que es necesario que los niños entren en contacto lo antes posible con la poesía escrita para que luego se conviertan en lectores. Es indudable que lo hacen de manera oral, a través de las nanas, las canciones escenificadas, las suertes o los juegos mímicos, pero al mismo tiempo parece existir un salto entre lo oral y lo escrito, pues a veces los niños (y los mayores: pongo por caso mis estudiantes) no conciben como poesía aquello que usan y han usado en la vida cotidiana y sí lo que les obligan o han obligado a leer en los libros. Por eso es necesario que haya obras que llenen ese hueco y que tiendan puentes entre esa forma oral de vivir la poesía y la escritura poética, que al fin y al cabo demanda otras destrezas. Afortunadamente, en español tenemos la suerte de contar con dichos colecciones como La Cereza, de Combel, de Mar Benegas, o De la Cuna a la Luna, de Kalandraka, de Antonio Rubio, que están en esta línea: se trata de volúmenes pequeños, en cartoné, con poco pero muy sugerente texto en mayúsculas,  y en el que no importa tanto el contenido como la sonoridad de las palabras y lo que evocan inesperadas combinaciones entre ellas.  
El libro que hoy reseñamos, Finalmente qui, De Silvia Vecchini y Sualzo, que acaba de ser publicado en Italia, está sin duda también en esta línea (textual y peritextual), pero va un paso más allá, porque también está tejida con otros mimbres.
En un encuentro reciente celebrado en la Feria de Bolonia, al que tuve la suerte asistir, Silvia Vecchini explicó que la idea del libro no le vino dada por su propia experiencia como madre (aunque ella misma es madre de tres hijos junto al ilustrador del libro, Sualzo, como se indica en el colofón), sino por los recuerdos de dicha experiencia, que fueron reavivados por la reciente maternidad de algunos de sus amigos. Fue así como nació este Finalmente qui, que es un libro de poesía para niños pero también para adultos o que, mejor dicho, es un libro de poesía para que los adultos lean en voz alta a sus bebés recién nacidos. Y ese doble destinatario – cosa nada infrecuente, por cierto, en la literatura infantil, como es bien sabido – se encarna literalmente a lo largo de las páginas del libro por cómo está estructurado, como veremos más adelante.
Pero, antes que nada, querría detenerme en el prólogo que antecede a los poemas, en el que se hace una breve declaración de lo que se pretende con este libro, de lo que se quiere que sea, de su fin y sus destinatarios:

Poche parole, poche figure, pochi colori.
Solo alcuni inviti a parlare con il tuo bambino, la tua bambini, lungo il tempo specialissimo e prezioso che va dai primi giorni ai primi pasi.
Leggi ad alta voce, bisbiglia alle sue orecchie, canta. E poi inventa altre parole, altre rime e altri giochi, che siano tutti vostri.
L’amore è una lingua sempre nuova e i bambini sono maestri pazienti.

(Pocas palabras, pocas imágenes, pocos colores.
Solo algunas sugerencias para hablar con tu hijo, con tu hija, durante el tiempo precioso y especialísimo que va desde sus primeros días a sus primeros pasos.
Lee en voz alta, susúrrale al oído, canta. Y luego inventa otras palabras, otras rimas y otros juegos que sean solo vuestros.
El amor es una lengua siempre nueva y los niños son maestros pacientes).

El libro es, en esencia, eso, pero su concepción ya refleja el deseo de puesta en práctica y de interacción con el bebé que guía a sus autores. Sobre todo, por cómo está secuenciado y estructurado.
Cada secuencia del libro ocupa una doble página, como suele ser habitual en los álbumes. Ahí se encuentra, por un lado, una ilustración que ocupa todo el espacio y dos tipos de texto muy bien diferenciados, que aparecen o bien en negro, si el fondo es claro, o bien en blanco, si el fondo es oscuro. Uno de los textos está en letras mayúsculas y es el poema propiamente dicho; el otro está en minúsculas y son las instrucciones o sugerencias para que el adulto lea, recite o utilice los versos al niño. En algunas de las secuencias, el poema está en la página par y las instrucciones (que vendrían a ser una especie de acotaciones emocionales) en la impar; en otros casos, al revés; y, en otros, los menos, en la misma página. Así, cada poema se corresponde a un momento preciso del desarrollo del niños, desde el parto a sus primeros pasos, y una manera especial de ser recitado, susurrado o cantado, en la que no solo entra en juego la voz, sino también el cuerpo. Por ejemplo, el primero poema, que refleja el momento liminar del parto, se une a esta instrucción: Da dire sotto voce celebrando fine e inizio, es decir, “Para decir en voz baja celebrando fin e inicio”; y, más adelante, se recomienda realizar Una declarazione dondolandosi guancia a guancia (“Una declaración balanceándose mejilla con mejilla”) para acompañar el primer baile juntos.
La idea es sin duda excelente, pero de nada serviría una brillante concepción si no fuera acompañada por una ejecución a su altura. En el encuentro en la feria que he mencionado anteriormente, Silvia Vecchini decía que echaba en falta materiales literarios de calidad para primeros lectores, que había muchas publicaciones pero muchas adolecían de una falta total de cuidado desde el punto de vista literario. Sin duda esa ha debido ser una motivación tan grande como el recuerdo de su propia maternidad, porque Finalmente qui no se agota en esa idea excelente de unir texto poético más instrucciones, sino que ofrece poesía de muy alta calidad, lo cual es aún más difícil de llevar a cabo con un espacio tan exiguo como el que demandan los primeros lectores y los pre-lectores, como se ve, por ejemplo, en este poema:

Mi offri la tua mano
aperta da bacciare,
un fiore caldo
lo premo sulla boca,
mano parola
che chiama chi toca.

(Me ofreces tu mano / abierta para besarla / una flor cálida / la aprieto sobre la boca, / mano palabra / que llama a quien toca).

Hay, además, una variedad en el uso de recurso. A veces se usan recursos de repetición, más lúdicos y cercanos a lo popular (Prendi, stringi, scuoti. / Prendi, picchi, ruoti. / Prendi, tiri, lanci) y también hay momentos plenos de humor y ternura, como el poema que refleja cómo el niños descubre que debajo de su calcetín siempre aparece un pie. En general lo que Vecchini nos ofrece, al igual que en sus dos otros libros de poesía para niños (Poesie delle notte, del giorno, di ogni cosa intorno, ya reseñado aquí hace dos años, y Dentro la fiaba, publicado en año pasado), es una apuesta decidida por la función poética del lenguaje, incluso en textos tan breves y para este tipo de (pre)lectores.
Las ilustraciones son otro acierto. En este caso, se nota mucho que es un proyecto conjunto que ha ido desarrollándose en paralelo, porque hay una conexión muy evidente entre texto e imágenes. El formato pequeño, cuadrado, ideal para los primeros lectores y los pre-lectores, es también ideal para un libro que tiene que ver con momentos de intimidad, y las ilustraciones van también en esa línea. Sualzo, el ilustrador, dijo en la presentación mencionada que en las imágenes había querido jugar con la perspectiva limitada y cercana de un niño, el cual siempre ve las cosas demasiado cerca porque todo el mundo se acerca a él. Y así es. Usa continuamente primerísimos planos en los que desaparece alguna parte de lo representado. Por ejemplo, las caras de los adultos (e incluso la mitad de ellas) ocupan buena parte de la página en varias ocasiones, sobre todo al principio, aunque esto va cambiando, coherentemente, según el niño va creciendo, va cobrando independencia en su existencia y, por tanto, en el libro. Esta sensación de intimidad se completa con la elección de los colores y su falta de saturación, que nos sumergen en una atmósfera suave y tierna, aunque esto también va cambiando a lo largo del libro, y hacia el final se va ganando cierta intensidad que refleja una concepción distinta del mundo.  

Finalmente qui es un bello y logrado libro. Un poemario que aboga por que el niño que empieza a vivir, a escuchar, a sentir y, después de todo ello, a leer, tenga derecho a la poesía de calidad, a la buena poesía. Ojalá cunda el ejemplo, ojalá algún editor español se anime a publicarlo (yo me ofrezco a traducirlo con sumo gusto).