En el Día de los Difuntos, el clásico de la semana no podía tener otro tema más que la muerte. La poesía universal está llena de bellísimas elegías y conmovedores lamentos, pero, en medio de tan abigarrada selva de lágrimas y plantos, quizás no venga mal echar mano de una visión un poco más irónica y distanciado, a la par que práctica, como la que nos propone Ángel González en esta Diatriba contra los muertos:
Los muertos son egoístas:
hacen llorar y no les importa,
se quedan quietos en los lugares más inconvenientes,
se resisten a andar, hay que llevarlos
a cuestas a la tumba
como si fuesen niños, qué pesados.
Inusitadamente rígidos, sus rostros
nos acusan de algo, o nos advierten;
son la mala conciencia, el mal ejemplo,
lo peor de nuestra vida son ellos siempre, siempre.
Lo malo que tienen los muertos
es que no hay forma de matarlos.
Su constante tarea destructiva
es por esa razón incalculable.
Insensibles, distantes, tercos, fríos,
con su insolencia y su silencio
no se dan cuenta de lo que deshacen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario