viernes, 16 de enero de 2015

Una literatura desclasada (reflexiones canónicas para el año nuevo)

  
     La literatura infantil es una de tantas otredades que habitan en los márgenes del canon literario. Es ya una metáfora gastada, además de un chiste un poco facilón, afirmar que se trata de la Cenicienta de la literatura, pero no por obvia dicha metáfora deja de ser exacta y resultona. Sin embargo, esta indudable condición de cenicienta del polisistema literario (por ponernos un poco finos y teóricos) no es igual en todos los países y en todas las tradiciones literarias. Aún recuerdo con verdadera sopresa la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Londres de 2012, durante la cual se dio protagonismo a la literatura infantil por tratarse de una de las aportaciones culturales más importantes de la cultura británica al mundo en general. Y no lo es porque los británicos no tengan un patrimonio literario pobre que tengan que compensar con la literatura infantil. Antes al contrario: su patrimonio literario es riquísimo, pero en literatura infantil pocas naciones les pueden disputar un hipotético primer puesto, porque de origen británico son muchos de las grandes obras de literatura infantil y, lo que es más importante aún, una serie de personajes que se han consolidado en nuestro imaginario colectivo, como Alicia, Peter Pan o Mary Poppins y, en épocas más recientes, Harry Potter. Otros países no concentran tanto patrimonio literario imaginario, pero al menos cuentan con una o dos obras literarias que son clásicos universales de la LIJ y que también se han cristalizado con fuerza en el imaginario colectivo internacional: es el caso de Estados Unidos, donde encontramos también grandes obras como El mago de Oz o Donde viven los monstruos; Francia, que cuenta con El Principito; Italia, que tiene a Pinocho; incluso Alemania, que cuenta con un clásico moderno de la categoría de Michael Ende, cuando, en lengua alemana (aunque de autora suiza), de añejos clásicos como Heidi.
  ¿Qué pasa con la literatura española? Pues que no tenemos ninguna obra literaria infanti o juvenil que se pueda comparar a los clásicos ingleses, estadounidenses, franceses, italianos o alemanes. Por no tener, ni siquiera tenemos esa obra infantil de carácter nacional que todos los niños conocen y han leído en el colegio, como pasa por ejemplo en Estados Unidos con los libros de Doctor Seuss. Así las cosas, sin clásicos a la vista (quizás dentro de poco lo sea - o quizás ya lo es - Manolito Gafotas, pero en este caso hemos topado con otro gran problema: el humor tampoco se considera bastante serio para entrar en el canon), la literatura infantil siempre está bajo sospecha, siempre está atrapada en su condición de arte menor (en el sentido peyorativo) y de manifestación de la cultura popular, lo cual, en un país donde los llamados estudios culturales siguen estando bajo sospecha y donde la academia aún se muestra reticente a la investigación sobre manifestaciones como el cómic, la televisión o el cine, es un gran problema.
  Y si la literatura infantil española carece de clásicos de relumbrón y por lo tanto se ve con cierta condescendencia, ¿qué se puede decir de la poesía infantil, que además es un género siempre bajo sospecha, pues son muchos los que sostienen que poesía e infantil son dos términos absolutamente irreconciliables? 

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