Forchetti, Laura, Donde nace la noche, Pontevedra,
Kalandraka, 2015 (ilustraciones de María Elina)
Actualmente la creación
poética para niños en lengua española parece estar dividida entre dos estéticas
dominantes: por un lado, están aquellos autores que han decidido asumir la
tradición oral como fuente de aspiración y que llevan a cabo una relectura
actualizada de la misma, no tanto en cuanto a los temas como en el hecho de
incorporar hallazgos metafóricos y visionarios propios de la poesía del siglo XX; y, por otro lado, están
aquellos poetas que parecen intentar darles a los niños una receta lírica
alejada lo más posible de los ingredientes folclóricos tradicionales, y abren
sus composiciones a otras influencias, a otros metros y al verso libre,
confiando además sin dudas en la metáfora y la imagen como elementos
principales del lenguaje poético, por encima de las figuras de repetición y los
juegos de palabras. A ambas las une empero un conjunto de características
comunes que siempre están más o menos presentes en los libros de poesía para
niños que se publican hoy en día, como la narratividad, la existencia de
siempre de un leit motif que unifica
todo los poemas o el tema de la naturaleza.
En este sentido, tal vez
los galardonados con el Premio Orihuela de Poesía para Niños sean un buen
termómetro para medir estas tendencias, ya que en la lista de premiados
conviven sin aparente conflicto poemarios más afines a la primera tendencia
(como Gorigori) con otros más
cercanos a la segunda (como El idioma
secreto). El último libro premiado, Donde
nace la noche, estaría más en la segunda línea que en la primera, en la
medida en que la autora, Laura Forchetti, parece sortear o dejar de lado toda
influencia de la poesía de tipo popular y jugar con otras claves.
Donde nace la noche se abre con una cita de Emily Dickinson – “Buenos
días – Medianoche – Vuelvo a casa” (“Goodmorning – Midnight – I’m coming home”)
– que parece ser toda una declaración de intenciones, tanto a nivel temático
como a nivel referencial de todo el poemario. Si vamos al poema completo, que
aquí ofrecemos en traducción de José Luis Rey (Poesías completas, Visor), este nos puede dar aún más claves de lo
que este poemario está a punto de expresar, del recorrido poético por el cual
nos va a llevar:
Buenos días – Medianoche –
Estoy llegando a Casa –
El Día – se cansó de Mí
–
¿Cómo podría yo – cansarme
de Él?
La luz del sol era un
sitio plácido –
Me gustaba estar allí –
Pero la Mañana – ya no me
quería – ahora –
Por lo tanto – ¡Buenas
noches! – Día!
¿Puedo mirar – no puedo –
Cuando el Este sea Rojo?
Las Colinas – tienen un
aspecto – entonces –
Que hace al corazón –
soñar –
Tú – no eres tan bella –
Medianoche –
Yo escogí – el Día –
¡Pero – por favor, acoge a
una Chiquilla –
Ya que el día se fue!
Obviamente, este libro trata
sobre la noche, lo cual no resulta demasiado original dentro de la poesía para
niños y de la literatura infantil en general. Pero lo que sí resulta novedoso
es el enfoque. La noche suele aparecer en los libros para niños como tema
recurrente, aunque siempre relacionada con el momento de irse a dormir, un
ritual que puede estar ligado al miedo a la oscuridad o al momento especial que
siempre supone que un adulto se siente en la cabecera de la cama a leer un
cuento. De esta manera, la noche como tal queda sin explorar, porque lo que
importa al fin y al cabo es lo que ocurre por las noches, esas pequeñas
ceremonias que clausuran el día y la oscuridad que es inherente a ella, aunque
generalmente vista desde un punto de vista negativo. En Donde nace la noche, ya el título, como suele ocurrir con los
buenos libros de poesía, nos da la pista de que los tiros van por otro lado.
Unir el nacimiento con la noche resulta paradójico y está buscado: la noche no
se ve como el fin del día, sino como el comienzo de otro dominio.
Gilbert Durand, en Estructuras antropológicas de lo imaginario,
habla de la noche ligada simbólicamente de la intimidad y lo materno,
incluso con lo nutritivo y alimentador. Donde
nace la noche entronca con estas regiones de lo imaginario, con la noche
vista como seno, como lugar donde resguardarse y donde pueden suceder tantas
cosas como durante el día. De ahí que este poemario en el fondo sea muy
luminoso – están presentes las estrellas, por supuesto, que aparecen varias
veces, con hermosas imágenes, y que en ocasiones se tragan también, como en “Vamos
a esperar / una estrella / que caiga. / Hay que abrir la boca / y tragarla, /
te deja la lengua blanca / como escarcha” – y que la ilustradora, María Elina, con
excelente criterio a nuestro juicio, no haya optado por regalarnos imágenes
oscuras y convencionalmente nocturnas, sino de una luminosidad atenuada y
sutil. Son varias las ilustraciones en las que vemos el cielo negro en la parte
superior, una referencia útil y casi imprescindible para situar los poemas en
su propia nocturnidad. Pero lo brillantemente paradójico aquí es que esa noche
de la parte superior no contamina toda la lámina, porque la parte inferior es
blanca y luminosa. De esta manera, las ilustraciones expresan con un recurso
muy sencillo (aunar luz y oscuridad de manera inverosímil pero por eso mismo
basada en una verdad que está más allá, la verdad poética) esa idea positiva de
la noche, como espacio y tiempo alternativo para la vida que hay que descubrir
y no como negatividad castradora de la parte diurna del día (y de la vida),
como mundo que descubrir al fin y al cabo, que preside todos los versos.
A pesar de todo, Donde nace la noche no es ajena a
ciertas características muy frecuentes en la poesía para niños actual en lengua
española y casi me atrevería a decir que en cualquier lengua occidental. Por
ejemplo, no es un conjunto de poemas con cierto aire de familia, como suele
pasar con los poemarios para adultos, sino que tiene un hilo conductor muy
claro que además está relacionado con el género narrativo, otro rasgo muy
significativo de la poesía infantil. En el libro seguimos a dos personajes, una
niña y un niño, pero no llega a ser tan definida la historia como para que se
pueda considerar un texto absolutamente narrativo, aunque en este caso las
ilustraciones, nos sirven también de hilo conductor. Además, hay una
localización espacial y temporal concreta pero a la vez indefinida, que también
las ilustraciones, con algunas imágenes elípticas y metafóricas que interpretan
de manera libre pero ajustada los versos, contribuyen a subrayar.
Pero, como siempre, y pese
a que mi insistencia pueda parecer ya un poco repetitiva, donde reside el
verdadero caballo de batalla de la poesía es en el lengua, en centrarse en él
para decir las cosas de otra manera, entendible para todos, y para los niños,
en primer lugar, pero distinta de la lengua común. Si no, de nada sirve, y no
es poesía, sino solamente versificación. Aquí en ocasiones es deslumbrante, y
de nuevo hay que acudir a Emily Dickinson para hablar de ello, pues se da en este
poemario una concentración y una sincopación que recuerda mucho a los versos de
la poeta americana, con metáforas e imágenes que iluminan esa noche poética en
que nos sumergimos con los dos protagonistas y que surgen con esa aparente
naturalidad que es solo la consecución de un proceso muy largo de cocción y de
escritura.
Hace tiempo comparé en
este mismo blog la educación poética infantil como una dieta en la que tiene
que haber de todo. Me gustaría, en cualquier caso, que en esa dieta fuera
iluminada por muchas luminarias poéticas como esta Donde nace la noche.
Bella y clara reseña!
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